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Alberto Girri - Preguntarse, cada tanto

Alberto Girri - Preguntarse, cada tanto

Qué hacer

del viejo yo lírico, errático estímulo,

al ir avecinándonos a la fase

de los silencios, la de no desear

ya doblegarnos animosamente

ante cada impresión que hierve,

y en fuerza de su hervir reclama

exaltación, su canto.


       Cómo, para entonces,

persuadirlo a que reconozca

nuestra apatía, convertidas

en reminiscencias de oficios inútiles

sus constantes más íntimas, sustitutivas

de la acción, sentimiento, la fe;

       su desafío

a que conjuremos nuestras nadas

con signos sonoros que por los oídos andan

sin dueños, como rodando, disponibles

y expectantes,

       ignorantes

de sus pautas de significados,

de dónde obtenerlas:

       y su persistencia, insaciable,

para adherírsenos, un yo

instalado en otro yo, vigilando

por encima de nuestro hombro

qué garabateamos;


       y su prédica

de que mediante él hagamos

florecer tanto melodía cuanto gozosa

emulación de la única escritura

nunca rehecha por nadie,

       la de Aquel

que escribió en la arena, ganada

por el viento, embrujante poesía

de lo eternamente indescifrable.


      Preguntárnoslo, toda vez

que nos encerremos en la expresión

idiota del que no atina a consolarse

de la infructuosidad de la poesía

como vehículo de seducción, corrupción,

       y cada vez

que se nos recuerde que el verdadero

hacedor de poemas execra la poesía,

que el auténtico realizador

de cualquier cosa detesta esa cosa. 


En Quien habla no está muerto

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