Leo de ti la tarde en la ciudad
que buscaba las nubes
en la vocal herida
del árbol y la flauta, del pastor y la oveja,
y la paciencia blanca de los cisnes vencidos
en lao de las piedras
de los lagos de Francia.
Las torres se conjugan en levísima angustia,
y las calles se mueven con las novias ya viejas,
unas en otras, graves,
a personas y tiempos, con su ser y no ser.
Ahora lee tú, Pretexta, senadora,
y tu lección vendrá beata de paciencia
del amor y del llanto.
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