9 sept 2019
Byung-Chul Han - Umbrales
El miedo se produce también en el umbral. Es una típica sensación liminar. El umbral es el tránsito a lo desconocido. Más allá del umbral comienza un estado óntico totalmente distinto. Por eso, el umbral siempre lleva inscrita la muerte. En todos los ritos de paso, los rites de passage, se muere para renacer más allá del umbral. La muerte se experimenta aquí como transición. Quien traspasa el umbral se somete a una trasformación. El umbral como lugar de trasformación duele. Le es inherente la negatividad del dolor: «Si sientes el dolor de los umbrales no eres un turista: puede producirse la transición[1]». Hoy, el tránsito esencialmente marcado por el umbral deja paso al pasaje sin umbrales. Con internet nos hemos vuelto más turistas que nunca. Hemos dejado de ser el homo doloris que habita umbrales. Los turistas no tienen experiencias que impliquen una transformación y un dolor. Se quedan igual. Viajan por el infierno de lo igual.
Los umbrales pueden aterrar o amedrentar. Pero también pueden regocijarnos o encandilarnos. Estimulan la imaginación para crear fantasías referidas a otros. Ese imperativo de aceleración propio de las circulaciones globales de capital, comunicación e información desmantela umbrales y, con una rotación interior extremadamente acelerada, engendra un espacio sin umbrales y liso. Aquí surge un nuevo miedo que queda totalmente desvinculado de la negatividad de lo distinto.
La comunicación digital, en cuanto nueva forma de producción, elimina rigurosamente toda distancia para acelerarse. Con ello se pierde toda distancia protectora. En la hipercomunicación todo se mezcla con todo. También las fronteras entre dentro y fuera se vuelven cada vez más permeables. Hoy nos vemos totalmente enajenados y convertidos en una «pura superficie de absorción y reabsorción de las redes de influencia[2]».
El imperativo de transparencia elimina toda falta de visión y todo hueco informativo, y deja todo a merced de una visibilidad total. Hace que desaparezcan todos los espacios de retirada y de protección. Con ello nos acerca todo hasta una proximidad amenazadora. Nada nos sirve de pantalla protectora. Nosotros mismos no somos más que pasajes en medio de la interconexión global. La transparencia y la hipercomunicación nos despojan de toda intimidad protectora. Es más, renunciamos voluntariamente a ella y nos exponemos a redes digitales que nos penetran, nos dilucidan y nos perforan. La sobreexposición y la desprotección digitales generan un miedo latente que no se explica en función de la negatividad de lo distinto, sino del exceso de positividad. En el infierno transparente de lo igual no falta el miedo. Lo amedrentador es, justamente, esa embriaguez que causa lo igual y que se vuelve cada vez más intensa.
[1] P. Handke, Phantasien der Wiederholung, Frankfurt del Meno, Suhrkamp, 1983, p. 13 [trad. cast.: Fantasías de la repetición, Zaragoza, Las Tres Sorores, 2000]
[2] J. Baudrillard, El otro por sí mismo
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