28 ago 2019
Friedrich Nietzsche – Bello y feo
Bello y feo. Nada está más condicionado, o, digamos,
limitado, que nuestro sentimiento de lo bello. Quien desease pensarlo separado
del placer del hombre en el hombre perdería inmediatamente el suelo en que asienta
sus pies. Lo «bello en sí» es meramente una palabra, ni siquiera un concepto.
En lo bello el hombre se pone a sí mismo como medida de la perfección; en casos
escogidos se adora a sí mismo ahí. Una especie no puede menos de decir «sí» de esa manera a sí misma, y solo a sí
misma.
Su instinto más bajo, el de
autoconservación y autoampliación, sigue haciéndose sentir en esas
sublimidades. El hombre cree que el mundo mismo está repleto de belleza, pero
se olvida a sí mismo como su causa. Él y solo él le ha conferido belleza, solo
que, ¡ay!, una belleza muy humana demasiado humana… En el fondo, el hombre se
refleja en las cosas, tiene por bello cuanto le devuelve reflejada su imagen:
el juicio «bello» es su vanidad de la
especie… En efecto, al escéptico una pequeña desconfianza puede lícitamente
susurrarle al oído: ¿está realmente embellecido el mundo por el hecho de que
precisamente el hombre lo toma por bello? Lo ha humanizado: eso es todo. Pero
nada, absolutamente nada nos garantiza que precisamente el hombre constituya el
modelo de lo bello. ¿Quién sabe qué aspecto presenta él a ojos de un juez más
alto en materia de gusto? ¿Quizá atrevido?, ¿quizá incluso hilarante?, ¿quizá
un poco arbitrario?… «Oh, Dioniso, divino, ¿por qué me tiras de las orejas?»,
preguntó Ariadna una vez a su filosófico amante, en uno de aquellos famosos
diálogos de Naxos. «Encuentro algo humorístico en tus orejas, Ariadna: ¿por qué
no son todavía más largas?».
En El crepúsculo de los ídolos
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