Bruno Bettelheim - Los tres cerditos

16 mar 2020

Bruno Bettelheim - Los tres cerditos

No hay comentarios. :



Principio del placer frente a principio de la realidad

El mito de Hércules trata de la elección entre el principio del placer y el principio de la realidad. El cuento de «Los tres cerditos» se basa también en el mismo tema. 

Historias como la de «Los tres cerditos» son muy apreciadas por los niños por encima de todos los cuentos «realistas», especialmente si el narrador las presenta con sentimiento. Los niños quedan extasiados si se representa ante ellos la escena de los soplidos y resoplidos del lobo ante la puerta del cerdito. «Los tres cerditos» enseña al niño pequeño, de forma agradable y dramática a la vez, que no debemos ser perezosos ni tomarnos las cosas a la ligera, porque, si lo hacemos, podemos perecer. Los planes y previsiones inteligentes combinados con el arduo trabajo nos harán vencer incluso a nuestro enemigo más feroz: el lobo. Esta historia nos muestra, también, las ventajas que comporta el crecimiento, puesto que al tercer cerdito, que es el más listo, lo pintan normalmente como el mayor y el más grande. 

Las casas que construyen los tres cerditos son símbolos del progreso en la historia del hombre: desde una choza sin estabilidad alguna, a una de madera, llegando finalmente a la sólida casa de ladrillos. Desde el punto de vista interno, las acciones de los cerditos muestran el progreso desde la personalidad dominada por el ello hasta la personalidad influenciada por el super-yo, pero controlada esencialmente por el yo. 

El más pequeño de los tres cerditos construye su casa con paja y sin cuidado alguno; el segundo utiliza troncos, pero ambos completan su refugio lo más rápido que pueden y sin el menor esfuerzo, pudiendo así jugar el resto del día. Al vivir de acuerdo con el principio del placer, los dos cerditos pequeños buscan la gratificación inmediata sin pensar en absoluto en el futuro ni en los peligros que implica la realidad, aunque el mediano dé muestras de madurez al intentar construir una casa algo más sustancial que el pequeño. 

De los tres tan sólo el mayor ha aprendido a comportarse según el principio de la realidad: es capaz de posponer su deseo de jugar, y actúa de acuerdo con su capacidad para prever lo que puede ocurrir en el futuro, incluso es capaz de predecir correctamente la conducto del lobo, del enemigo o extraño que intenta seducirnos y atraparnos; por esta razón, el tercer cerdito puede vencer a fuerzas mucho más poderosas y feroces que él. El lobo destructor y salvaje representa las fuerzas asociales, inconscientes y devoradoras contra las que tenemos que aprender a protegernos, y a las que uno puede derrotar con la energía del propio yo.

«Los tres cerditos» causa en los niños un impacto mucho mayor que la fábula de Esopo «La cigarra y la hormiga», semejante pero claramente moralista. En dicha fábula, una cigarra, que se está muriendo de hambre en invierno, pide a una hormiga el alimento que, durante todo el verano, ha estado recogiendo laboriosamente. Ésta pregunta a la cigarra qué ha hecho durante todo el verano, y al enterarse de que había estado cantando, sin preocuparse de trabajar, le niega su ayuda, aduciendo: «Ya que pudiste cantar durante todo el verano, puedes también bailar durante el invierno». 

Este es un final típico de las fábulas que son, igualmente, cuentos populares que han ido pasando de generación en generación. «Una fábula es, en su estado original, una narración en la que, con fines moralistas, unos seres irracionales, y a veces inanimados, actúan y hablan como si tuvieran intereses y pasiones humanas» (Samuel Johnson). Ya sea de modo beato o divirtiéndonos, las fábulas afirman siempre, y explícitamente, verdades morales; no hay ningún significado oculto, no queda nada para nuestra imaginación. 

Por el contrario, el cuento de hadas deja cualquier decisión en nuestras manos, incluso la posibilidad de no tomar decisión alguna. Depende de nosotros si queremos aplicar algo del cuento a la vida real o, simplemente, regocijarnos con los sucesos fantásticos que nos relata. Nuestra propia satisfacción es lo que nos lleva a responder, en la diversión, a los significados ocultos, relacionándolos con nuestra experiencia de la vida y con nuestro actual estado de desarrollo personal. 

La comparación de «Los tres cerditos» con «La cigarra y la hormiga» acentúa las diferencias entre el cuento de hadas y la fábula. La cigarra, al igual que los cerditos y el niño mismo, se dedica a jugar sin preocuparse lo más mínimo por el futuro. En ambas historias, el niño se identifica con los animales (pues sólo un hipócrita podría identificarse con la odiosa hormiga, del mismo modo que únicamente un niño mentalmente enfermo se identificaría con el lobo); no obstante, después de proyectarse en la cigarra, no queda ya ninguna esperanza para el niño, según la fábula. Relegada al principio del placer, la cigarra no puede esperar más que la perdición; se trata de una situación de «dos alternativas», en la que, una vez hecha la elección, las cosas permanecen invariables para siempre. 

Sin embargo, el hecho de identificarse con los cerditos del cuento nos enseña que existe una evolución; posibilidades de progreso desde el principio del placer hasta el principio de la realidad, que, después de todo, no es más que una modificación del primero. La historia de los tres cerditos aconseja una transformación en la que gran parte del placer permanece reprimida, puesto que ahora la satisfacción se busca respetando las demandas de la realidad. El tercer cerdito, listo y juguetón, engaña al lobo varias veces: primero, cuando éste intenta, en tres ocasiones, atraer al cerdito fuera de la seguridad de su casa, apelando a sus deseos orales y proponiéndole excursiones en las que ambos encontrarán deliciosos manjares. El lobo intenta persuadir al cerdito diciéndole que podrían robar primero nabos, luego manzanas y, más tarde, incluso visitar a un hada. 

