19 abr 2024
Carlos Mastronardi - Unidades
El huracán y el pino se abrazan, ya completos,
tu planta y el sendero forman un ser coherente,
y la nave es origen del mar, que surca urgente,
o que sueña, nostálgica junto a los muelles quietos.
Tu pecho es la vivienda del aire y del aroma,
el criminal y la horca son un orbe cerrado,
y simétricas vienen a su opuesta reinado,
desde la nada al mundo, la fiera y la paloma.
La herida espera el golpe de la profunda espada.
Trama el hijo esta noche nupcial que lo procrea
y dicta el doble fuego del amante y la amada
cuando es vida incorpórea que ver la luz desea.
Saltando años y siglos, por acuerdos ocultos,
se conciertan las cosas que vivieron lejanas.
El desierto fue creado por lentas caravanas
cuyos hombres quedaron en la arena sepultos.
El laurel es el íntimo padre de la batalla,
y ese grito que hiere la calma del ambiente
lo integra y antecede desde el mañana: hoy calla
la boca que no existe para el mero presente.
Hermanos invisibles, cetros de un mismo imperio,
el futuro nos rige tanto como el pasado.
Busca un incendio a Troya, que aún no se ha fundado.
Yo ensayo, bosquejo a Otro que acecha en el misterio.
El porvenir retiene la plegaria en el labio
del creyente, y ya el templo da pompa a las alturas.
El libro que no ha escrito construye al joven sabio
y en secreto le impone las palabras futuras.
Como miembros dispersos que al fin se corresponden,
el arquero y el ciervo son una misma cosa,
y dormido en los círculos de esplendor que lo esconden,
el gusano es la última, cruel razón de la rosa.
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