Henry Miller – Hamlet, una carta

25 sept 2020

Henry Miller – Hamlet, una carta

No hay comentarios. :

 

 

8 de noviembre de 1935.

 

Henry Miller

 

Querido F.:

Es muy amable de tu parte ofrecerme respuestas tan explícitas. Sin embargo, creo que estás tratando de confundirme. Aparentemente das por sobreentendido que tengo la mayor confianza en tu "erudición", y que tomaré como artículo de fe lo que digas sobre Hamlet. En lo que cometes un doble error. Primero, desconfío de toda erudición, la tuya incluida. Segundo, tu carta no contiene erudición. Si te formulo unas cuantas preguntas simples y directas lo hago para saber qué piensas, y no lo que has aprendido que otros piensan sobre Hamlet. En nuestro asedio el auténtico erudito, como más tarde o más temprano lo descubrirás, es el pequeño Alf. Si le diriges una pregunta se pasará el resto de su vida en la biblioteca para traerte la respuesta. No, no quiero la información definitiva sobre Hamlet que tú pretendas darme, sino una simple exposición de tus propias reacciones. Pero quizá se trate de tu propio estilo hamletiano de contestar preguntas. Me sospecho que estás abultando innecesariamente el material.

De todos modos, tus respuestas me incitan a ofrecerte una imagen un poco más clara de mi impresión de Hamlet, pues, como te expliqué previamente, el Hamlet original (y ahora me refiero al Hamlet de Shakespeare) está sumergido ya en el Hamlet universal. Sea lo que fuere que Shakespeare tuviese que decir carece ahora totalmente de importancia y de pertinencia, salvo como punto de partida. Por débil que pueda haber sido la tesis del príncipe Alfred sobre la "objetividad", mi espíritu formula la misma crítica de Shakespeare: a saber, que fue un titiritero. Y en mi caso agrego audazmente la temeridad a la ignorancia afirmando que las obras de Shakespeare poseen tan universal atracción precisamente a causa de esa cualidad titiritesca del autor. Debo agregar entre paréntesis que esta atracción universal, como la de la Biblia, está fundada en la fe y no en la investigación. La gente sencillamente ya no lee a Shakespeare, y tampoco la Biblia. Todos leen acerca de Shakespeare. La literatura crítica levantada alrededor de su nombre y de sus obras es mucho más fecunda y excitante que el propio Shakespeare, de quien nadie sabe mucho aparentemente, pues su auténtica identidad continúa envuelta en el misterio. Quiero señalar que esto no es aplicable a otros autores antiguos, sobre todo a Petronio, Boccaccio, Rabelais, Dante, Villon, etc. Es aplicable a Hornero, Virgilio, Torcuato Tasso, Spinoza, etc. Hugo, el gran dios francés, hoy es leído exclusivamente por adolescentes, y sólo debe ser leído por ellos. Shakespeare, el dios inglés, hoy también es leído casi exclusivamente por adolescentes... como lectura obligatoria. Cuando uno se vuelve hacia él en otra etapa de la vida resulta casi imposible superar el prejuicio creado por los profesores y por el mundo en que lo presentan. Shakespeare no era otra cosa que el gigante pomposo y flatulento a quien los ingleses quieren convertir en vaca sagrada. A falta de profundidad, le atribuyen periferia, y una periferia que disimula mal los almohadones rellenos.

Pero como digo, quiero explicarte un poco mis propios recuerdos de Hamlet, un tanto confusos, es cierto, pero honestos. No dudo que si en el mundo de habla inglesa se distribuyera un cuestionario la confusión sobre el tema se acentuaría aún más. Para empezar, desecho la primera lectura, que fue obligatoria y, por lo tanto, de resultados absolutamente nulos. ( Salvo la repugnancia por el tema, sentimiento que a lo largo de los años se ha convertido gradualmente en curiosidad arqueológica, por así decirlo.) Quiero decir con ello que actualmente me interesa mucho más oír lo que el señor X (don nadie) tiene que decir con respecto a Hamlet -o a Otelo, o a Lear, o a Macbeth- que conocer las opiniones del erudito shakespeareano. De este último no aprenderé absolutamente nada... es puro polvo de bibliotecas. Pero de los don nadie, entre los que yo mismo me incluyo, puedo aprenderlo todo.

