20 may 2023
Billy Collins - Nueve caballos
Versión: Isaías Garde
Para mi cumpleaños,
mi mujer me regaló nueve cabezas de caballo,
fotos espectrales en cuadrados de mármol negro,
nueve cuadrados puestos en un cuadrado grande,
algo tan pesado que el artista mismo
se ofreció a colgarlo
de una viga de madera contra una pared blanca.
Pálidas cabezas de caballos de perfil
como si el flash los hubiera sorprendido caminando en la noche.
Cabezas de caballos pálidos
que dominan mi sillón de lectura,
los ojos tan vacíos que deben estar llorando,
las bocas tan abiertas que podrían estar muertas-
el fotógrafo parado ante ellos
sobre el piso de paja, su auto negro estacionado en la puerta del establo.
Nueve caballos blancos,
o un solo caballo al que la cámara multiplicó por nueve.
No importa, hay tanta tristeza concentrada
en esas largas caras blancas,
tan lejos del pasto y del terrón de azúcar-
la cara de San Bartolomé, la cara de Santa Agnes.
Extraño equipo de caballos
que no tiran de nada,
miren desde lo alto estos trámites diarios.
Miren desde lo alto esta mesa y estos vasos,
las servilletas plegadas,
las bodas nocturnas de cuchillo y tenedor.
Miren desde lo alto como un dios de nueve cabezas
y dennos una señal de desagrado
o de amable indulgencia
para que nos regocijemos en el error de nuestros caminos.
Miren desde allí este anillo
de velas parpadeando bajo sus pálidas cabezas.
Que sus ojos sufrientes
y sus muertes anónimas
sean el freno que nos impida separarnos unos de otros,
sean la cincha que nos sujete al vientre de cada día
que se escapa al galope, con sus cascos chispeantes en la noche.
Nine Horses
For my birthday,
my wife gave me nine horse heads,
ghostly photographs on squares of black marble,
nine squares set in one large square,
a thing so heavy that the artist himself
volunteered to hang it
from a wood beam against a white stone wall.
Pale heads of horses in profile
as if a flashcube had caught them walking in the night.
Pale horse heads
that overlook my reading chair,
the eyes so hollow they must be weeping,
the mouths so agape they could be dead—
the photographer standing over them
on a floor of straw, his black car parked by the stable door.
Nine white horses,
or one horse the camera has multiplied by nine.
It hardly matters, such sadness is gathered here
in their long white faces
so far from the pasture and the cube of sugar—
the face of St. Bartholomew, the face of St. Agnes.
Odd team of horses,
pulling nothing,
look down on these daily proceedings.
Look down upon this table and these glasses,
the furled napkins,
the evening wedding of the knife and fork.
Look down like a nine-headed god
and give us a sign of your displeasure
or your gentle forbearance
so that we may rejoice in the error of our ways.
Look down on this ring
of candles flickering under your pale heads.
Let your suffering eyes
and your anonymous deaths
be the bridle that keeps us from straying from each other
be the cinch that fastens us to the belly of each day
as it gallops away, hooves sparking into the night.
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