5 mar 2023
Manuel Puig - Conciencia política
El 15 de setiembre de 1955 una revolución derrocó al régimen de Juan Domingo Perón. Gladys no había ido a clase por temor a tumultos callejeros, se levantó tarde y pidió a la doméstica —esta servía en casa de su madre desde hacía pocos meses, últimamente no duraban las personas de servicio porque Clara acostumbraba dosificar la comida— que le preparara un café. La doméstica le sirvió un pocillo y no pudiendo contener más el llanto fue corriendo al cuarto de servicio. Gladys se compadeció de la muchacha y fue a decirle —sin atinar a otra cosa— que el nuevo gobierno no abandonaría a la clase trabajadora, por el contrario, traería progreso y bienestar al país. La muchacha siguió llorando sin contestar nada. Gladys se preguntó a sí misma por qué estaba tan contenta de la caída de Perón: porque era un régimen fascista, se contestó, y era preciso recordar lo que Hitler y Mussolini habían sido capaces de hacer en el poder. Gladys además estaba contenta porque sin Perón no había riesgo de que otra vez cerraran la importación de revistas de modas y películas, y su madre no tendría más problema con el personal de servicio. Y se detendría la inflación.
En The Buenos Aires Affair
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