José Saramago - «La mesa es el primer objeto»

4 jul 2019

José Saramago - «La mesa es el primer objeto»

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José Saramago - «La mesa es el primer objeto»


La mesa es el primer objeto del sueño.
Es blanca, de madera blanca, sin pintura.
Tiene papeles blancos que flotan y huyen de los gestos.
El lugar sería un despacho si no fuese una especie de ábside con peldaños.
La pared curvada, sin revoque, muestra las piedras desgastadas.
Cuando el soñador despierte, tratará de saber dónde estuvo y ha de recordar una ruina parecida, en París, en el museo de Cluny.
Pero no está seguro.
Los papeles blancos no obedecen, y esto impacienta al soñador.
De pronto hay una presencia en el ábside, no exactamente una presencia, una amenaza que se difunde y se cierne.
Comienza el terror.
El hombre que sueña quiere resistir, pero el miedo es más fuerte, y allí no hay nadie a quien tuviese que mostrar valor.
Huye por un largo pasillo y se para junto a una puerta que sin duda da a un jardín.
Mira hacia atrás, alguien va a aparecer.

Al fondo del pasillo cruza rápidamente una muchacha color de humo.
El miedo es insoportable.
La muchacha viene por el pasillo, remolineando en zigzag, rebotando de pared en pared.
«¿Quién eres?», pregunta el hombre que sueña.
«Amapola», responde la muchacha, y se ríe sin ruido.
El miedo lanza al hombre al jardín.
Cae al suelo, y la muchacha, ya no color de humo, sino sucia, cae también.
Al caer se duplica, y ambas luchan arrancándose jirones de ropas y de carne que enseguida se recomponen.
El hombre no aguanta más, tiene que liberarse ya.
Pero aparece otra muchacha, igual a las otras, y ésta es mucho mayor.
Están todos tendidos en el suelo, presos unos a otros, y sin embargo no se tocan.
La muchacha grande tiene un huevo dentro del bolsillo del delantal.

Si ese huevo se tirase al jardín y se partiera, sería el final de la pesadilla.
Porque en ese momento el hombre sabe que está soñando.
La muchacha grande se sienta en el suelo, dobla las rodillas, la falda resbala por sus muslos y el sexo queda al aire.
El huevo, es necesario quitarle el huevo.
La muchacha empieza a agitarse, riéndose.
Ha llegado el momento.
El hombre mete su mano en el bolsillo, coge el huevo.
Y se despierta.


«A mesa é o primeiro objecto»

A mesa é o primeiro objecto do sonho.
É branca, de madeira branca, sem pintura.
Tem papéis brancos que flutuam e se esquivam aos gestos.
O lugar seria um escritório se não fosse uma espécie de abside com degraus.
A parede curva, sem reboco, mostra as pedras roídas.
Quando o sonhador acordar, tentará saber onde esteve e há-de lembrar-se de uma ruína assim, em Paris, no museu de Cluny.
Mas não tem a certeza.
Os papéis brancos não obedecem, e isto impacienta o sonhador.
De repente há uma presença na abside, não bem uma presença, uma ameaça que se difunde e paira.
Começa o terror.
O homem que sonha quer resistir, mas o medo é mais forte, e não há ali ninguém a quem tivesse de mostrar coragem.
Foge por um longo corredor e pára junto de uma porta que dá certamente para um jardim.
Olha para trás, vai aparecer alguém.

Ao fundo do corredor passa de relance uma rapariga cor de fumo.
O medo é insuportável.
A rapariga vem pelo corredor, rodopiando em ziguezague, fazendo ricochete de parede a parede.
«Quem és?», pergunta o homem que sonha.
«Papoila», responde a rapariga, e ri sem ruído.
O medo lança o homem no jardim.
Cai no chão, e a rapariga, já não cor de fumo, mas suja, cai também.
Ao cair duplica-se, e as duas lutam arrancando-se bocados de roupas e de carne que logo se reconstituem.
O homem não aguenta mais, tem de libertar-se já.
Mas outra rapariga surge, igual às duas, e esta é muito maior.
Estão todos estendidos no chão, presos uns aos outros, e contudo não se tocam.
A rapariga grande tem um ovo dentro do bolso do avental.

Se aquele ovo for tirado e lançado pelo jardim fora e partido, será o fim do pesadelo.
Porque nesta altura o homem sabe que está a sonhar.
A rapariga grande senta-se no chão, dobra os joelhos, a saia escorrega sobre as coxas, o sexo fica à vista.
O ovo, é preciso tirar-lhe o ovo.
A rapariga começa a remexer-se, rindo.
Chegou o momento.
O homem mete-lhe a mão no bolso, agarra o ovo.
E acorda.


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