Sea como fuere, ya había transcurrido cierto tiempo desde que saliera del colegio cuando, gracias a la tenacidad y a la insaciable curiosidad de un escocés amigo -se llamaba Bill Dyker- se despertó mi interés por el Hamlet. Cierta noche, después de una prolongada discusión sobre Shakespeare y su supuesto valor para el mundo, convinimos en que sería buena cosa volver a leerlo. Esa noche también discutimos extensamente cuál de las obras abordaríamos primero. Como ya lo habrás advertido, es casi inevitable que cuando se plantea este problema, Hamlet sea la obra. (También esto me resulta por demás fascinante... esa recurrencia obsesiva de una obra, como advirtiendo: si usted quiere conocer a Shakespeare, es absolutamente necesario que lea Hamlet ¡Hamlet! !Hamlet!¿Por qué siempre Hamlet?)

De modo que leímos la obra. Habíamos convenido de antemano en reunirnos en determinada fecha para discutir la obra a la luz de nuestras reacciones individuales. Bueno, llegó la noche señalada y nos encontramos. Sin embargo, ocurrió que mi amigo Bill Dyker también había concertado una cita para reunirse esa noche con una mujer del centro. Según parece se trataba de una mujer original, y quizá la postergación de la discusión de Hamlet tenía cierta disculpa. Era una mujer aficionada a la literatura que no estaba en condiciones de gozar del coito normal porque ``era demasiado pequeña". Por lo demás así me lo explicó mi amigo Dyker. Recuerdo que esa noche fuimos caminando bajo la lluvia por Broadway en dirección al centro. Por el lado de la calle Cuarenta nos cruzamos con una trotona. (Era antes de la guerra y las prostitutas todavía andaban por la calle, de día o de noche. Y los bares también trabajaban a todo vapor.) Lo extraño del encuentro fue - como verás, simple coincidencia - que esta prostituta también era una "literata". Antes había escrito para las publicaciones baratas y luego había ido barranca abajo. Previamente había sido compañera de baile en un salón de Butte, Montana. De todos modos, lo más natural era empezar con la "literatura" y seguir por ahí adelante. Ocurrió también que esa noche yo tenía bajo el brazo un libro llamado Budismo esotérico, y en esa época pronunciaba así el título: Bud~ismo e-sot-érico. Por supuesto, no tenía la menor idea del tema. Probablemente se trataba de uno de esos libros que Brisbane solía recomendar a sus lectores. (En esa época yo estaba decidido a leer solamente los "mejores" libros, los que abrían nuevos horizontes.) Naturalmente, no pasó mucho tiempo sin que la trotona pasara a primer plano. Era de origen irlandés, débil y amable, y poseía la habitual verborragia. Además, era dogmática. También nosotros éramos dogmáticos. En aquellos días todos eran dogmáticos. Uno podía permitirse ese lujo. Cuando por un proceso natural finalmente pusimos en claro la situación, la prostituta se sintió disgustada, como es de suponer, ante la idea de que iríamos a una cita con una mujer cuyo problema era el que acabo de mencionarte. Además, no nos creyó. Dijo que era inverosímil. Afirmó que la mujer era ninfomaníaca, lo cual era verdad, como pudimos comprobarlo después. Estábamos en una situación delicada. ¡Había llegado el momento de la acción! Pero precisamente éramos incapaces de acción, aun en esos días. Ello era así más particularmente en el caso de mi amigo escocés que en el mío. Tenía lo que se llama una "mente jurídica" ... podía dar vueltas y más vueltas alrededor de un tema sin abordar nunca lo esencial del mismo.

