Fernando Pessoa - Tabaquería

20 oct 2019

Fernando Pessoa - Tabaquería

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Fernando Pessoa - Tabaquería


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
Del cuarto de uno de los millones en el mundo en el mundo que nadie sabe quién es
(Y si supiesen quién es qué sabrían),
Dan al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los seres,
Con la muerte en la humedad de las paredes y en los cabellos blancos de los hombres,
Con el Destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.

Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Salvo una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
La hilera de vagones de un tren y una partida pitada
Desde dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos en la ida.

Estoy hoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
A la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no me hice propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
De las enseñanzas que me dieron,
Me escapé por la ventana de atrás de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí solo encontré hierba y árboles,
Y la gente que había era igual a la otra.
Salgo al balcón, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Si pienso tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueños genios como yo,
Y la historia no registrará, quién sabe, a ninguno,
Ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos de remate con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿estoy más acertado o menos acertado?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay a esta misma hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas-,
Y, quien sabe, hasta realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni llegarán a los oídos de alguien?
El mundo pertenece a quien nace para conquistarlo
Y no a quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
Soñé más que Napoleón.
Abracé en mi pecho hipotético más humanidad que Cristo,
Tracé, en secreto, filosofías que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre solo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó a que le abriesen la puerta ante una pared sin puerta,

Y cantó la canción del infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo ciego.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrame la naturaleza, sobre la cabeza ardiente,
Su sol, o su lluvia, el viento que encuentra mi pelo,
Y el resto que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo un mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero despertamos y el mundo es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y él es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo indefinido.

(¡Come chocolates, pequeña;
Come chocolates!
Mira que no hay otra metafísica en el mundo que los chocolates.
Mira que ninguna religión enseña más que la confitería.
Come, pequeña sucia, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con las misma verdad con que los comes!
Pero yo pienso y, al sacar el papel plateado, que es una hoja de estaño,
Lo tiro todo al piso, como tiré la vida.)

Pero al menos, de la amargura de lo que nunca seré, queda
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico roto a lo imposible.
Al menos, consagro a mi mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble, al menos en el gesto elegante con que arrojo
La ropa sucia que soy, enrollada al curso de las cosas,
Y me quedo en casa, en camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como una estatua viva,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilisima y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana,
O célebre cocotte del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno -no concibo bien qué-
¡Todo eso, sea lo que fuere, que seas, si puede inspirar que inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como los que invocan espíritus me invoco
A mí mismo y no encuentro nada.
Me asomo por la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las veredas, veo los coches que pasan,
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como una condena a la degradación,
Y todo esto es extranjero, como todo)

Viví, estudié, amé y hasta creé,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie solo por no ser yo.
Miro cada uno de los andrajos y de las llagas y las mentiras,
Y pienso: tal vez nunca viviste ni estudiaste ni amaste ni creaste
(Porque es posible realizar todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez apenas hayas existido, como un lagarto al que le cortan la cola
Que sigue siendo cola más allá del lagarto, agitadamente.

Hice de mí lo que no supe
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí era el equivocado.
En seguida me tomaron por quien no era y no los desmentí, y me perdí.
Cuando me quise sacar la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando me la saqué y me vi en el espejo
Ya había envejecido.
Estaba borracho, ya no sabía vestir el disfraz que no me había sacado.
Me saqué la máscara y dormí en el vestidor
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Quién me concediera encontrarme como una cosa hecha por mí,
Y no quedase siempre enfrentado a la tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar existiendo,
Como una alfombra en la que tropieza un borracho
O un felpudo que hubieran robado los gitanos y que no valía nada.

Pero el dueño de la tabaquería salió y se quedó parado ante la puerta.
Lo miro, con incomodidad por la cabeza mal girada
Con incomodidad por el alma entendiendo mal.
Él morirá y yo moriré.
El dejará un cartel, yo dejaré versos.
En cierto momento morirá el cartel, también los versos.
Después de cierto tiempo morirá la calle donde estuviera el cartel,
Y la lengua en la que fueran escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que se dio todo eso.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo bajo cosas como carteles,

Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio de fondo tan cierto como el sueño del misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró a la tabaquería (¿a comprar tabaco?)
Y la realidad plausible de repente me cae encima.
Me incorporo un poco, enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.

Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensitivo y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar de malhumor.

Después me acomodo en la silla
Y sigo fumando.
Siempre que el Destino me lo conceda continuaré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez fuese feliz)
Visto esto, me levanto de la silla. Voy hasta la ventana.
El hombre ya salió de la tabaquería (¿guardando el vuelto en el bolsillo?).
Ah, lo conozco; es el Esteves sin metafísica.
(El dueño de la tabaquería salió a la puerta.)
Como por un instinto divino el Esteves se dio vuelta y me vio.
Me saludó, le grité: ¡Adiós Esteves! y el universo
Se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el dueño de la tabaquería sonrió.

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