Un ángel de un ya más pálido diamante
hace casi terrible la luz.
Por qué?
Qué tiene la afilada
alegría de la luz
sobre los pastos
y sobre el agua?
Una secreta sombra de tiempo
hace tan frágil,
y sin embargo,
tan aguda la luz, con frío, ay, con frío?
Me aflige, amigos, el frío de la niña de diamante
que quisiera danzar sobre el verde y la onda,
y un no sé qué de filos la cortan en el aire
y un no sé qué de aceros le azulan todo el río.
Pero ya conozco al ángel de esta hora y lo miro de frente
para saber si en su horror de vidrio que palidece
ah, con qué rapidez a un insensible soplo,
hay ahora una sombra helada sobre ramas escasas o apagadas,
y está ese frío de muerte —no es de fuego, por Dios, ahora la muerte?—
que parece cortar el aliento del planeta.
En torno al fuego de la alegría, amigos, hagamos una rueda,
a pesar de los ángeles de vidrio y del dolor y de la muerte,
y a pesar, ay, a pesar de las agujas del desvelo sobre tanta criatura sin abrigo:
subirá mañana Septiembre de las quintas y mañana el amanecer será un vuelo para todos.
En El álamo y el viento, 1947
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