Puesto que no lográbamos llegar a una decisión, no nos quedaba otra alternativa que continuar bebiendo. Salimos del local en que estábamos y fuimos a un bar francés en la calle Treinta. Cuando entramos estaban jugando a los dados, y mi amigo Dyker se apasiona por los dados. En el bar estaban también algunas prostitutas, y a pesar de la joven que nos acompañaba, comenzaron a insinuarse. La situación empeoraba constantemente. La prostituta estaba decidida a conquistarnos, y corno parecíamos impermeables a sus encantos físicos, llegó a la conclusión de que nos sentíamos atraídos por su intelecto. De modo que gradualmente volvimos a Hamlet, muy mezclado ahora con el problema de ir o no ir a la cama, los peligros de la enfermedad (concomitantes de lo anterior), el problema monetario, la cuestión de honor, el cumplimiento de la palabra empeñada con la otra mujer, etc., etc. Nunca pude sacar a Hamlet del extraño atolladero en que quedó atascado. En cuanto a Ofelia, en mi mente es inseparable de una muchacha de cabellos muy rubios sentada al fondo del local, a cuyo lado pasaba cada vez que me dirigía al excusado. Recuerdo la expresión patética y desconcertada del rostro de la joven; tiempo después vi una ilustración de Ofelia flotando boca arriba, los cabellos trenzados y enredados en los nenúfares, y entonces pensé en la muchacha al fondo del bar, con sus ojos satinados y sus cabellos pajizos, como los de Ofelia. En cuanto al propio Hamlet, mi amigo Dyker con su "mente jurídica" era la quintaesencia de todos los Hamlet habidos y por haber. Ni siguiera era capaz de decidirse a aliviar su propio intestino. ¡En serio! Sobre la pared de su refugio había fijado una nota que decía: "¡No olvides ir al excusado!" Cuando los amigos leían la nota, le recordaban el hecho. De no haber sido así, habría muerto de constipación. Poco después se enamoró de una muchacha, y empezó a pensar en casarse con ella, pero entonces el problema que lo torturaba era qué haría con la hermana. Las dos hermanas eran prácticamente inseparables. Por supuesto, era muy de él enamorarse de ambas. A veces, con el pretexto de dormir la siesta, los tres se acostaban juntos. Y mientras una de las hermanas dormía él se regodeaba con la otra. Para Dyker carecía absolutamente de importancia cuál de las hermanas era. Recuerdo sus dolorosos esfuerzos por explicarme el caso. Analizábamos el problema noche tras noche, buscando una. solución.. .

Como habrás advertido fácilmente, mi íntima amistad con Bill Dyker se impuso a Hamlet. Tenía frente a mí a un Hamlet viviente, a quien podía estudiar cómodamente sin necesidad de laboriosas investigaciones. Y ahora que pienso en ello, me parece muy característico que desde la noche en que nos disponíamos a "discutir" Hamlet este último muriera, para no ser mencionado nunca más por ninguno de nosotros. Tampoco creo que desde ese día Bill Dyker volviera a leer otro libro. Ni siquiera mi libro, que le entregué al llegar a Nueva York, y del que me dijo, cuando me marchaba: "Procuraré encontrar tiempo para leerlo, Henry". Como si le hubiera impuesto una pesada obligación que trataba de sobrellevar lo mejor posible en mérito a nuestra antigua amistad. No, no creo que haya abierto jamás mi libro, ni que lo haga nunca. Y soy su mejor y más antiguo amigo. ¡Vaya un extraño pájaro este Bill Dyker!

Hablando de Bill Dyker me desvié un poco. Quiero explicarte mis impresiones de Hamlet, según se decantaron durante años de vagabundeo, de ociosas charlas y de huroneo aquí y allá. Quiero explicarte cómo a medida que pasaba el tiempo Hamlet se mezcló con todos los demás libros que he leído y olvidado, al extremo de que ahora Hamlet es absolutamente amorfo, absolutamente poliglota ... en una palabra, universal como los propios elementos. En primer lugar, siempre que pronuncio el nombre evoco inmediatamente una imagen de Hamlet, la imagen de un escenario en sombras sobre el que un hombre pálido y delgado con un poético mechón de cabellos está de pie, en calzas y jubón, discurseándole a un cráneo que sostiene con la mano derecha ex- tendida. ( ¡Téngase en cuenta, por favor, que jamás presencié una representación de Hamlet! ) Al fondo del escenario se abre una fosa, y alrededor de ella hay tierra amontonada. Sobre el montículo de tierra reposa una linterna. Hamlet está hablando... una indescriptible jerigonza, por lo que se me alcanza. Allí ha estado de pie, hablando, durante siglos. El telón jamás cae. El discurso nunca termina. Lo que ocurriría después de esta escena siempre lo imaginé más o menos así, aunque naturalmente nunca ocurre; realmente. En medio de la conversación con el cráneo llega un correo... probablemente uno los muchachos de Guildenstern y Rosenkranz. El correo murmura algo al oído de Hamlet, y como éste es un soñador, naturalmente lo ignora. De pronto aparecen tres hombres de capa negra y desenvainan las espadas. ¡Atrás!, gritan, y entonces Hamlet, de un modo ridículamente veloz e inesperado, desenvaina la espada y empiezan a pelear. Por supuesto, los hombres mueren en pocos instantes. Son muertos con la fulmínea rapidez de un sueño, y Hamlet se queda mirando su sangrienta espada del mismo modo que antes miraba el cráneo. Sólo que ahora... ¡ha enmudecido!

