Christopher Hitchens - El divino

7 oct 2019

Christopher Hitchens - El divino

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Christopher Hitchens - El divino


El Dalai Lama ha salido en defensa de las pruebas termonucleares que ha realizado recientemente el Estado indio, y lo ha hecho en el mismo lenguaje de los partidos chovinistas que ahora controlan los asuntos de ese Estado. Los países «desarrollados», dice, deben darse cuenta de que la India es un contendiente importante y no deberían inmiscuirse en sus asuntos internos. Esta es una perfecta declaración de realpolitik, tan grosera, banal y oportunista que no merecería ningún comentario si viniera de otra fuente.


«Piensa distinto», dice el anuncio agramatical del ordenador Apple que muestra el rostro sereno de Su Santidad. Entre las asunciones no probadas de esta campaña de carteles se encuentra la creencia, extensa y largamente albergada, de que la religión «oriental» es distinta a otras fes: menos dogmática, más contemplativa, más… trascendental. Este excepcionalismo dichoso e irreflexivo ha sido transmitido a Occidente a través de una sucesión de médiums y narraciones, desde el best seller de cultura media Horizontes perdidos de James Hilton (creador del señor Chips así como de Shangri-La), hasta las memorias Siete años en el Tíbet del veterano de las SS Heinrich Harrer, que Brad Pitt ha embellecido para la pantalla. La repugnante conducta de China en una tierra ocupada, combinada con un culto hollywoodiense que casi supera al de la propia Cienciología, se ha fusionado con charlatanería ingrávida del tipo Maharishi y Bhagwan para crear una imagen de un Tíbet idealizado y un dios-rey con cualidades de santo. Así que quizá merezca la pena seguir el llamamiento de Apple y pensar de forma distinta.

El mayor triunfo que pueden ofrecer las relaciones públicas modernas es el éxito trascendente de que tus palabras y acciones sean juzgadas por tu reputación, en vez de al revés. El «líder espiritual» del Tíbet disfruta de ese estatus desde hace tiempo, y se ha convertido en una expresión asociada y sinónimo de la santidad y los valores etéreos. Nunca sabré por qué esto no pone a la gente en guardia. Pero aquí hay algunos otros datos sobre el sereno líder que, aunque resultan menudencias comparadas con su adhesión a las armas nucleares, merece la pena conocer y son generalmente desconocidos.

Shoko Asahara, líder del culto de la «Verdad Suprema» en Japón y diseminador de gas sarín en el metro de Tokio, donó cuarenta y cinco millones de rupias, o unos ciento setenta millones de yenes, al Dalai Lama, y sus esfuerzos fueron recompensados con varios encuentros de alto nivel con el divino.

Steven Seagal, el robótico y estúpido «actor» que nos dio Difícil de matar y Alerta máxima, ha sido proclamado lama reencarnado y un portador sagrado, o tulku, del budismo tibetano. Esta decisión, ratificada por Penor Rinpoche, jefe supremo de la Escuela Nyingma de budismo tibetano, provocó inicialmente la incredulidad de Richard Gere, que hasta entonces se había considerado la superestrella preferida. «Si alguien es un tulku, es genial —se informó que dijo—. Pero nadie sabe si eso es cierto». Qué perspicaz, aunque fuera accidentalmente. En una aparición posterior en Los Ángeles junto al Dalai Lama, Seagal estaba sentado en primera fila y Gere dos filas por detrás, lo que otorgó a la humildad y sumisión del segundo una exposición ante la opinión pública. Las insinuaciones de que la fortuna de Seagal lo ayudó a elevarse al estatus propio del Himalaya de un tulku no han sido completamente descartadas, ni siquiera entre algunos adeptos e iniciados.

Defensores de la deidad Dorje Shugden —un «protector del Dharma» y un antiguo objeto de adoración y propiciación en el Tíbet— han recibido amenazas de violencia y ostracismo e incluso de muerte después de que el Dalai Lama prohibiera abruptamente a esta divinidad antes venerada. Un documental de la televisión suiza intercala gráficamente imágenes de Su Santidad, que niega todo conocimiento de amenazas e intimidación, con escenas de sus seguidores, que blanden con entusiasmo pósters de «Se busca» y otra parafernalia de excomunión y persecución.

Pese a que niega ser un «Papa» budista, el Dalai Lama nunca es más feliz que cuando medita de una manera célibe sobre la vida sexual de la gente que no conoce. «La mala conducta sexual en el hombre y la mujer consiste en el sexo oral y anal —ha dicho repetidas veces cuando promocionaba su libro sobre estas cuestiones—. Usar la propia mano es una mala conducta sexual». Pero, como siempre sucede con las estipulaciones religiosas, hay una delirante cláusula de escape. «Mantener relaciones sexuales con una prostituta, a la que pagas tú mismo y no una tercera persona, no constituye un comportamiento impropio». No puede decirse todo esto solo para aplacar a Richard Gere, o para atraer el dinero de los derechos de Pretty Woman.

He hablado con algunos seguidores de Dorje Shugden, que parecen bastante sinceros y sin duda parecen bastante asustados, pero no puedo acompañarles en su insistencia sobre la «ironía» de todo esto. El budismo puede ser tan sanguinario como cualquier otro sistema que se basa en la fe y la tribu. El ejército cambo yano de Lon Nol era budista, al menos nominalmente. Solomon Bandaranaike, el primer líder electo de la Sri Lanka independiente, fue asesinado por un militante budista. Los pogromos dirigidos por budistas contra los tamiles abrieron la larga y desastrosa guerra comunal que continúa asolando Sri Lanka. El llamado SLORC, el fascismo militar que dirige Birmania, es oficialmente una junta budista. He oído, entre susurros, que en el viejo Tíbet, esa tierra prístina y contemplativa, los lamas eran aliados del feudalismo y, sin la menor sonrisa, infligían castigos medievales como dejar ciegos a los infractores o azotarlos hasta la muerte.

Sin embargo, todos los medios occidentales se ponen acríticamente al servicio de un simple mortal que, como mínimo, proclama la completa estupidez de la reencarnación y afirma la creencia siniestra, si no en realidad loca, de que la muerte solo es una etapa en un gran ciclo que parece compuesto de trivialidad y sometimiento. ¿Qué necesidad hay, pues, de preocuparse por el armamento nuclear, el frenesí sectario, o la venta de indulgencias a hombres como Steven Seagal? Sin duda, la «armonía» irrumpirá. Durante su visita a Pekín, el hipócrita baptista y sentimental que es nuestro presidente se volvió hacia el dictador que hacía de anfitrión, le recomendó que se reuniera con el Dalai Lama y le aseguró que los dos se llevarían bien. Es fácil que sea así. Ambos son criaturas del mundo material.

The Nation, 27 de julio-3 de agosto de 1998

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