2 ago 2020
Joyce Carol Oates - Gatitos
Papá nos llevaba a casa en el coche. Tres en el asiento de atrás y Lula, que era su favorita, delante a su lado.
—¡Oh, papá…, mira!
En el arcén, entre los matojos, había algo pequeño, peludo y blanco que parecía vivo.
—Ay, papá, por favor…
Papá se rio. Papá frenó hasta detener el coche. Lula se bajó de un salto. Corrimos con ella y descubrimos entre los matojos tres gatitos muy pequeños, blancos y con manchas negras y rojizas.
¡Cogimos a los gatitos! Eran tan diminutos que nos cabían en la palma de la mano, ¡debían de pesar solo unos gramos! Maullaban, y apenas habían abierto aún los ojos. ¡Oh! ¡Nunca en la vida habíamos visto nada tan maravilloso! Corrimos de vuelta al coche, donde nos esperaba papá, para rogarle que nos dejara llevárnoslos a casa.
Al principio, papá dijo que no. Dijo que los gatitos se harían caca en el coche.
—Ay, papá, por favor —suplicó Lula.
Todos prometimos recoger las cacas que se hicieran los gatitos.
Así que papá cedió. A la que más quería papá era a Lula, pero los demás también nos sentíamos felices de ser sus hijos.
En el asiento de atrás llevábamos dos gatitos. En el delantero, Lula tenía el gatito más blanco.
¡Qué emocionados estábamos! ¡Qué encantados con los gatitos! Lula dijo que llamaría al más blanco Copito de Nieve, y nosotros dijimos que los nuestros se llamarían Calabaza y Carboncito, porque Calabaza tenía manchas naranjas en el pelaje blanco, y Carboncito tenía manchas negras en el pelaje blanco.
Durante varios minutos, papá condujo en silencio. ¡Solo parloteábamos nosotros! Si escuchabas con atención, podías oír aullidos minúsculos.
Entonces papá preguntó:
—¿Eso que huelo es caca?
—¡No, no! —exclamamos.
—Creo que huelo a caca.
—¡No, papá!
—A tres cacas. Las huelo.
—¡No, papá!
(Y era verdad: ninguno de los gatitos se había hecho caca).
Pero papá pisó el freno. Detuvo el coche en el puente sobre el río a las afueras del pueblo, a unos tres kilómetros de nuestra casa, al que se accedía por una rampa empinada.
—Dame a Copito de Nieve —le dijo a Lula.
Y luego nos miró a través del retrovisor entrecerrando los ojos y dijo:
—Dadme a Calabaza y a Carboncito.
Nos echamos a llorar. La que lloraba más fuerte era Lula. Pero papá le arrebató a Copito de Nieve, y luego alargó la mano hacia el asiento de atrás, con la cara roja y el ceño fruncido, para quitarnos a Calabaza y Carboncito. No teníamos fuerza suficiente ni éramos lo bastante valientes para impedir que papá cogiera a los gatitos con su mano enorme. Para entonces, los gatitos maullaban muy fuerte y temblaban de miedo.
Papá bajó del coche, y, con sus grandes zancadas, subió por la rampa hasta el puente y tiró a los gatitos por encima de la barandilla. Tres cositas diminutas que se elevaron al principio contra el cielo neblinoso, y luego cayeron rápidamente y desaparecieron.
Cuando papá volvió al coche, Lula exclamó entre lágrimas:
—Papá…, ¿por qué?
Y papá contestó:
—Porque soy vuestro padre, y yo decido cómo acaban las cosas.
En Desmembrado y otras historias de misterio y suspense