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Antonella Anedda - En ningún lugar se nos necesita

Antonella Anedda - En ningún lugar se nos necesita

Versión: Isaías Garde


En ningún lugar se nos necesita

dentro de un mes el año

tendrá una cifra báltica, blanca

mil novecientos noventa y uno

donde el mil retrocede

hasta siglos-estepas

y el uno, hueco,

tintinea.


Nadie nos ha llamado

eran voces del huerto, silbidos

para espantar los pájaros

la poca lluvia colándose

en los caños de la casa

desierta

como un papel.

Solo están los alientos

y el cuenco empañado

y las nueces que anuncian

otoño multiplicado sobre las mesas

piedras en lugares vacíos.


En ningún tiempo se nos necesita

las noche verticales

la avenida de tilos, la liebre

transparente en la maleza

la espalda-sombra del que entonces se detenía

soplan ahora cansados

sobre la sien del siglo.


Hay una comida nocturna, relámpagos

sobre fotos abruptas

y nosotros bebemos entre tenedores opacos

las caras pegadas a los vasos

por el lento temor que se hunde

en el codo que alza una guirnalda.


Ningún tiempo nos necesita

nadie declara

el número de golpes

la exacta cifra de la hierba

ni como el aire

al azotarnos

nos endurecerá la piel, ardillas.


El deslizarse de la hojas

la lejanía de las constelaciones.

No tengo palabras oscuras

no lo bastante oscuras.

El pino se hunde en la noche

apenas descifro la memoria.


Al lado había como un recinto

y allí las cosas perduraban.


In nessun luogo c’è bisogno di noi


In nessun luogo c’è bisogno di noi

tra un mese l’anno

avrà una cifra baltica, bianca

millenovecentonovantuno

dove il mille indietreggia

fino a secoli-steppe

e l’uno, cavo,

tintinna.


Nessuno ci ha chiamato

erano voci d’orto, fischi

per scacciare gli uccelli

la poca pioggia che cola

dai tubi della casa

deserta

come carta.

Ci sono solo i fiati

e il bacile appannato

e le noci che dicono

autunno moltiplicato sopra tavoli

pietre su posti vuoti.


In nessun tempo c’è bisogno di noi

le notti verticali

e il viale dei tigli, la lepre

trasparente nel cespuglio

la schiena-ombra di chi allora sostava

ora soffiano stanchi

sulla tempia del secolo.


C’è un cibo serale, lampi

sulle foto scoscese

e noi beviamo tra le forchette brune

i volti stretti ai bicchieri

per la lenta paura che s’incide

sul gomito che alza una ghirlanda.


Nessun tempo ha bisogno di noi

nessuno dice

il numero dei colpi

l’esatta cifra dell’erba

né come l’aria

sferzandoci

ci farà dura pelle, scoiattoli.


Lo slittare di foglie

la lontananza delle costellazioni.


Non ho parole cupe

non cupe abbastanza.

Il pino s’infossa nella notte

a fatica decifro la memoria.


Di lato c’era come un recinto

e lì duravano le cose.

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