26 ago 2024
Walter Benjamin - Sobre la fe en las cosas que nos predican
Investigar el estado en que uno se encuentra cuando apela a las fuerzas oscuras, es uno de los caminos más cortos y más seguros para conocer y criticar dichas fuerzas. Ya que todo prodigio tiene dos caras, la de quien lo hace y la de quien lo recibe. Y no es raro que la segunda sea más instructiva que la primera, puesto que incluye su misterio. Por esta vez no preguntaremos más: ¿qué ocurre con alguien que se hace proyectar grafológica o quirománticamente su biografía, que encarga se establezca su horóscopo? Podríamos creer que se trata por de pronto de un afán por comparar y comprobar. Con mayor o menor escepticismo pasará revista a todas y cada una de las afirmaciones que le hagan. Pero en realidad nada de eso. Más bien lo contrario. Sobre todo tiene una curiosidad tan ardiente por el resultado que parece como si esperase de éste información sobre alguien que es para él muy importante, pero completamente desconocido. La vanidad es el combustible de ese fuego. Pronto será un mar de llamas, puesto que tropieza con su propio nombre. Pero si la exposición del nombre es de suyo una de las influencias más fuertes que concebirse puedan sobre su portador (los americanos la han empleado de manera muy práctica al hacer que los anuncios luminosos se dirijan a los Smith y a los Brown), no cabe duda que en la predicción dicha exposición va unida al contenido de lo que se diga. El asunto es así: la pretendida imagen interior que de la propia naturaleza llevamos en nosotros mismos es, de un minuto para otro, pura improvisación. Se orienta enteramente, por así decirlo, según las máscaras que le son presentadas. El mundo es un arsenal de esas máscaras. Y sólo el hombre atrofiado, devastado, las busca como un simulacro en su propio interior. Porque la mayoría de las veces nosotros mismos somos pobres en este aspecto. Por eso nada nos hace más felices que si alguien se nos acerca con un arca de máscaras exóticas y nos ofrece los ejemplares más raros, la máscara del asesino, la del magnate de las finanzas, la del viajero que da la vuelta al mundo. Mirar a través de ellas nos encanta. Vemos las constelaciones, los instantes en los que hemos sido de veras esto o lo otro o todo de una vez. Todos añoramos este juego de máscaras como ebriedad, y de ello viven hoy los echadores de cartas, los astrólogos y los que leen en la palma de la mano. Saben éstos transponernos a esas quedas pausas del destino, de las cuales sólo más tarde advertimos que contuvieron el embrión de un curso completamente distinto del que nos cayó en suerte. Que el destino se para como un corazón es algo que percibimos con un terror profundo y venturoso en esas imágenes de nuestra naturaleza aparentemente tan indigentes, aparentemente tan ladeadas, que el charlatán pone frente a nosotros. Y tanto más nos apresuramos a darle razón cuanto más sedientas sentimos ascender en nosotros las sombras de vidas que no hemos vivido jamás.
En Discursos interrumpidos
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