Roberto Arlt - ¿Darse a quién?

20 ago 2020

Roberto Arlt - ¿Darse a quién?


Roberto Arlt - ¿Darse a quién?

Erdosain entreabre los ojos. Dios. El Infinito. Dios.

Cierra los ojos. Dios. Una oscuridad espesa se desprende de sus párpados. Cae como cortina. Lo aísla y lo centraliza en el mundo. El cilíndrico calabozo negro podrá girar como un vertiginoso trompo sobre sí mismo: es inútil. Él, con sus ojos dilatados, estará mirando siempre un punto magnético proyectado más allá de la línea horizontal.

―Más allá de las ciudades —grita su voz—. Más allá de las ciudades con campanarios. No te desesperes —replica Erdosain.

—Más allá —ulula la voz.

—¿Adónde?… ¡Decí adónde, por favor!…

La voz se repliega y encoge. Erdosain siente que la voz busca un recoveco en su carne, donde refugiarse de su horror. Le llena el vientre como si quisiera hacerlo estallar. Y el cuerpo de Erdosain trepida del mismo modo que si estuviese colocado sobre la base de un motor que trabaja con sobrecarga.

—¿Qué hacer en esta «séptima soledad»?. Yo miro en redor y no encuentro. Miro, creeme. Miro para todos lados.

Apenas es perceptible el suspiro de esa voz que gime.

—Lejos, lejos… Al otro lado de las ciudades, y de las curvas de los ríos y de las chimeneas de las fábricas.

—Estoy perdido —piensa Erdosain—. Es mejor que me mate. Que le haga ese favor a mi alma.

—Estarás enterrado y no querrás estar adentro del cajón. Tu cuerpo no va a querer estar.

Erdosain mira de reojo el ángulo de su cuarto.

Sin embargo, es imposible escaparse de la tierra. Y no hay ningún trampolín para tirarse de cabeza al infinito. Darse, entonces. Pero ¿darse a quién? ¿A alguien que bese y acaricie el cabello que brota de la mísera carne? ¡Oh, no! ¿Y entonces? ¿A Dios? Pero si Dios vale menos que el último hombre que yace destrozado sobre el mármol blanco de una morgue.

—A Dios habría que torturarlo —piensa Erdosain—. ¿Darse humildemente a quién?

Mueve la cabeza.

—Darse al fuego. Dejarse quemar vivo. Ir a la montaña. Tomar el alma triste de las ciudades. Matarse. Cuidar primorosamente alguna bestia enferma. Llorar. Es el gran salto, pero ¿cómo darlo? ¿En qué dirección? Y es que he perdido el alma. ¿Se habrá roto el único hilo?… Y, sin embargo, yo necesito amar a alguien, darme forzosamente a alguien.

—Estarás enterrado y no querrás estar dentro del cajón. Tu cuerpo no querrá estar.

Erdosain se pone de pie. Una sospecha nace en él:

—Estoy muerto, y quiero vivir. Esa es la verdad.

En Los lanzallams