Imaginarlo
sin el propósito de establecer una escena póstuma,
una escena del crimen;
sin método, sin cálculo de su parte:
la madera de la mesa se había puesto así,
envejeció sola, de manera confusa,
en parte tiempo, en parte ácidos, grasa, sales diversas
-la del sudor de su mano incluida-,
el sol, sobre todo, que daba
en ese ángulo todas las tardes, poco antes
o después, según el solsticio,
sin que le importara, sin que lo pensara;
la madera de la mesa en que había apoyado el libro,
el vaso, el cenicero suvenir, cascado:
no biografía, no un mensaje,
y de todos modos signos, como sus facturas, papeles,
las pantuflas también desgastadas, una mancha de tinta
o pintura o carbón en el costado.
¿Con otro propósito? ¿Con cuál?
Las cosas escriben hasta que se dispersan también:
no lo ignora el agonista, y opta por corregirlas,
hacer que vivan, que lo representen
después de ido,
adecuarlas, o dejarlas correr,
que hablen solas
o no hablen, o digan nada.
Ejemplo: esas gotas que aún patinan
sobre el enlozado del lavatorio.
En El Cairo, 2015


0 Comentarios