No quiero distinguir ya mis palabras,
el roce quieto del aire de este limbo.
La tristeza carcome el corazón del muerto
como el regreso de una oscura tos.
Soy llagas, niebla;
en exceso he bebido del fatídico elixir del yo,
ese que fui y que invocan,
por la mala molienda de lo dicho:
falaz espíritu feliz.
Mártir, profeta y adalid;
buscaba crueles enemigos,
un monstruo derrotable,
el sentimiento trágico como una letanía:
sórdido garfio en las narinas,
el ataque constante de las cosas,
piquetes de ojos piadosos
y detestables onomatopeyas revulsivas.
Danzas bravas de la tribu trinitaria.
¿Se entiende ahora
en qué consiste
el verdadero negocio del chiflado?
Redimido por audiencias infantiles,
ingreso al santoral con aura:
una ronda de pájaros que pían
alrededor de mi cabeza.
En Nombre impropio
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