Mi mamá era mi mejor amiga. Ella también era una soñadora. Habría preferido ocultármelo, pero lo descubrí por alguna señal mínima. Las personalidades secretas se revelan en lo furtivo, y eso era lo que yo captaba antes que nada, de modo que la pobre mamá no tuvo ninguna chance de hacerse imperceptible conmigo. Mis ojos horadantes de monstruo impedían que ningún ser vivo se mimetizara con mi vida.
En Cómo me hice monja


0 Comentarios