2 feb 2023
La jabonería de Mao
Mao Tse Tung - Mi vida
Julio Cortázar - La polca del espiante
El bandoneón, con tantos pliegues, ¿por qué un sonido
turbio masticado, ese silbido blando que no hace
darse vuelta al silencio?
Pobre máquina, cielito de nácar, túnel de amor para la rata,
no sé cómo decirte: cesa, desintégrate,
corazón postal tejido con engrudo
bajo camisas donde no estallará el árbol de la lluvia.
Respiración arrendable para muertos que vuelven,
apenas pocas manos te imponen razón
de durar. Me hablo a mí mismo, a la hora
de la funda, del baile estuvo espléndido,
tan familiar tan concurrido.
Me fui, como quien se desangra.
Así termina Don Segundo Sombra, así termina la cólera para dejarme, sucio y lavado a la vez, frente a otros cielos. Desde luego, como Orfeo, tantas veces habría de mirar hacia atrás y pagar el precio. Lo sigo pagando hoy; sigo y seguiré mirándote, Eurídice Argentina.
Leónidas Lamborghini - Seol
lo mortal
lo que se oye.
—oíd: el ruido de lo roto en el trono de la identidad
en
lo dignísimo.
—oímos
respondemos: el ruido de lo sagrado de lo unido en
lo dignísimo de
la identidad que se rompe.
oímos lo abierto a lo mortal, la salud rota en
lo mortal: el grito.
—oíd lo roto. lo mortal en libertad. la libertad de lo mortal.
oíd: la libertad de lo roto. el grito.
el trono. el ruido de lo mortal en el trono de lo sagrado
del trono de la identidad.
el ruido de lo roto: la identidad. el trono.
—respondemos: oímos en el ruido el ruido. oímos en el ruido el
ruido. lo sagrado roto o
lo que se une. la identidad en el trono de lo dignísimo o
lo que se rompe en lo unido que se rompe y
abre.
las cadenas rotas de la identidad que se rompe y une. oímos
en lo mortal lo mortal que oímos. lo que se abre a lo mortal:
el grito.
—oíd lo que se oye
oíd lo que se oye.
—oímos el grito de lo mortal de
lo roto de las cadenas. oímos el ruido de lo mortal
en el trono. oímos en el ruido el ruido de lo roto de
las cadenas. de la identidad unida que se rompe y
une: —respondemos
respondemos.
—oíd lo que se oye: en el camino su oíd la salud rota
en el trono. en sus cadenas.
las cadenas de la libertad de lo mortal en el trono
en lo que está coronado o de gloria que se rompe o
une.
—oímos en el ruido el ruido. oímos en lo roto lo
roto coronado que
se rompe.
—oíd lo que se oye.
—oíd lo que se oye.
—oímos lo que se abre: respondemos. lo que está abierto
en el ruido. respondemos respondemos.
oímos en el ruido el ruido. el grito. el trono
de la identidad que se abre a lo mortal. el ruido de
lo mortal. el ruido en
libertad de las cadenas. el trono en la gloria de lo
dignísimo de la identidad de
lo sagrado de la identidad coronado o
que se rompe. o que se abre
en el camino su de. y se rompe o une y se une y rompe.
respondemos respondemos.
—oíd lo que se oye. oíd
lo que se oye.
—oímos la libertad de lo unido o su gloria o lo roto
que se rompe o une, el ruido de la identidad unida que
se abre rota. lo mortal.
oímos en el ruido el grito. el trono en la gloria de
la identidad unida o en lo mortal abierto
a
lo que se rompe. el grito
de la identidad en el trono
de lo unido en su gloria o
que se rompe y une en el grito.
en lo dignísimo de la identidad o
lo roto que
—oíd lo que se oye.
—oíd lo que se oye.
—oímos en el ruido el ruido. oímos
en el ruido el ruido. oímos. respondemos.
En Episodios
1 feb 2023
Mario Levrero - Nunca hubo conejos...
