Más

6/recent/ticker-posts

César Aira - Siempre mejor

César Aira - Siempre mejor

Un escritor de edad avanzada no ignora (en general) que escribía mejor antes, cuando era más joven. Todos se lo dicen, y al fin tiene que reconocerlo. ¿Pero cuánto más joven? Suponiendo que su acmé hubiera llegado a los treinta años, y su plenitud creativa hubiera durado hasta los cincuenta, a partir de ahí puede postularse que empezó una decadencia que tuvo que ser gradual, porque las decadencias siempre lo son. A los cincuenta y cinco apenas si se notaba, era discutible y se la podía negar. A los sesenta sólo una decidida vocación de negar podía hacerlo. Diez años después, las pruebas estaban a la vista. Ahora bien, así como se acepta el hecho se debe aceptar la modalidad que adoptó: el gradualismo. Aquí también se aplica lo de “la Naturaleza no da saltos”. Si bien la percepción del proceso fue discontinua, en tanto dependía de las fechas de aparición de los libros, la escritura de éstos se hizo día a día, y ahí fue donde tuvo lugar el proceso. Aun cuando no escribiera todos los días, el avance de sus debilidades sí sucedía cada día. Al poner ese continuo en la realidad, el escritor concluye que está sucediendo todo el tiempo, el que mide el santoral pero también el que mide el segundero de su reloj pulsera. De ahí saca algunas consecuencias prácticas para su trabajo.

Lo que escribió ayer es mejor que lo que va a escribir hoy. Eso le da un color especial a su jornada de trabajo. ¿Y si deja de escribir un día? La calidad de lo que escribió dos días atrás se incrementa en relación con lo que escribe cuando regresa a su cuaderno.

Acepta lo irremediable del asunto. No se rebela. Busca el modo de sacarle provecho, o de utilizarlo. Revertir el día anterior sobre el presente. Hacer del día presente el día anterior del que le sigue. Con todo eso, se vuelve un saltimbanqui de los días.

Eso en cuanto a sus jornadas. Con lo que pasaba dentro de las jornadas era lo mismo, ajustando las proporciones. Cuando escribía una página y pasaba a la siguiente sabía que ésta no estaría a la altura de aquella. Pero no tenía por qué fragmentar el tiempo en páginas; no debía cortarlo en nada, ya que era un continuo. De modo que también cuando escribía una oración el declive estaba actuando. El primer miembro de la oración, que dado su estilo clásico y correcto solía ser el sujeto, tenía una calidad ligeramente superior al segundo, el predicado. Esa diferencia de calidad, claro está, se hallaba en los umbrales mismos de lo imperceptible. No podía ser de otro modo: si la diferencia de un año a otro era discutible tanto más lo sería la de un minuto a otro. Pero estaba ahí, él lo sabía aunque no la viera.

Habría sido deprimente, y hasta paralizante, si no hubiera habido otro lado por el que verlo (típico, o muy propio, de este asunto, que tenga otro lado desde el cual encararlo). Y era que cada página que escribiera sería automáticamente mejor que las siguientes. O sea que siempre estaba escribiendo algo mejor. Y más aún: como cada palabra estaba en un nivel de calidad superior a las que le seguían, ese mejor estaba a su vez poblado de mejores.

En Ideas diversas

Publicar un comentario

0 Comentarios