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Jorge Luis Borges - Rosas

Jorge Luis Borges - Rosas

En el ámbito desamorado

de la sala taciturnamente rendida

cuyo reloj austero derrama

un tiempo ya sin aventuras ni asombro

sobre la lastimosa blancura

que amortaja la pasión roja de la caoba,

alguien en queja de cariño

pronunció el nombre familiarmente horrendo.

La imagen del tirano

abarrotó el instante

no clara como un mármol en un bosque,

antes grande y umbría

como la sombra de una lejana montaña

y conjeturas y recuerdos

sucedieron al eventual nombramiento

como sucede a un golpe una lucha.

 Famosamente infame

ese nombre fue desolación en las calles,

idolátrico amor entre el gauchaje

y horror de puñaladas en la historia. 

Hoy el olvido borra su censo de muertes,

pues que son parciales los crímenes

si los cotejamos con la fechoría del Tiempo,

esa inmortalidad infatigable

que anonada con silenciosa culpa las razas

y en cuya herida siempre abierta

que el último dios habrá de restañar el último día

cabe toda la sangre derramada.

No sé si Rosas

fue sólo un ávido puñal como nuestros abuelos decían;

creo que fue como tú y yo

un accidente intercalado en los hechos

que vivió en la cotidiana zozobra

e inquietó para felicidades y penas

la incertidumbre de otros ánimos.

Hoy es el mar una separación caudalosa

entre su reliquia cenizal y la patria,

hoy toda vida por lastimera que sea

puede pisar su aniquilamiento y su noche.

Ya Dios lo habrá olvidado 


En Fervor de Buenos Aires, 1923. 

Versión original del poema, modificado en sucesivas ediciones

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