Nunca hubo conejos en el bosque. Éste sería un inconveniente insuperable para nosotros, cazadores de conejos, si no fuera por la existencia de los magos. Cuando vamos de caza, y al cabo de varias horas de dar vueltas inútiles, sintiéndonos fracasados y doloridos, aparecen los magos. Son silenciosos, de ropaje negro y elegante. Con gran habilidad comienzan a sacar conejos de sus relucientes galeras. Cada uno de nosotros vuelve al castillo con un conejo en su morral; estamos contentos en apariencia, pero llevamos en el corazón la sombra de una duda.
En Caza de conejos
31 ene 2023
Julio Cortázar - Las líneas de la mano
De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
En Historias de Cronopios y de Famas
30 ene 2023
Giorgio Manganelli - La ciudad
La ciudad es extremadamente pobre. Hace tiempo que sus habitantes han renunciado a modificar su propia condición, y viven una vida solitaria, cerrada, taciturna. Lentamente, la población disminuye, no ya porque alguno emigre —a nadie se le ocurre ir a «hacer fortuna», como se dice— sino porque los muertos no son sustituidos; si nace un niño, cosa que es muy rara, es ofrecido a las ciudades vecinas, donde se encuentra alguien que lo adopta. Las casas son viejas y están construidas con material que ya comienza a revelar los indicios de una continua y desde hace poco tiempo acelerada decadencia. No existen reales y auténticos trabajos, sino, de vez en cuando, a un cierto número de habitantes se le ordena transportar algunas piedras —tres, cinco— de una calle a otra. Si hay cinco piedras, acuden diez ciudadanos, y cada uno de ellos efectúa la mitad del recorrido; son pagados con monedas desgastadas, ilegibles, que no tienen curso en ninguna ciudad. No pocas veces las pierden, ya que en la ciudad no hay nada para comprar. Viven del miserable producto de los huertos cultivados por gente que no sabe y a la que no le gusta cultivar los huertos. Poseyendo esos huertos, nunca, o casi nunca, salen a la calle. Tienen la impresión de que, sea cual fuere el tiempo, está a punto de llover. No existen sastres, y las ropas se deterioran lentamente, pero dado que la utilización que se hace de ellas es mínima, bastarán hasta la total extinción de la ciudad. El origen de tanta miseria es desconocido. Tal vez deba ser atribuido a unas desordenadas crisis religiosas, terminadas en una mortal desorientación. O bien a una red de contemporáneas desilusiones amorosas, que aisló a hombres y mujeres, y empujó a algunos a la soledad, y a otros a matrimonios sin deseo y sin amor. En esta ciudad hace años que nadie se enamora, y aunque, en las largas horas vacías, se lean libros de amor, la cosa es considerada como un juego deshonesto. Al comienzo acudieron a visitar la ciudad equipos de estudio, para entender el mecanismo de tan increíble miseria. Fue enviado un circo que durante dos días actuó, gratuitamente, en la plaza de la ciudad. Acudió un solo hombre, un sordo que tenía la impresión de que se trataba de una ceremonia fúnebre-religiosa. Los restantes ciudadanos permanecieron encerrados en sus casas, sufriendo intensamente por aquellos fragores lujosos. No puede decirse que esperen su propio fin y el de la ciudad; saben oscuramente que ellos son el final.
En Centuria, cien breves novelas-río
29 ene 2023
Mario Levrero - Mi forma de cazar conejos
Algunos cazan conejos persiguiéndolos sin tregua, a caballo, despiadadamente, dentro y fuera del bosque; en polvorientas carreteras, en praderas enormes, trepando incluso a pedregosas montañas. Cuando el conejo se detiene, loco de fatiga, le destrozan el cráneo con un golpe certero de garrote. Luego se lo comen, crudo y hasta con pelos.
Yo estoy condenado genéticamente a otros procedimientos. Tejo laboriosamente durante varios meses una enorme y casi invisible tela como de araña, y luego me siento a esperar, un poco oculto entre el follaje. A veces pasan otros tantos meses antes de que aparezca un conejo en los alrededores, y a veces otros tantos más para que el conejo caiga en mi tela. Mientras tanto atrapo sin querer moscas y mosquitos, moscardones, avispas, ratones, culebras, mulitas, caballos, pájaros, jirafas y monstruos marinos. Me fatiga mucho despegarlos y recomponer la tela donde ha sido dañada. Es un trabajo agotador y la vigilia es constante. Me destrozo los nervios en esta tensa y eterna espera. Tengo las mandíbulas apretadas, me caigo de sueño, y mis sentidos se agudizan y exasperan en alerta constante. Mi forma de cazar conejos, y no tengo otra, es lo que me ha transformado en un loco.
