11 jul 2019
Roberto Arlt - El escritor como operario
Si usted conociera los entretelones de la literatura, se daría cuenta de que el escritor es un señor que tiene el oficio de escribir, como otro de fabricar casas. Nada más. Lo que lo diferencia del fabricante de casas, es que los libros no son tan útiles como las casas, y después… después que el fabricante de casas no es tan vanidoso como el escritor.
En nuestros tiempos, el escritor se cree
el centro del mundo. Macanea a gusto. Engaña a la opinión pública,
consciente o inconscientemente. No revisa sus opiniones. Cree que
lo que escribió es verdad por el hecho de haberlo escrito él. El
es el centro del mundo. La gente que hasta experimenta
dificultades para escribirle a la familia, cree que la mentalidad
del escritor es superior a la de sus semejantes y está equivocada
respecto a los libros y respecto a los autores. Todos nosotros,
los que escribimos y firmamos, lo hacemos para ganarnos el puchero.
Nada más. Y para ganarnos el puchero no vacilamos a veces en
afirmar que lo blanco es negro y viceversa. Y, además, hasta a
veces nos permitimos el cinismo de reírnos y de creernos
genios…
Desorientadores
La mayoría de los que escribimos, lo que
hacemos es desorientar a la opinión pública. La gente busca la
verdad y nosotros les damos verdades equivocadas. Lo blanco por lo
negro. Es doloroso confesarlo, pero es así. Hay que escribir. En
Europa los autores tienen su público; a ese público le dan un libro
por un año. ¿Usted puede creer, de buena fe, que en un año se
escribe un libro que contenga verdades? No, señor. No es posible.
Para escribir un libro por año hay que macanear. Dorar la píldora.
Llenar páginas de frases.
Es el oficio, "el métier". La gente recibe
la mercadería y cree que es materia prima, cuando apenas se trata
de una falsificación burda de otras falsificaciones, que también se
inspiraron en falsificaciones.
Concepto claro
Si usted quiere formarse "un concepto
claro" de la existencia, viva.
Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a
sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo
perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a
encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted
leerá por curiosidad libros y libros y siempre llegará a esa fatal
palabra terminal: "Pero sí esto lo había pensado yo, ya". Y ningún
libro podrá enseñarle nada.
Salvo los que se han escrito sobre esta
última guerra. Esos documentos trágicos vale la pena conocerlos.
El resto es papel…
En Aguafuertes porteñas
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