Como digo, ésa es mi visión cuando se menciona el nombro de Hamlet. Siempre la misma escena, siempre los mismos personajes, la misma literatura, los mismos gestos, las mismas palabras. Y siempre, al final, enmudecido. Lo cual, según deduzco de mi escaso conocimiento de Freud, es evidentemente la cristalización de un deseo. Y estoy agradecido a Freud por haberlo aprendido.

Eso, por lo que hace a las imágenes. Cuando hablo de Hamlet funciona otro mecanismo. Es lo que denomino "fantasía libre", y está formada no sólo por el Hamlet, sino por Werther, Jerusalén liberada, Ifigenia en Táuride, Parsifal, Fausto, la Odisea, el Infierno (comedia), El sueño de una noche de verano, los Viajes de Gulliver, El santo graal, Ayesha, Ouida (simplemente Ouida, que no es un determinado libro), Rasselas, El conde de Montecristo, Evangelina, El Evangelio según San Lucas, El nacimiento de la tragedia, Ecce Hamo, El idiota, La oración de Gettysburg de Lineoln, Decadencia y caída del Imperio Romano, la Historia de' la moral europea de Lesky, La evolución de la idea de Dios, El ego y su propio ser, en lugar de un libro por un hombre excesivamente atareado para escribirlo, y así sucesivamente, incluido A través del espejo... ¡que no es, por cierto, el menos importante! Cuando este caldo empieza a burbujear en mi cerebro es cuando pienso mejor sobre Hamlet. Hamlet es el centro móvil, con un estoque en la mano. Veo el Espectro -no de Hamlet, sino de Macbeth - paseándose por el escenario. Hamlet se dirige a él. El espectro se desvanece y comienza la obra. Es decir, la obra alrededor de Hamlet. Hamlet no hace nada.. . ni siquiera liquida al final a los correos, como lo imagino cuando se pronuncia simplemente el nombre. No, Hamlet está de pie en el centro del escenario, y la gente lo manosea y empuja, como si fuera una medusa muerta arrojada sobre la costa del mar. La cosa continúa del mismo modo durante unos doce actos, en el curso de los cuales muchos mueren o se matan. Todo para conversar, entiéndase. Los mejores discursos son siempre los que se pronuncian un momento antes de morir. Pero ninguno de estos discursos nos lleva a ninguna parte. Es como el tablero de damas de Lewis Carroll. Primero uno está de pie fuera de un castillo, y llueve... una lluvia inglesa, buena para la cosecha de nabos y nabizas y para la fabricación de finos tejidos de lana. Luego hay rayos y truenos y quizá reaparece el espectro. Hamlet habla al espectro, y lo hace con familiaridad y fluidez... porque hablar es su métier. Entre tanto los mensajes vienen y van. Susurran al oído, bien al de la Reina, bien al de Polonio. Un buzz-buzz que continúa durante los doce actos. De tanto en tanto Polonio aparece tocado con un bonete. Lleva de la mano a su hijo Laertes y sacude afectuosamente la caspa del cuello de la chaqueta de Laertes. Lo hace con el fin de engañar a Hamlet. Hamlet se muestra hosco, y a veces taciturno. Lleva la mano a la empuñadura de su estoque. Le centellean los ojos. Luego aparece Ofelia, con sus largos cabellos de lino que caen formando trenzas sobre los hombros. Camina con las manos entrelazadas sobre el estómago, murmurando el rosario, y su aspecto es tímido, recatado, y aun diríamos un poco tonto. Finge no advertir la presencia de Hamlet, que se interpone precisamente en su camino. De pasada recoge un capullo y lo sostiene cerca de su nariz. Convencido de que ella no está del todo allí, le dirige insinuaciones... como para pasar el tiempo. Lo cual precipita un drama. Significa que Hamlet y su mejor amigo, Laertes, deben librar un duelo a muerte. Aunque Hamlet siempre se muestra remiso para actuar, mata sin pérdida de tiempo a su amigo Laertes, suspirando mientras hunde el estoque en el cuerpo de su amigo bienamado. Hamlet suspira constantemente durante toda la obra. Es un modo de informar al público que no se encuentra en estado cataléptico. Y después de cada muerte limpia escrupulosamente la espada... la limpia con el pañuelo que Ofelia dejó caer cuando salía. En los gestos de Hamlet hay algo que me recuerda instintivamente al caballero inglés. Por eso te pregunté antes si la obra se desarrolla en Inglaterra. Para mí se trata de Inglaterra y nadie puede convencerme de lo contrario. Más aún, ocurre en el riñón mismo de