En Caza de conejos
28 ene 2023
Julio Cortázar - Las tejedoras
Las conozco, las horribles, las tejedoras envueltas en pelusas,
en colores que crecen de las manos del hilo
al cuajo tembloroso moviéndose en la red de dedos ávidos.
Hijas de la siesta, pálidas babosas escondidas del sol,
en cada patio con tinajas crece su veneno y su paciencia,
en las terrazas al anochecer, en las veredas de los barrios,
en el espacio sucio de bocinas y lamentos de la radio,
en cada hueco donde el tiempo sea un pulóver.
Teje, mujer verde, mujer húmeda, teje, teje,
amontona materias putrescibles sobre tu falda de donde brotaron tus hijos,
esa lenta manera de vida, ese aceite de oficinas y universidades,
esa pasión de domingo a la tarde en las tribunas.
Sé que tejen de noche, a horas secretas, se levantan del sueño
y tejen en silencio, en la tiniebla; he parado en hoteles
donde cada pieza a oscuras era una tejedora, una manga
gris o blanca saliendo debajo de la puerta; y tejen en los bancos,
detrás de los cristales empañados, en las letrinas tejen, y
en los fríos lechos matrimoniales tejen de espaldas al ronquido.
Tejen olvido, estupidez y lágrimas,
tejen, de día y noche tejen la ropa interna, tejen la bolsa donde se ahoga el corazón,
tejen campanas rojas y mitones violeta para envolvemos las rodillas,
y nuestra voz es el ovillo para tu tejido, araña amor, y este cansancio
nos cubre, arropa el alma con punto cruz punto cadena Santa Clara,
la muerte es un tejido sin color y nos lo estás tejiendo.
¡Ahí vienen, vienen! Monstruos de nombre blando, tejedoras,
hacendosas mujeres de los hogares nacionales, oficinistas, rubias
mantenidas, pálidas novicias. Los marineros tejen,
las enfermas envueltas en biombos tejen para el insomnio,
del rascacielo bajan flecos enormes de tejidos, la ciudad
está envuelta en lanas como vómitos verdes y violeta.
Ya están aquí, ya se levantan sin hablar,
solamente las manos donde agujas brillantes van y vienen,
y tienen manos en la cara, en cada seno tienen manos, son
ciempiés son cienmanos tejiendo en un silencio insoportable
de tangos y discursos.
26 ene 2023
Jacobo Fijman - Dicen que me han traído acá porque estoy loco...
Hospicio de las Mercedes. Dicen que me han traído aquí porque estoy loco. Esto es imposible. Pensar que yo he perdido la razón, siendo una cosa de orden metafísico, trascendental. No puede ser. Además, he padecido hambre, sed, dormía mal, estudiaba mucho, quería mejorar a los hombres, tenía sentido del sacrificio, me redimía, amaba. No sé por qué, en una comisaría de la ciudad, me apalearon. En uno de sus calabozos se me encontró hablando de tonalidades, del origen de la especie, del superhombre y cantando La Marsellesa. Me había desnudado; quería ser como los hijos del sol, resplandecer de sencillez, de inocencia, de santidad.
Dos días, fragmento
25 ene 2023
Marilyn Contardi - Palabras (fragmento)
La mirada recorre la página en blanco, imagina dispuestas, con conveniencia, las letras. Sus trazos menudos forman palabras, frases exuberantes de sonidos, se enrollan sobre sí mismas y crecen como la luna en el río claro de primavera.
Despliegan la conversación de los dos muchachos, en la eternidad de la adolescencia, por la vereda desierta. Ritman el pulso del tiempo que discurre en las voces y los latidos de la sangre. Retumban voces muy antiguas, y de esa cadencia forman de nuevo palabras, y con las palabras, los sonidos. El círculo se cierra, tiembla como una gota cargada de reflejos sobre la hoja.
