14 ago 2019
Elías Canetti - Pánico
Como se ha señalado con frecuencia, el pánico en un teatro es una desintegración de la masa. Cuanto más unidos hayan estado los espectadores por la representación, cuanto más cerrada sea la forma del teatro, que los mantiene exteriormente unidos, tanto más violenta será la desintegración.
Pero quizá pueda suceder que, por la sola representación, no haya existido de ningún modo una masa auténtica. A menudo el público no se siente cautivado, y permanece junto sólo porque ya esta allí. Lo que la obra no logró, lo produce instantáneamente un incendio. No es menos peligroso al hombre que a los animales y constituye el más intenso y antiguo símbolo de masa. La percepción del fuego lleva hasta límites insospechados cualquier sentimiento de masa que haya existido entre los espectadores. Ante el inequívoco peligro común aparece un miedo común a todos. Así, durante un corto espacio de tiempo, existe en el público una masa de verdad. Si no se estuviese en un teatro se podría huir en conjunto, como una manada de animales en peligro, y mediante movimientos sincronizados aumentar la energía de la fuga. Un terror-masivo activo de esta índole es la gran vivencia colectiva de todos los animales que viven en manadas y que, como buenos corredores, se salvan juntos.
En el teatro, la masa en cambio debe desintegrarse de la manera más violenta. Las puertas sólo dejan pasar a uno o a pocos hombres a la vez. La energía de la fuga se convierte por sí misma en una energía del rechazo. Entre las filas de asientos sólo puede pasar un hombre, y cada uno está meticulosamente separado del vecino de butaca; cada uno está sentado para sí, cada uno tiene su puesto. La distancia a la puerta más próxima es distinta para cada uno. El teatro normal busca asentar a los hombres y dejarles sólo la libertad de sus manos y voces. El movimiento de las piernas está limitado lo más posible.
La repentina orden de huida que el fuego dicta a los hombres se ve confrontada de inmediato con la imposibilidad de un movimiento común. La puerta por la que cada uno debe pasar, la que ve, en la que se ve nítidamente recortado de todos los demás, es el marco de una imagen que muy pronto lo domina. Así la masa, apenas en su apogeo, debe desintegrarse a la fuerza. Este proceso aparece en las más violentas tendencias individuales: se empuja, se golpea y pisotea alrededor de uno con frenesí.
Cuanto más se lucha «por la propia vida», tanto más evidente aparece la lucha contra los otros que lo obstaculizan a uno por todos lados. Allí están de pie como sillas, como balaustradas, como puertas cerradas, pero con la diferencia de que se abalanzan sobre uno. Empujan a uno para allá y para acá, a donde les plazca, o, mejor, hacia donde ellos mismos se ven empujados. No se perdona a las mujeres, los niños y la gente anciana, no se los distingue de los adultos. Todo esto pertenece a la constitución de la masa, en la que todos son iguales; y cuando uno mismo ya no se siente masa, aún está enteramente rodeado de ella. El pánico es una desintegración de la masa en la masa. El individuo quiere salir de su interior y escapar de una masa que está amenazada en cuanto todo. Pero como aún está inmerso físicamente en ella, debe arremeter contra ella, pues entregarse ahora sería su perdición, ya que la misma masa está amenazada. En un momento así no puede acentuar suficientemente su individualidad. Golpes y empellones tienen su réplica en otros golpes y empellones. Cuanto más da, cuanto más recibe, tanto más claramente se percibe a sí mismo, tanto más nítidamente se le hacen visibles los límites de su propia persona.
Es curioso observar hasta qué punto la masa asume para el que lucha en ella el carácter del fuego. Tal masa nace por la súbita visión de una llama o al grito de « ¡fuego!»; juega con el individuo que intenta escapar como si estuviese formada por llamas. Los hombres que hace a un lado se le antojan objetos ardientes, su contacto es hostil y cada parte de su cuerpo le asusta. Cualquiera que se interponga en el camino está contagiado de esta intención hostil general del fuego; la manera en que se propaga, en que avanza poco a poco alrededor de uno y cómo finalmente le rodea a uno enteramente se asemeja mucho al comportamiento de la masa, que lo amenaza a uno por todas partes. Sus movimientos imprevisibles, el dispararse de un brazo, de un puño o de una pierna son como las llamas del fuego, que pueden lengüetear de repente y por todas partes. El fuego como incendio de un bosque o de una estepa es una masa hostil, pudiendo llegar a despertar en cualquier hombre tal sentimiento. El fuego como símbolo de masa ha entrado en su economía psíquica y conlleva una parte inalterable de ella. Aquel enfático pisotear sobre seres humanos, que se observa tan a menudo durante pánicos y que parece tan absurdo, no es en absoluto diferente del pisotear para apagar el fuego.
El pánico como desintegración sólo puede desviarse prolongando así el estado original de miedo masivo unitario. En una iglesia que está amenazada, puede incluso provocarse: en medio de un miedo común se le reza a un dios común, en cuya mano descansa el poder de extinguir el fuego con un milagro.
En Masa y poder
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