Ada Limón - Un nuevo Himno Nacional

10 nov 2023

Ada Limón - Un nuevo Himno Nacional

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Ada Limón - Un nuevo Himno Nacional

Versión: Isaías Garde


La verdad es que nunca me interesó el Himno Nacional. 

Si lo pensás, no es una buena canción. 

Demasiado aguda para la mayoría de nosotros,

con ese "rojo resplandor de los cohetes"; y además hay bombas.

(Siempre, siempre hay guerra y bombas).

Una vez lo canté en la fiesta de la escuela

y hasta hice desafinar a la obstinada banda de la secundaria.

Pero la canción no significaba nada, era solo

un llamado a la acción, algo que sacarse de encima

antes de los golpes de la juventud. Y están las estrofas

que nunca cantamos, la tercera, esa que dice: "ningún refugio

pudo salvar al mercenario y al esclavo". Tal vez, en realidad

cada canción de este país 

tenga una tercera estrofa que no se canta, algo brutal

que serpentea en nosotros cuando entonamos ciegamente

las notas agudas mientras salpicamos con cerveza la tribuna

y esperamos que nuestro equipo gane. No me malinterpretes,

me gusta la bandera, me gusta verla ondular al viento, elemental, como en agua,

pero más todavía cuando está humillada,

puesta de rodillas, sostenida por alguien

que lo perdió todo; me gusta cuando no es un arma,

cuando vacila, cuando se pliega tan perfectamente

que podés guardarla hasta que la vuelvas a necesitar, 

hasta que puedas amarla otra vez, hasta que la canción en tu boca

se sienta como un alimento, una canción cuyas notas sean cantadas

incluso por los bosques eternos, por las llanuras de pastos ralos,

por la garganta del Río Rojo, por el puñado de tierra

que queda sin envenenar; esa canción que es nuestra por derecho de nacimiento,

que cantamos en silencio cuando es demasiado difícil seguir adelante,

que suena como los dedos ásperos de alguien enlazándose con los de otro,

que suena como un fósforo que se enciende en una caverna infinita, la canción que dice

que mis huesos son tus huesos, y tus huesos son mis huesos,

¿y no alcanza con esto?


A New National Anthem


The truth is, I’ve never cared for the National

Anthem. If you think about it, it’s not a good

song. Too high for most of us with “the rockets

red glare” and then there are the bombs.

(Always, always, there is war and bombs.)

Once, I sang it at homecoming and threw

even the tenacious high school band off key.

But the song didn’t mean anything, just a call

to the field, something to get through before

the pummeling of youth. And what of the stanzas

we never sing, the third that mentions “no refuge

could save the hireling and the slave”? Perhaps,

the truth is, every song of this country

has an unsung third stanza, something brutal

snaking underneath us as we blindly sing

the high notes with a beer sloshing in the stands

hoping our team wins. Don’t get me wrong, I do

like the flag, how it undulates in the wind

like water, elemental, and best when it’s humbled,

brought to its knees, clung to by someone who

has lost everything, when it’s not a weapon,

when it flickers, when it folds up so perfectly

you can keep it until it’s needed, until you can

love it again, until the song in your mouth feels

like sustenance, a song where the notes are sung

by even the ageless woods, the short-grass plains,

the Red River Gorge, the fistful of land left

unpoisoned, that song that’s our birthright,

that’s sung in silence when it’s too hard to go on,

that sounds like someone’s rough fingers weaving

into another’s, that sounds like a match being lit

in an endless cave, the song that says my bones

are your bones, and your bones are my bones,

and isn’t that enough?

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