Julio Ramón Ribeyro - Erosión del pasado

21 sept 2020

Julio Ramón Ribeyro - Erosión del pasado

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Julio Ramón Ribeyro @Archivo digital de LaRepublica.pe


Un amigo me revela negligentemente, como si de nada se tratara, algo que ocurrió hace años, muchos años y de pronto siento dentro de mí un derrumbe de galerías. Zonas íntegras de mi pasado se hunden, se anegan o se trasfiguran. Esto me sirve para comprobar que no somos dueños de nada, ni siquiera de nuestro pasado. Todo lo que hemos vivido y que tendemos a considerar como una adquisición definitiva, inmutable, está constantemente amenazada por nuestro presente, por nuestro futuro. La maravillosa historia de amor, que guardábamos en un sarcófago de nuestra memoria y que visitábamos de cuando en cuando para buscar en ella un poco de orgullo, de ánimo, de calor o de consuelo, puede reducirse a polvo por la carta que hallamos en un libro viejo el día en que mudamos de lugar la biblioteca. Una puta nos revela una noche que el padre venerado, que permanecía hasta tarde en la oficina para ganar más y mantener con holgura a su familia, frecuentaba a esa misma hora los prostíbulos más abyectos de la ciudad. Por un azar descubrimos que el amigo adulto que admirábamos de niños, porque era con nosotros tan generoso y tan asiduo, era un pederasta que nos hacía astutamente la corte con el propósito de corrompernos. Pero no todo se deteriora en esta permanente erosión del pasado. También las épocas sombrías se iluminan. Así, la abuela que odiábamos y que llenó de rencor nuestra infancia por su severidad, su malhumor, sus caprichos, era en realidad una mujer buenísima, que sufría un mal incurable y que repartía prospectos de madrugada en las casas para poder con su salario comprarnos caramelos. En suma, nada hemos adquirido, ni paz, ni gloria, ni dolor, ni desdicha. Cada instante nos hace otros, no solo porque se añade a lo que somos, sino porque determinará lo que seremos. Solo podremos saber lo que éramos cundo ya nada pueda afectarnos, cuando -como decía alguien- el cuadro quede colgado en la pared.


En Prosas apátridas aumentadas
Imagen: Archivo digital de LaRepublica.pe

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