Miranda July - Esa persona

13 mar 2024

Miranda July - Esa persona

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Miranda July - Esa persona

Una persona está emocionándose en este instante. Alguien, en algún lugar, tiembla de emoción porque algo extraordinario está a punto de ocurrirle a esa persona. Esa persona se ha vestido para la ocasión. Esa persona ha esperado y soñado con este momento, y ahora está sucediendo de verdad, y esa persona apenas si puede creérselo. Pero la cuestión ya no consiste en creer: el tiempo de la fe y de la fantasía ha concluido; esto está sucediendo de verdad. Esto requiere una actitud sumisa y reverente. Es posible que tenga que arrodillarse, igual que cuando alguien es armado caballero. Es muy raro que a alguien le den el título de caballero. Pero esa persona es posible que se arrodille y que reciba un toque de espada en cada hombro. O lo más probable es que esa persona esté dentro de un coche, o en una tienda, o bajo un toldo de vinilo cuando ocurra. O hablando por teléfono, o conectada a internet. Podría ser la respuesta a un mail suyo: Ahí tienes tu título de caballero. O un largo, jocoso y farragoso mensaje telefónico en el que todas las personas a las que esa persona conoce hablan a través de un manos libres y todas le dicen a la vez: Has pasado la prueba, todo era una prueba. Estábamos gastándote una broma, la vida real es mucho mejor que eso. Esa persona se ríe a carcajadas, con alivio, y vuelve a poner el mensaje para escuchar la dirección del lugar en que todas las personas que ha conocido a lo largo de su vida la esperan para darle un abrazo y para incorporarla a la vida real. Es muy emocionante, y no se trata de un sueño, sino que está ocurriendo de veras.


La esperan junto a una mesa con bancos adosados en un parque por el que esa persona ha pasado antes muchas veces. Allí están ellos, allí están todos sus conocidos. Hay globos atados a los bancos, y la chica que solía ponerse al lado de esa persona en la parada del autobús está agitando una serpentina. Todos sonríen. Por un instante, se intimida ante aquella escena y siente la tentación de huir, pero eso sería como si esa persona se deprimiese en el día más feliz de su vida, de modo que esa persona se sobrepone y se une al grupo.

Los profesores de algunas asignaturas que a esa persona no se le daban bien la besan y abjuran de las asignaturas que enseñaban. Los profesores de matemáticas le confiesan que las matemáticas eran tan solo una manera anómala de decirle «Te quiero». Pero ahora están diciéndoselo: te queremos, y los profesores de química y de educación física también están diciéndoselo, y esa persona tiene la certeza de que lo dicen en serio. Es algo asombroso. Algunos pardillos, imbéciles y gilipollas se dejan ver por allí de vez en cuando, y es como si se hubiesen hecho una operación de cirugía estética: tienen la cara desfigurada por el amor. Los gilipollas guapos son simplones y amables, los pardillos feos son encantadores. Pliegan el jersey de esa persona y lo colocan cuidadosamente en algún sitio para que no se ensucie. Lo mejor es que todas las personas a las que esa persona ha querido se encuentran allí. Incluso los que se marcharon. Todos le estrechan la mano y le dicen qué difícil les resultó fingir que se habían vuelto locos, meterse luego en el coche y marcharse y no regresar nunca más. Esa persona casi no puede creérselo, aquello parecía tan real, le partieron el corazón y ya ha sanado y ahora esa persona apenas sabe qué pensar. Esa persona está medio loca. Pero todos la tranquilizan. Todos le explican que fue absolutamente necesario comprobar lo fuerte que era. Ah, mira, ahí está el médico que le recetó la medicina que dejó temporalmente ciega a esa persona. Y el hombre que le pagó dos mil dólares para que se acostara con él tres veces, cuando esa persona estaba sin un duro. Han acudido esos dos hombres, da la impresión de que se conocen. Ambos portan unas pequeñas medallas y en este instante se las están prendiendo a esa persona. Son unas insignias que premian el honor y la fortaleza. Las insignias relucen bajo el sol, y todos aplauden.

De repente, esa persona siente la necesidad de ir al apartado de correos. Es una costumbre antigua, y, aunque todos vayan a comportarse de manera fenomenal de ahora en adelante, esa persona aún desea recibir correspondencia. Esa persona dice que volverá enseguida y todos los conocidos le dicen: De acuerdo, no hay prisa. Esa persona se sube al coche y conduce hasta correos, abre el apartado, pero no hay nada. Aunque sea martes, que es un día en que todo el mundo sabe que llega mucho correo. Esa persona se decepciona tanto que vuelve al coche y, olvidándose por completo del pícnic, conduce hacia su casa y activa el buzón de voz, pero no hay ningún mensaje, solo aquel en que le decían que había pasado la prueba y que la vida era algo mejor. Tampoco tiene ningún correo electrónico, quizá porque todo el mundo está en el parque. A esa persona no le parece oportuno volver al pícnic. Esa persona se da cuenta de que quedarse en casa significaría dejar plantados a todos sus conocidos. Pero el deseo de quedarse en casa es muy fuerte. Esa persona quiere darse un baño y después irse a la cama a leer.

En la bañera, esa persona remueve las burbujas y escucha el sonido de millones de burbujas reventando a la vez. Casi parece más un único y suave sonido que muchos sonidos imperceptibles. Sus pechos apenas sobresalen del agua. Esa persona mueve las burbujas encima de sus pechos y hace figuras extrañas con la espuma. Pero ahora todos deben de haberse percatado de que esa persona no va a volver al pícnic. Todos estaban equivocados; esa persona no es la que todos creían que era. Esa persona se sumerge bajo el agua y mueve el pelo como si fuese una anémona. Esa persona puede permanecer bajo el agua durante un tiempo impresionante, pero solo en la bañera. Esa persona se pregunta si alguna vez habrá una competición olímpica que consista en aguantar la respiración bajo el agua de la bañera. Sin duda, si hubiese tal competición, esa persona sería la ganadora. Una medalla olímpica la redimiría a los ojos de todos sus conocidos. 

Pero tal modalidad no existe, de modo que no habrá redención alguna. Esa persona se lamenta por haber arruinado la única oportunidad que tenía de ser querida por todos. Mientras esa persona se mete en la cama, el peso de esa tragedia parece oprimirle el pecho. Pero es un peso reconfortante, algo parecido al peso de un cuerpo humano. Esa persona suspira. Los ojos de esa persona empiezan a cerrarse. Esa persona se duerme.

En Nadie es más de aquí que tú

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