28 feb 2024
Juan José Saer - Borges y el arte de narrar
¿La clave del arte clásico consiste en su imprecisión? ¿Esa imprecisión es aconsejable en literatura? Borges piensa que sí (Discusión, pág. 69, Emecé, 1957).
Se me ha encomendado que escriba un trabajo sobre los ensayos de Borges. He estado releyéndolos atentamente en los últimos días, y como he encontrado poco que rebatir he dejado que las respuestas mismas que Borges ha emitido sobre distintos problemas perduraran en mí hasta despertar nuevas preguntas. Muchos de los trabajos de Borges son irrebatibles por su mera falta de interés. Es cierto que el simple hecho de que él los haya escrito ya los vuelve interesantes, pero una expresión dogmática de esta opinión dejaría continuamente de lado a la realidad, o a ese fragmento de la realidad que no está constituido por la prosa o la inteligencia de Borges. Francamente, ¿es necesario vindicar al falso Basílides? En general no lo es. Pero si de su cosmogonía inferimos, como hace Borges, la absoluta divergencia entre los intereses de los dioses y los del mundo, podemos avanzar en nuestro razonamiento hasta el punto de comprender que, de ser el mundo una creación casual y fortuita, la intervención del hombre en su sostenimiento y evolución positiva es más grande de lo que suponemos. Es el propio Borges, quien, con su razonable escepticismo, nos ha permitido este razonamiento.
Uno de los méritos fundamentales de Borges es el de llevar todos los problemas a una esfera última de interpretación de modo tal que el sentido que pueda extraer de ellos responda al cuerpo fundamental de su propia doctrina. En ese sentido, Borges se parece mucho a nosotros los marxistas. La aparente miscelánea de sus libros de ensayos no es más que el producto de una selección rigurosa de temas en los que Borges ha creído encontrar un eco —una respuesta o un simple replanteo— de sus propias preguntas.
El segundo mérito de Borges —tal vez debería decir el primero— es el de señalar continuamente la importancia que asigna a su propia experiencia cuando debe dar pruebas últimas para verificar la naturaleza de un hecho cualquiera. Esto significa que su prosa se avecina más a la literatura que a la filosofía y da a Borges una incalculable ventaja: la de que no nos importen algunos de sus notorios errores conceptuales, errores que aparecen oscurecidos en relación con la luz indudable que Borges arroja sobre esos aspectos de su experiencia, reduciendo a conocimiento ciertos aspectos de lo desconocido.
La reciente relectura de sus libros me ha terminado de convencer de que, a despecho de casi todos sus admiradores más ignorantes, Borges es un gran escritor realista, ya que el objeto principal de toda su obra es el de tratar de esclarecer la naturaleza de la realidad. La actitud acrítica de gran parte del realismo contemporáneo —actitud acrítica de la que a veces no se salvan ni siquiera los mejores cuentos de un Hemingway— demuestra que esta afirmación no es una perogrullada. Digo «acriticismo» para significar esa actitud frente a la realidad que prefiere formular —en este caso por medio del arte de la literatura— un mundo posible antes que desentrañar la condición real del mundo dado. La obra de Borges se salva de esa acusación de acriticismo. Que él da a veces respuestas falsas a problemas planteados con propiedad es un hecho notorio, y el motivo de este ensayo es el de discutir algunas de esas respuestas. Quisiera que se perdone el solemne nombre de ensayo dado por mí a estas páginas inseguras
En Borradores inéditos 1, Papeles de trabajo
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