Inglaterra, yo diría que en las cercanías de Sherwood Forest. La Reina Madre es un marimacho. Tiene dentadura postiza, que es el caso de todas las reinas inglesas desde tiempo inmemorial. Tiene también el estómago muy subido, lo cual en definitiva provoca a la espada de Hamlet. A decir verdad, hay algo que me impide separarla de la imagen de la Reina roja en el cuento de Alicia. Al parecer habla constantemente de la manteca, y del modo de prepararla cremosa y agradable. En cambio a Hamlet sólo le interesa la muerte. Inevitablemente la conversación entre ambos cobra un sesgo extraño. Hoy lo llamaríamos surrealista. Y sin embargo hay mucha lógica en la cosa. Hamlet sospecha que su madre oculta un crimen vil. Sospecha que él mismo fue mancillado en la cuna. Acusa francamente a su madre, pero como ella se inclina a la tergiversación, siempre consigue que la conversación retorne al tema de la manteca. En realidad, con su ladina modalidad inglesa, casi consigue hacer creer a Hamlet que él mismo es culpable de cierto crimen monstruoso, aunque jamás se dice cuál. Hamlet detesta cordialmente a su madre. Si pudiera la estrangularía con las manos desnudas. Pero la Reina Madre es mucho más astuta que él. Induce al tío de Hamlet a que monte una obra teatral en la que se pinta desairadamente al joven. Hamlet sale del salón antes de que acabe la obra. En el vestíbulo encuentra a Guildenstern y a  Rosenkranz. Le murmuran algo al oído. Hamlet afirma que se marcha de viaje. Lo persuaden para que no haga tal cosa. Sale al jardín, al lado del foso, y en medio de su ensueño de pronto ve a la muerta Ofelia que baja llevada por las aguas, con los cabellos bien peinados en trenzas y las manos entrelazadas con recato sobre el estómago. Parece sonreír en sueños. Nadie sabe cuántos días estuvo en el agua o por qué el cuerpo parece tan natural, si de acuerdo con todas las leyes físicas debería estar lleno de gases. Sea como fuere, Hamlet decide pronunciar un discurso. Empieza con el famoso "to be or not to be..." Ofelia desciende lentamente sobre las aguas, sordos los oídos, pero siempre sonriendo dulcemente, como es usual en las clases superiores inglesas, aun en la muerte. Esta sonrisa enfermizamente dulce, del cuerpo empapado, encoleriza a Hamlet. No le importa la muerte de Ofelia... pero le enfurece su sonrisa. Desenfunda nuevamente el estoque, y con los ojos inyectados en sangre se dirige a la sala del banquete. De pronto nos hallamos en Dinamarca, en el castillo de Elsinore. Hamlet es un completo extraño, un espectro resucitado. Entra como una exhalación, decidido a matarlos a todos a sangre fría. Pero se encuentra con su tío, el antiguo rey. El tío prodiga zalamerías y escolta a Hamlet hasta la cabecera de la mesa. Hamlet se niega a comer. Está harto de todo el asunto. Exige saber inmediatamente quién mató a su padre, hecho que se le pasó totalmente inadvertido, y que bruscamente le viene a la memoria cuando es hora de comer. Hay ruido de platos y general algazara. Con la intención de calmar los ánimos, Polonio pronuncia un lindo discurso sobre el tiempo. Hamlet lo apuñala detrás del cortinado. El rey finge no advertir el hecho, lleva el vaso a los labios y propone un brindis a Hamlet. Este bebe a grandes tragos el vaso de veneno, mas no muere inmediatamente. Pero el propio rey cae muerto a los pies de Hamlet. Hamlet lo atraviesa con su espada como a un trozo de cerdo frío. Luego, volviéndose hacia la Reina Madre, le atraviesa el estómago... es decir, le aplica la enema definitiva. En este momento aparecen Guildenstern y Rosenkranz. Desenvainan las espadas. Hamlet se debilita. Se desploma en una silla. Aparecen los enterradores con linternas y palas. Entregan un cráneo a Hamlet. Hamlet sostiene el cráneo en la mano derecho y apartándolo un poco se dirige a él con elocuente lenguaje. Hamlet se muere. Sabe que se muere. De modo que empieza su último y mejor discurso, el que infortunadamente queda inconcluso para siempre. Rosenkranz y Guildenstern desaparecen por la puerta del fondo. Hamlet queda solo frente a la mesa del banquete, y el suelo está cubierto de cadáveres. Habla hasta por los codos. El telón cae lentamente...

 

El ojo cosmológico, 1939

.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario