A pesar del título, un tanto alarmante (Cómo ser feliz aun estando casado o Guía del matrimonio, por un licenciado de la universidad matrimonial), este libro merece ser recomendado con vivo interés a todo el mundo.
En cuanto a las autoridades citadas por el autor, son casi infinitas y van desde Sócrates hasta el director de Scotland Yard. Aparece el clásico pillo solterón que hablaba del matrimonio como de un "entretenimiento inofensivo" y aconsejaba a uno de sus jóvenes amigos que se "casase pronto y con frecuencia"; al doctor Johnson, que proponía que el matrimonio fuese concertado por el lord canciller, sin que las partes interesadas tuvieran voz ni voto en el asunto; al labrador del condado de Sussex que preguntaba: "¿Por qué tengo que dar la mitad de mis víveres a una mujer para que ponga a cocer la otra mitad?"; y a lord Verulam, que opinaba que los solteros desempeñaban mejor las funciones públicas.
Y, en realidad, el matrimonio es el único tema sobre el cual todas las mujeres están de acuerdo y todos los hombres en desacuerdo. Sin embargo, nuestro autor es, evidentemente, de la misma opinión que aquella damisela escocesa que, advertida por su padre de que el matrimonio era cosa muy solemne, respondió: "Ya lo sé, padre mío; pero es más solemne aún quedarse solterona."
Se lo puede considerar como al campeón de la vida conyugal. En realidad hay un buen capítulo sobre los hombres predestinados al matrimonio y aunque se aparte, y con razón a nuestro juicio, de la opinión expuesta hace poco tiempo por una o dos señoras en la tribuna de los Derechos de la Mujer, según las cuales Salomón debía su sabiduría a la enorme cantidad de mujeres que tenía; destaca a John Stuart Mili, a Bismarck y a lord Beaconsfield como ejemplos de hombres cuyo éxito puede explicarse por la influencia de sus respectivas esposas. Una vez el arzobispo Whately definió a la mujer como "un ser que no reflexiona y que atiza el fuego empezando por arriba". Pero desde su tiempo la educación superior de las mujeres ha cambiado considerablemente su situación. Las mujeres han sentido siempre una emotiva simpatía por aquellos a quienes aman.
Girton y Newman han hecho que esa simpatía pueda ser intelectual. En nuestros días es preferible para un hombre estar casado, y los hombres deben renunciar a ejercer en la vida conyugal esa tiranía a la cual tanto se aferraban antes y que nos tememos que persiste aún, aquí y allá.
-¿Te gustaría ser mi mujer, Mabel? -decía un niño. -Sí -contestó Mabel irreflexivamente.
-Pues haz el favor de quitarme las botas.
Nuestro autor presenta también, a propósito de los votos conyugales, observaciones muy sensatas y anécdotas divertidísimas. Nos cuenta cómo un nervioso prematuro, confundiendo las ceremonias del bautismo con las del matrimonio, contestó a la pregunta de si consentía en tomar por esposa a su futura: "Renuncio a todas ellas." Y cómo un aldeano de Hampshire, al entregar el anillo, dijo a su novia: "Con mi cuerpo te lavo y con mis rebaños en su redil, te concedo el tuteo." Y cómo otro a quien preguntaban si tomaba a su futura por legítima esposa, respondió con tímida indecisión: "Sí, quiero; pero de todos modos preferiría a su hermana." Y cómo una vieja señora escocesa a quien, con motivo de la boda de su hija, preguntaba una antigua amiga si debía felicitarla por el acontecimiento, respondió: "Sí, después de todo, es muy satisfactorio. La verdad es que Jeanette odia a ese buenazo, pero ya sabe usted que siempre hay algo que decir en este mundo."
Lo cierto es que hay infinitas historias muy donosas en este libro, que hacen su lectura agradabilísima, y contiene, además, buenos consejos, admirables por todos conceptos.
Actualmente, muchos recién casados se estrenan en la vida con una terrible colección de tinteros doublé, cubiertos de falsos ónices, o con un verdadero museo de saleros.
Creo muy recomendable este libro para los recién casados. Es una guía completa de un paraíso terrenal, y su autor puede ser considerado como el Murray de la pareja o el Baedeker de la dicha.
En Ensayos y artículos
Traducción: Julio Gómez de la Serna
Imagen: Napoleon Sarony © National Portrait Gallery, London
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