4 dic 2023
Salvador Dalí – El hermano muerto
Yo he vivido la muerte antes de vivir la vida. Mi hermano murió a causa de una meningitis, a la edad de siete años, tres antes de mi nacimiento. Mi madre se trastornó hasta lo más hondo de sí misma. La precocidad de este hermano, su genio, su gracia, su belleza, eran para ella otros tantos motivos de exaltación. Su desaparición fue un golpe terrible del que nunca se recobró. La desesperación de mis padres se calmó con mi nacimiento, pero su tristeza impregnaba todas las células de su cuerpo. En el vientre de mi madre yo sentía ya su angustia. Mi feto se bañaba en una placenta infernal, y esta angustia no me ha abandonado jamás. Los rastros de este hermano mayor muerto, los fui encontrando a medida que se despertaba mi sentido de observación —vestidos, retratos, juguetes—, y en la memoria de mis padres dejó unos recuerdos afectivos imborrables. Esa continua presencia de mi hermano muerto la he sentido a la vez como un traumatismo —como si me robaran el afecto— y un estimulo para superarme. Desde entonces mis esfuerzos tenderían a reconquistar mis derechos en la vida, en primer lugar provocando la atención, el interés constante de mis familiares hacia mí, mediante una especie de agresión constante.
Van Gogh se volvió loco por la presencia de un doble, muerto a su lado. Yo, no. Yo siempre he sabido contener y dominar todos mis recuerdos, aun los más atroces; tanto, que me acuerdo incluso de mi vida intrauterina.
Para ello me basta con cerrar los ojos, apretarlos con mis puños, y vuelvo a encontrar los colores del purgatorio intrauterino, los del fuego luciferino: el rojo, el naranja, el amarillo de reflejos azulados; una viscosidad de esperma y clara de huevo fosforescente en la que floto como un ángel despojado de su gracia.
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