Resplandece como una cúpula y… desaparece, cuando la mirada remonta irresistiblemente, así vuelan los pájaros, y la página vuelve a quedar intacta, rotunda como la tajada de sandía en el plato.
Pero las palabras siguen flotando, se apiñan como nubes cargadas de lluvia. Un trueno lejano viene a retumbar sobre la hoja. Con la lluvia caerán otra vez. Sé paciente.
No tendrás más que recogerlas y ordenarlas.
23 ene 2023
Mario Levrero - Ello
Algo late, algo crece en el altillo.
Se sospecha verde, se teme con ojos.
Se presume fuerte, blando, traslúcido, maligno.
No debemos, no queremos, no podemos verlo.
Para hablar de ello solamente usamos adjetivos, y no nos miramos a los ojos.
No usamos la crujiente escalera; no nos detenemos a escuchar junto a la puerta; no tomamos el picaporte y lo hacemos girar; no abrimos la puerta del altillo.
En La máquina de pensar en Gladys
22 ene 2023
Aldo Oliva - Caza mayor
La verdad nunca tuve entera fe en los pájaros.
Quedé niño de honda en tensión testimoniando
festivales y duras conjeturas,
asedios, pedradas e iluminaciones
en el berretín de la tiniebla.
Las palabras trocadas, fuego del juego,
su constelación bajo las constelaciones,
voces altivas que confundí con el amor.
No tuve fe en los pájaros.
Antes que la estrategia azul me desolara
gemí muy hondo esquinando en la furia de mis nervios,
bajé al río a beber
maldije la decencia,
sangré tristes criaturas de alcohol irrestañable,
construí un mundo, era de ceniza, contra el poniente lo aventé.
Cada mañana salgo de la tumba y reinicio este canto.
21 ene 2023
Juan José Saer - De Polonio a Laertes
No pienses, porque toques con las yemas de los dedos las piedras de otras ciudades y entres, como en un agua, en su estruendo y en su color, que no estás más, inmóvil, en la tierra natal. No importa cómo se llame la ciudad en la que se esté, se está siempre en la tierra natal. Un hilo invisible, cuya medida es tu límite, te acompaña indefinida pero no infinitamente. No corras, por lo tanto, porque en cualquier momento llega el sacudón. Y más todavía: no pienses, porque estemos frente a frente, y me veas, por ilusión óptica, desde fuera, en Polonio y en Laertes como en dos personas extrañas y separadas, como en dos cuerpos remotos que acaban cada uno en la punta de los dedos y entre los cuales no hay más que aire, porque el Laertes que fui le habla en este momento al Polonio que serás. Y ahora, Polonio, hasta la vista, y no te olvides de guardar intacta esta bendición, para cuando debas entregársela a Laertes —¡Laertes, Polonio!— en el momento de la despedida.
En El arte de narrar
20 ene 2023
César Bandín Ron - Despierto siendo el otro...
Despierto siendo el otro, transformado,
no en insecto sino en un ser solitario.
Mi mirada lo dice, el silencio a mi alrededor
lo dice: las señales eran ciertas, por momentos
creí fingir pero al fin tanto el fastidio como
el dolor eran reales. No hay dioses ni ídolos
en el mundo fantasma, solo está uno, abierto,
sobrecogedor, como una herida de sable
El proceso es paulatino, hasta que un día uno
ya es ese otro que respiraba entre los pliegues,
susurrándonos que las apariencias son sólo eso,
que la verdadera historia emergerá sobre el final,
fatal e irreparable como Medea y su destino.
En ¡Oh, Yo, mi efímero Dios!
18 ene 2023
17 ene 2023
Alejandra Pizarnik - Devoción
Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y sentados a ella, la muerte y la niña tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.
—Toma un poco de vino —dijo la muerte.
La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té.
—No veo que haya vino —dijo.
—Es que no hay —contestó la muerte.
—¿Y por qué me dijo usted que había? —dijo.
—Nunca dije que hubiera sino que tomes —dijo la muerte.
—Pues entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo —respondió la niña muy enojada.
—Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada —se disculpó la muerte.
La muñeca abrió los ojos.
1965