21 jun 2020
Georges Perec - La epidemia
El soñador (porque toda esta historia parece una novela en tercera persona) se ha sentado en la mesa de un pequeño bistrot. Aunque sea extranjero, enseguida lo consideramos como uno de los fieles habituales de la casa. El patrón y algunos clientes hablan de la epidemia. Entra el cocinero chino del restaurante de al lado (el soñador piensa que se parece a alguien que él conoce); el cocinero chino dice que hay que encontrarle un sustituto, porque él ya no puede continuar vigilando sus fuegos y cocinando en casa de las niñas al mismo tiempo. Cita, respecto a esto, el refrán de Shakespeare:
—¡No todos morían, pero a todos afectaba!
Estupefacto, el patrón del café mira al soñador: él conocía ese refrán a través de este último. En ese mismo instante, el soñador comprende que deja de ser un desconocido sentado a la mesa y que se convierte en «el personaje central»; al mismo tiempo, reconoce al cocinero chino; solo lo conoce a él. Es él quien, efectivamente, viene de vez en cuando por voluntad propia a echarle una mano a las chicas.
Ha habido una gran epidemia de cólera. Todo el mundo quiere que le examine el médico. Los síntomas son esputos de sangre. El soñador y dos de sus amigos recorren la ciudad. Llegan ante una escalera bloqueada por una multitud de chicas jóvenes, sin duda de un internado. Fingen tener prioridad, como si uno de ellos padeciese la enfermedad, para obligar al médico a ocuparse antes de ellos. El médico se ve obligado a abrirse camino entre las chicas.
Un poco más tarde, en medio de un montón de chicas tumbadas, enfermas, el soñador recoge del suelo un pedazo de tierra (y no una inmundicia o un excremento). Y descubre, tras una puerta, a su amigo J., yacente, muerto, convertido en tierra, convertido en bloque de tierra al que le falta el pedazo que él acaba de recoger.
En La cámara oscura