En un atardecer cualquiera, por ejemplo, en que se halle el turista ingenuo, retirado de nuestros horrores económicos, la mano de un maestro anima el clavicordio de los prados; jugamos a las cartas en el fondo del estanque, espejo evocador de las reinas y de las favoritas, están a nuestra disposición las santas, los velos y los hilos de armonía, y los cromatismos legendarios, allá por el crepúsculo.
Se estremece al paso de las cacerías y de las horas. La comedia gotea sobre los tablados de césped. ¡Y el apuro de los pobres y de los débiles en lo alto de esos planos estúpidos!
Esclavo de su visión, — Alemania se levanta andamios en dirección a ciertas lunas; los desiertos tártaros se iluminan — las revueltas antiguas hormiguean en el centro del Imperio Celeste, junto a las escaleras y los sillones de reyes — un pequeño mundo descolorido y plano, África y Occidentes, va a edificarse.
Tras un ballet de mares y de noches conocidas una química sin valor, y melodías imposibles.
¡La misma magia burguesa en todos los puntos donde el correo nos deposite! El más elemental de los físicos sabe que ya no es posible someterse a esta atmósfera personal, bruma de remordimientos físicos, cuya mera comprobación es una aflicción.
¡No! — Es el momento de los baños de vapor, de los mares levantados, de los abrasamientos subterráneos, del planeta arrebatado, y de los exterminios consiguientes, certidumbres tan poco maliciosamente indicadas en la Biblia y por las Normas y que a la persona seria le será dado vigilar. — Sin embargo no será en absoluto un efecto de leyenda.
En Iluminaciones
Traducción: Ramón Buenaventura
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