10 dic 2019
Byung-Chul Han - Fantasmas digitales
A Kafka ya se le presenta la carta como un medio de comunicación inhumano. Este autor cree que la carta ha traído al mundo una terrible perturbación de las almas. En una carta escribe a Milena: «¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas podían comunicarse mediante cartas? Se puede pensar en una persona distante, se puede aferrar a una persona cercana, todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas». A su juicio, la carta cultiva el contacto con los espíritus. Los besos escritos no llegan a su destino. Los fantasmas los cogen y se los tragan por el camino. La comunicación postal proporciona tan solo alimento para fantasmas. A través de una alimentación tan rica estos se multiplican de manera exorbitante. La humanidad lucha en contra. Así ha encontrado el tren y el coche, «para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas» y conseguir la «comunicación natural», la «paz de las almas». Pero la otra parte es mucho más fuerte. En efecto, después de la carta vinieron el teléfono y la telegrafía. Kafka saca la conclusión: «Los fantasmas no se morirán de hambre, y nosotros en cambio pereceremos».
Los fantasmas de Kafka, entre tanto, han inventado también internet, Twitter, Facebook, el teléfono inteligente, el correo electrónico y las Google Glass. Kafka diría que la nueva generación de fantasmas, a saber, los digitales, son más voraces, desvergonzados y ruidosos. De hecho, ¿no van los medios digitales más allá «de la fuerza humana»? ¿No conducirán a una vertiginosa, ya no controlable multiplicación de los fantasmas? ¿No nos olvidamos con ello de pensar en un hombre lejano y de palpar a un hombre cercano?
El mundo de cosas de internet produce nuevos fantasmas. Las cosas, que en tiempos eran mudas, ahora comienzan a hablar. La comunicación automática entre las cosas, que tiene lugar sin ninguna contribución humana, proporcionará nuevos alimentos para fantasmas. Hace que el mundo tenga más rasgos de fantasma. Es dirigida como por encantamiento. Los fantasmas digitales habrán de cuidar, si es posible, de que alguna vez todo quede fuera de control. El relato The Machine Stops (La máquina se para) de E. M. Foster, anticipa esta catástrofe. Bandas de fantasmas echan a perder el mundo.
La historia de la comunicación puede describirse como la historia de una creciente iluminación de la piedra. El medio óptico, que transporta la información a la velocidad de la luz, pone fin definitivamente a la época de piedra de la comunicación. Incluso el silicio refiere todavía a lo que en latín se llama silex. En Heidegger aparece con frecuencia la piedra y, por cierto, como ejemplo preferido de la «mera cosa». La piedra es algo que se sustrae a la visibilidad. En una lección temprana, Martin Heidegger observa: «Una mera cosa, una piedra, no tiene en sí ninguna luz». Diez años más tarde, en el escrito sobre la obra de arte, señala: «La piedra pesa y anuncia su pesantez. Pero mientras esta pesa frente a nosotros, se resiste a la vez a toda penetración en ella». La piedra como cosa es una figura contrapuesta a la transparencia. Pertenece a la tierra, al orden terrenal, y tiene las características de ser oculta y cerrada. Hoy las cosas pierden cada vez más significación. Se someten a las informaciones. Pero estas proporcionan nuevo alimento para fantasmas. «Lo económica, social y políticamente concreto no es la cosa, sino la comunicación. Nuestro mundo se hace a ojos vistos más blando, más nebuloso, más espectral».
La comunicación digital no solo asume forma de espectro, sino también de virus. Es infecciosa porque se produce inmediatamente en el plano emotivo o afectivo. El contagio es una comunicación poshermenéutica, la cual no da propiamente nada a leer o a pensar. No presupone ninguna lectura, que solo puede acelerarse en medida limitada. Una información o un contenido, aunque sea con muy escasa significación, se difunde velozmente en la red como una epidemia o pandemia. No la grava ningún peso del sentido. Ningún otro medio es capaz de este contagio a manera de virus. El medio de la escritura es demasiado lento para ello.
Lo mismo que la piedra y el muro, el misterio pertenece al orden terrenal. No se compagina con la producción acelerada y la difusión de información. Es la figura contraria a la comunicación. La topología de lo digital consta de espacios planos, lisos y abiertos. El secreto, en cambio, prefiere espacios que, con sus fisuras, mazmorras, escondites, profundidades y umbrales dificultan la difusión de información.
El misterio ama el silencio. Así, lo misterioso se distingue de lo relativo a los fantasmas. Lo mismo que el espectáculo, lo espectral está abocado al ver y ser visto. Por eso los fantasmas son ruidosos. Es como un fantasma el viento digital, que sopla a través de nuestra casa:
En todo caso para los nómadas el viento es lo mismo que el suelo para los sedentarios. […] Hay algo de fantasma en ello […]. El viento, este fantasma incomprensible, que empuja a los nómadas hacia adelante y cuya llamada ellos obedecen, es una experiencia que para nosotros se ha hecho representable como cálculo y cómputo.
Su alta complejidad hace que las cosas digitales sean como fantasmas y resulten incontrolables. En cambio, la complejidad no es ninguna característica del misterio.
La sociedad de la transparencia tiene su cruz o envés. Es bajo cierto aspecto una aparición de superficies. Tras ella o bajo ella se abren espacios espectrales, que se sustraen a toda transparencia. Por ejemplo, dark pool designa el comercio anónimo con productos financieros. El llamado comercio de alta velocidad en los mercados financieros es, en definitiva, un comercio con fantasmas o entre fantasmas. Son algoritmos y máquinas los que se comunican entre sí y se hacen la guerra. Estas formas de negocio y comunicación, tan parecidas a los fantasmas, van «más allá de la fuerza humana», como diría Kafka. Producen efectos tan imprevisibles, espectrales como un flash crash (estallido súbito, quiebra). Los actuales mercados financieros incuban también monstruos, que en virtud de una alta complejidad pueden sembrar confusión sin control alguno. Se llama «Tor»[*] la red cuasisubterránea en la que es posible estar en línea de manera anónima. Es un profundo lago digital en la red que se sustrae a toda visibilidad. Con el crecimiento de la transparencia crece también lo oscuro.
En En el enjambre
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