4 nov 2019
Byung-Chul Han - Psicopolítica
Para generar mayor productividad, el capitalismo de la emoción se apropia del juego, que propiamente debería ser lo otro del trabajo. Ludifica el mundo de la vida y del trabajo. El juego emocionaliza, incluso dramatiza el trabajo, y así genera una mayor motivación. A través de una rápida experiencia exitosa y de un sistema de gratificación instantánea se aumentan el rendimiento y el producto. Un jugador con sus emociones muestra mayor iniciativa que un actor racional o un trabajador meramente funcional.
En el juego habita una temporalidad particular. Se caracteriza por las gratificaciones y las vivencias inmediatas de éxito. Las cosas que requieren una maduración lenta no se dejan ludificar. La duración y la lentitud no son compatibles con la temporalidad del juego. La actividad de la caza se aproxima al juego, mientras que las tareas de un labrador, que requieren una maduración lenta, un crecimiento silencioso, escapan a toda ludificación. La vida no se deja transformar totalmente en caza.
La ludificación del trabajo explota al homo ludens. Mientras uno juega, se somete al entramado de dominación. Con la lógica de la gratificación del me gusta, de los amigos o los seguidores, la comunicación social se somete actualmente al modo juego. La ludificación de la comunicación corre paralela a su comercialización. Destruye la comunicación humana.
«Un cadáver domina la sociedad, el cadáver del trabajo», así comienza el Manifiesto contra el trabajo, que redactó el grupo Krisis de Robert Kurz. Según Kurz, después de la revolución microelectrónica, la producción de riqueza se ha ido separando cada vez más del trabajo humano. Sin embargo, sigue Kurz, la sociedad no ha sido nunca en tan gran medida una sociedad del trabajo como en nuestro tiempo posfordiano, en el que el trabajo deviene cada vez más superfluo. El manifiesto argumenta que precisamente la izquierda política ha transfigurado el trabajo. No solo lo ha elevado a esencia del hombre, sino que de este modo lo ha mitificado como presunto contraprincipio del capital. A la izquierda política no la escandaliza el trabajo, solo su explotación mediante el capital. De ahí que el programa de todos los partidos de los trabajadores sea el trabajo libre y no la liberación del trabajo. Trabajo y capital, según Kurz, son las caras de la misma moneda.
A pesar del gran desarrollo de las fuerzas productivas no nace un «reino de la libertad» «allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos». Marx se aferra en última instancia al primado del trabajo. Así, «el aumento de tiempo libre», «como máxima fuerza productiva», tiene que reactuar «sobre la fuerza productiva del trabajo». El aumento del tiempo de ocio incrementa, en palabras de hoy, el capital humano. El capital acapara el ocio que posibilitaría una actividad sin finalidad ni acción. Marx habla del «capital fijo que es el hombre mismo». El mismo hombre con su «general intellect» se transforma en capital. Una libertad verdadera solo sería posible mediante una completa liberación de la vida respecto del capital, de esta nueva trascendencia. La trascendencia del capital cierra el paso a la inmanencia de la vida.
Frente a la pretensión de Marx, la dialéctica de las fuerzas y las relaciones productivas no conduce a la libertad. Por el contrario, nos involucra en una nueva relación de explotación. Así, tendríamos que ir con Marx más allá de Marx para poder apropiarnos realmente de la libertad, e incluso del tiempo libre. Esta libertad solo se podría esperar de lo otro del trabajo, de una fuerza totalmente diferente que dejara de ser fuerza productiva y no se dejara transformar en fuerza de trabajo, esto es, de una forma de vida que ya no es una forma de producción, sino algo totalmente improductivo. Nuestro futuro dependerá de que seamos capaces de servirnos de lo inservible más allá de la producción.
El hombre es un ser lujoso. El lujo, en su sentido primario, no es una praxis consumista. Es, por el contrario, una forma de vida que está libre de la necesidad. La libertad se basa en desviarse y hacer lujos respecto de la necesidad. El lujo transciende la intencionalidad de darle la vuelta a la necesidad. Hoy el consumo acapara el lujo. El consumo excesivo es una falta de libertad, una coacción que es propia de la falta de libertad del trabajo. De la misma forma que el juego, el lujo, en cuanto libertad, solo es pensable más allá del trabajo y del consumo. Visto así, el lujo es afín al ascetismo.
La verdadera felicidad se debe a lo que se espacia, a lo dejado, a lo abundante, a lo vaciado de sentido, a lo excedente, a lo superfluo, vale decir, a hacer lujos respecto de la necesidad, del trabajo y del rendimiento, de la finalidad. Sin embargo, hoy se acapara hasta el excedente de capital y así se le sustrae su potencial emancipador. Además, el juego que se ha liberado del proceso de trabajo y de producción es un lujo. La ludificación como medio de producción destruye el potencial emancipador del juego. El juego posibilita un uso totalmente distinto de las cosas que las libera de la teología y la teleología del capital.
Hace un tiempo se reportaba un extraordinario suceso acontecido en Grecia. Es extraordinario porque ha sucedido precisamente en un país que tanto sufre bajo el yugo del capital. Se trata de un suceso que posee un enorme carácter simbólico, que actúa como un signo del futuro. Unos niños habían descubierto un fajo de billetes. Le daban un uso totalmente diferente: jugaban con ellos y los hacían pedazos. Esos niños se anticipaban a nuestro futuro: el mundo yace en ruinas. En estas ruinas, como esos niños, jugamos con billetes y los hacemos pedazos.
La «profanación» consiste en devolver al uso libre de los hombres las cosas que pertenecían a los dioses y que por eso habían sido sustraídas al uso humano. Esos niños griegos profanan el dinero dándole un uso totalmente distinto, es decir, juegan. En un vuelco, la profanación convierte el dinero, que hoy se ha fetichizado tanto, en un juguete profano.
Agamben interpreta la religión a partir del relegere. Por tanto, la religión significa estar atento, despierto, es decir, velar por las cosas que son sagradas y tener cuidado de que se mantengan separadas del resto. Esta separación es esencial para la religión. En consecuencia, la profanación consiste en ejercer una actitud de descuido consciente frente a aquella observancia. Esos niños griegos mostraban descuido frente al dinero al jugar con él y hacerlo pedazos. La profanación es entonces una praxis de la libertad que nos libera de la trascendencia, de esa forma de subjetivación. La profanación abre un espacio de juego para la inmanencia.
Hay dos formas de pensamiento: el que trabaja y el que juega. Tanto el pensamiento de Hegel como el de Marx están dominados por el principio del trabajo. Asimismo, el Ser y tiempo de Heidegger es todavía deudor del trabajo. La «existencia» en su «preocupación» o «angustia» no juega. Solo el Heidegger tardío descubre el juego que se basa en la «serenidad». De este modo interpreta el mundo como juego. Presiente la «apertura de un espacio de juego apenas intuido y barruntado». El «espacio de juego del tiempo» de Heidegger remite a un espacio de tiempo que está libre de la forma del trabajo. Se trata de un espacio del acontecimiento en el que se ha superado totalmente la psicología como medio de la subjetivación.
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