1 oct 2020
Paul Gauguin – Los camarones rosados
Invierno de 1886.
La nieve comienza a caer; es invierno. Quiero ahorraros la descripción: es simplemente la nieve. Los pobres están sufriendo. A menudo no comprenden esto los caseros.
En este día de diciembre, en la calle Lépic de nuestra buena ciudad de París, los transeúntes se dan más prisa que de costumbre, pues no tienen deseos de callejear. Entre ellos se encuentra un hombre fantásticamente vestido que, tiritan- do, se apresura para llegar a los bulevares exteriores. Está envuelto en un sobretodo de piel de oveja con una gorra que es sin duda de piel de conejo, y tiene una hirsuta barba pelirroja. Parece un arriero.
No lo miréis por encima; por más frío que haga, no sigáis vuestro camino sin observar cuidadosamente la mano blanca y graciosa y esos ojos azules que son tan claros e infantiles. Es algún pobre mendigo, seguramente.
Su nombre es Vincent Van Gogh.
Entra apresuradamente en una casa de comercio donde venden herrajes viejos, flechas de salvajes y cuadros al óleo baratos.
¡Pobre artista! ¡Pusiste un trozo de tu alma en ese cuadro que has venido a vender!
Es una pequeña naturaleza muerta, camarones rosados sobre un pedazo de papel rosado.
"¿Puede usted darme algo por este cuadro para ayudar- me a pagar el alquiler?”
"¡Dios mío, amigo, mis negocios van mal también! ¡Me piden Millet baratos! Además -agrega el comerciante-, sus cuadros, sabe usted, no son muy alegres. Ahora está de moda el Renacimiento. Bueno, dicen que usted tiene talento y me gustaría ayudarlo. Venga, aquí tiene cinco francos".
Y la moneda redonda rueda sobre el mostrador. Van Gogh la toma sin murmurar, da las gracias al comerciante y sale. Recorre penosamente el camino de regreso a la calle Lépic. Cuando ha llegado casi a su alojamiento, una pobre mujer, que acaba de salir de Saint Lazare, sonríe al pintor, esperanzada en su amparo. La hermosa mano blanca sale del sobretodo. Van Gogh es un lector, está pensando en la niña Elisa, y su moneda de cinco francos pasa a ser propiedad de la desgraciada mujer. Rápidamente, como si se avergonzara de su caridad, huye con su estómago vacío.
Vendrá el día, lo veo como si ya hubiera llegado. Entro en la sala número 9 de la galería de subastas. Al llegar yo el martillero está vendiendo una colección de cuadros. "Cuatrocientos francos por `Los Camarones Rosados': ¡Cuatrocientos cincuenta! ¡Quinientos! Vamos, señores, vale mucho más que eso". Nadie dice nada. "¡Vendido! `Los Camarones Rosados', por Vincent Van Gogh".
Diario íntimo
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