19 jul 2024
Giorgio Manganelli - Glosa a la ameba
Una súbita ternura me indujo a decirle: abuelita sin gafas. Me resulta difícil no amar a esta discretísima entre mis antepasados, esta manganelli de los grandes océanos del jurásico, ignara de ovillos, de gafas, de ceremonias católicas, ni fiel ni adúltera, paciente ante su propio destino en verdad notablemente oscuro e ingrato, puesto que a ella, llegada antes que las grandes religiones reveladas, debía resultarle bastante nebuloso el sentido del enorme reventadero; pero laboriosa siempre, parca, contenta con lo poco, nacida, grávida, muerta, azorada en sus primeros monólogos interiores de verbos desportillados, pronombres de obnubilada extensión, enorme deservicio de calendarios. Ella apenas tenía más que una notablemente perpleja idea de sus nietos, y no tramó el alcanzar por ella indirecta redención; no hizo alarde ante la gelatinosa abuela viciniore de semejantes consanguíneos cultos y bisexuados; sino que atendió a sus imperfectos deberes y, honestamente fallecida, se descompuso con señoril prontitud en aquellos mares siempre en movimiento, borborigmantes por el apenas insuflado flatus de coelo, incómodos para cualquiera, excepción hecha de esas miopes, empecinadas abuelitas… Esto me importa ahora notar: la ameba abuelita masticó el primer parvulísimo punto, la perlita diminuta, el primer añico de dura, indigerible nada. Y nuestra tribulación hodierna, cantilena y blasfemia, sea también devoción hacia la archiabuela ¡fffft! delicuescente en la nada.
En Hilarotragoedia
Traducción: Carlos Gumper
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