No escribo yo,
ellos me escriben,
yo salto, corro, juego, río, bailo
mientras estoy sentada,
huelo la flor, trepo a la rama,
husmeo el viento, mordisqueo
la orejita iluminada del aire,
lo divierto, él se ríe,
me devuelve cosquillas,
tiene gusto a jugo de gramilla,
a pétalo de rosa,
a hoja de limonero, a hoja de menta,
a breva despanzurrada de tanto jugo,
a latón helado y dulce
del tanque del molino contra la lengua,
tiene gusto al agua que se derrama
en la siesta embaucadora,
ardiente, blanca, con aires de pitonisa
y sonrisa de fauno,
ellos son lo que soy
y yo soy ellos,
en este desvarío que nos está llevando
hacia ninguna parte o hacia todas,
y es lo mismo, para nuestro
entendimiento pueril,
si estoy quieta e inmóvil,
si soy como una cáscara vacía,
la muda abandonada por la chicharra en la corteza,
ellos me están llevando,
quién dijo que no existe la dicha
en sus vuelos de transparencias celestes
amarillas,
en el cuerpito de una mora, en el racimo
de glicinas hamacado
entre las hojas,
en el bostezo oscuro de la sombra
por los multiplicados caminos
que tejen una invisible red
resistente, oscilante, etérea
y decidida como rayo de sol
donde se cruzan y se entretejen
al azar de mil combinaciones
los misterios, las alquimias,
las fusiones, y quién sabe…
los enigmas de nacimientos, muertes y resurrecciones.


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