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Giorgio Manganelli - Esfera

Giorgio Manganelli - Esfera

Una mujer ha parido una esfera; se trata de un globo de un diámetro de veinte centímetros; el parto ha sido fácil, sin complicaciones. Se desconoce si la mujer estaba o no casada; un marido habría imaginado una relación con el demonio, y la habría echado o tal vez matado a martillazos. De modo que no tiene marido. Se dice que es virgen. En cualquier caso, es una buena madre: siente mucho cariño por la esfera. Como la esfera no tiene boca, la madre la alimenta sumergiéndola en una minúscula bañera llena de su leche; la bañerita está adornada con flores. La esfera es totalmente lisa. No tiene ojos, ni órganos para moverse, y sin embargo rueda por la habitación, sube las escaleras, dando ligeros saltitos, con mucha gracia. Está hecha de una materia más rígida que la carne, pero no del todo carente de elasticidad. Muestra con sus movimientos una voluntad decidida, algo que podría denominarse claridad de ideas. La madre la lava cada día, la alimenta. En realidad, nunca está sucia. Aparentemente, no duerme, aunque jamás estorbe a la madre: no emite ningún sonido. Sin embargo, la madre cree saber que, en determinados momentos, la esfera está ansiosa de ser tocada por la madre; le parece que en aquellos momentos su superficie es más blanda. La gente evita a la mujer que ha parido la esfera, pero la mujer no se da cuenta. Todo el día, toda la noche, su vida gira en torno a la perfección patética de la esfera. Sabe que aquella esfera, por muy prodigiosa que sea, es extremadamente joven. La ve crecer lentamente. Al cabo de tres meses, su diámetro ha aumentado casi cinco centímetros; en ocasiones, la superficie, habitualmente gris, adquiere un suave colorido rosado. La madre no enseña nada a la esfera, sino que intenta aprender de ella: sigue sus movimientos, procura entender si «quiere decir» algo. Su impresión es que la esfera no quiere decir nada, y que, no obstante, le pertenece. La madre sabe que la esfera no se quedará siempre en su casa; pero esto es precisamente lo que más le interesa: sentirse implicada en una historia a un tiempo espantosa y completamente apacible. Cuando los días son cálidos y soleados, coge en brazos la esfera y pasea en torno a la casa; en ocasiones llega hasta un jardín, y tiene la impresión de que la gente comienza a acostumbrarse a ella, a su esfera. Le gusta hacerla rodar sobre los arriates, seguirla y capturarla con un gesto de asustada pasión. La madre ama a la esfera, y se pregunta si alguna vez ha habido alguna mujer que haya sido tan madre como ella. 

En Centuria

Traducción: Joaquín Jordá

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