Sólo después de fracasar en estos intentos, el lobo trata de entrar para matarlo. Pero para ello ha de penetrar en la casa del cerdito, que vuelve a vencer, pues el lobo se desliza por la chimenea hasta caer en agua hirviendo y quedar convertido en carne cocida para el cerdito. Se ha hecho justicia: el lobo, que ha devorado a los otros dos cerditos y quería devorar también al tercero, termina siendo comida para este último. 

Así, además de dar esperanzas al niño, al que durante toda la historia se ha invitado a identificarse con uno de los protagonistas, se le muestra que, desarrollando su inteligencia, puede vencer a contrincantes mucho más fuertes que él. 

De acuerdo con el primitivo (e infantil) sentido de justicia, sólo son destruidos aquellos que han hecho algo realmente malo, sin embargo la fábula parece decirnos que es erróneo disfrutar de la vida cuándo resulta satisfactoria, como en verano. Todavía peor, en esta fábula la hormiga se convierte en un animal odioso, sin ningún tipo de compasión por el sufrimiento de la cigarra, y aquélla es la figura que el niño debe tomar como ejemplo. 

Por el contrario, el lobo es, evidentemente, un animal malo porque desea destruir. La maldad del lobo es algo que el niño reconoce en su propio interior: su deseo de devorar, y sus consecuencias, es decir, la angustia ante la posibilidad de experimentar en sí mismo igual destino. Así pues, el lobo es una externalización, una proyección de la maldad del propio niño; y la historia muestra cómo ésta puede manejarse de modo constructivo. 

Las distintas excursiones en las que el cerdito mayor obtiene comida de modo honesto suelen olvidarse fácilmente, pero constituyen una parte importante de la historia, ya que ponen de manifiesto la diferencia existente entre comer y devorar. El niño, inconscientemente, la asimila como la diferencia que hay entre el principio del placer descontrolado, cuando uno quiere devorarlo todo en seguida, ignorando las consecuencias, y el principio de la realidad, según el cual se consiguen alimentos de manera inteligente. El mayor de los cerditos se levanta temprano para traer a casa los dulces antes de que el lobo aparezca en escena. ¿Cómo se puede demostrar mejor en qué consiste y cuál es el valor de actuar según el principio de la realidad, sino presentando al cerdito, que se levanta pronto por la mañana para asegurarse la deliciosa comida y evita, así, los malvados deseos del lobo? 

Normalmente, en los cuentos de hadas es el niño más pequeño quien al final se alza victorioso, aunque en un primer momento le creamos insignificante y lo menospreciemos. «Los tres cerditos» se sale de esta norma, al ser el mayor quien, a lo largo de todo el cuento, muestra ser superior a los otros dos. Podemos encontrar una explicación al hecho de que los tres cerditos sean «pequeños» e inmaduros, como lo es el propio niño. Éste se identifica progresivamente con cada uno de ellos y reconoce la evolución de esta identidad. «Los tres cerditos» es un cuento de hadas por su final feliz, y porque el lobo recibe lo que se merece. 

El sentimiento de la equidad del niño queda satisfecho cuando el lobo recibe su castigo, pero se ofende su sentido de la justicia al dejar morir de hambre a la cigarra, aunque ésta no hiciera nada malo. Los tres cerditos representan los distintos estadios del desarrollo humano, y, por esta razón, la desaparición de los dos primeros cerditos no es traumática; el niño comprende, inconscientemente, que tenemos que despojarnos de nuestras primeras formas de existencia si queremos trascender a otras superiores. Al hablar a los niños del cuento de «Los tres cerditos», encontramos sólo regocijo en cuanto al merecido castigo del lobo y la astuta victoria del cerdito mayor; no se manifiesta dolor alguno por el destino de los dos pequeños. Incluso un niño de corta edad puede comprender que los tres cerditos no son más que uno solo en sus distintas etapas, cosa que adivinamos por sus respuestas al lobo, utilizando exactamente las mismas palabras: «No, no, no, que me vas a comer». Si sobrevivimos únicamente en una forma superior de identidad, es porque así debe ser. 

«Los tres cerditos» guía el pensamiento del niño en cuanto a su propio desarrollo sin decirle nunca lo que debería hacer, permitiendo que el niño extraiga sus propias conclusiones. Este método contribuye a la maduración, mientras que si explicamos al niño lo que debe hacer lo único que conseguimos es sustituir la esclavitud de su inmadurez por la servidumbre que implica seguir las órdenes de los adultos.


En algunas versiones más recientes los dos cerditos pequeños sobreviven, lo cual despoja al cuento de su impacto original. Existen algunas modificaciones en que los cerditos poseen un nombre, cosa que disminuye la posibilidad de que el niño los considere como representaciones de los tres estadios de desarrollo. Por otra parte, algunas versiones afirman que la búsqueda del placer impidió que los cerditos pequeños construyeran sus casas más sólidas, y, por lo tanto, más seguras; el más pequeño hace su refugio de barro porque resulta muy agradable revolcarse en él, mientras que el segundo cerdito se sirve de coles para construir su vivienda porque le encanta comerlas.

En Psicoanálisis de los cuentos de hadas
© Francois Leclaire/Sygma/CORBIS

No hay comentarios. :

Publicar un comentario