Yasunari Kawabata - Las serpientes

13 sept 2019

Yasunari Kawabata - Las serpientes

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Yasunari Kawabata - Las serpientes


Ineko, de cuarenta y cuatro años, tuvo este sueño.

No era su casa; era sin duda alguna casa a la que había ido pero, al despertarse y reflexionar, no podía determinar de quién era. En el sueño, la señora Kanda, mujer del presidente de la compañía, tenía un aire de dueña de casa. Ineko había imaginado que se encontraba en la casa de los Kanda. Pero la apariencia de la sala y la disposición eran diferentes de las que tenía la verdadera casa de los Kanda.

Cuando al principio vio los pájaros, a Ineko le pareció que su marido también estaba en la habitación. Aparentemente estaban sólo ellos.

Después de oír el relato del sueño, su marido le preguntó:

—¿Los pájaros estaban en jaulas o venían del jardín?

A Ineko le costó encontrar una respuesta.

—Estaban en la sala. Caminaban alrededor de la sala.

Había dos pájaros, pequeños como colibríes y con largas plumas en la cola. Sus cuerpos eran más pequeños que el largo de la cola, y las plumas de la cola eran muy grandes y tupidas, y destellaban como joyas.

Ineko tenía la impresión de que las plumas estaban hechas con varias piedras preciosas. Cuando se movían, colores hermosos y luces se escalonaban delicadamente en ellas, como si varias piedras preciosas refulgieran, al captar los cambios de la luz con sus facetas.

Cuando los pájaros se posaron en la mano de Ineko y agitaron sus alas, éstas también brillaron con efectos iridiscentes de cinco o siete tonalidades.

Fuera de asombrarse ante tanta belleza, Ineko no había sentido nada. No le parecía extraño que un pájaro con una cola enjoyada estuviera posado en su mano.

En algún momento su marido había salido de la habitación. Ahora la señora Kanda estaba allí.

En la habitación, el hueco ornamental estaba del lado oeste. Del sur al este estaba el jardín, con un corredor a los dos lados del salón. En el ángulo nordeste, el corredor daba una vuelta y se convertía en el corredor de la sala. Ineko y la señora Kanda estaban sentadas en la esquina nordeste.

Cinco serpientes reptaban por la sala. Al verlas, Ineko no gritó pero se preparó para escapar.

—Está bien. No hay de qué preocuparse —dijo la señora Kanda.

Cada una de las serpientes era de un color diferente. Incluso después de despertarse, Ineko recordaba nítidamente los colores. Una era negra, otra rayada, la tercera roja como una serpiente de montaña, la cuarta tenía el mismo diseño de las víboras pero con colores más vivos, y la quinta tenía el resplandor de la mexicana ópalo de fuego, una serpiente tremendamente hermosa.

«Qué hermosas», pensaba Ineko.

De algún lado había llegado la anterior esposa de Shinoda y allí estaba sentada. Joven y encantadora, parecía una bailarina. Aun cuando la señora Kanda parecía de su verdadera edad y la propia Ineko de la suya, la anterior esposa de Shinoda estaba incluso más joven que cuando Ineko la había conocido veinticinco años antes. Su encanto se diseminaba a su alrededor.

La anterior señora de Shinoda vestía un kimono liso de color verde.

Y si sus vestidos se veían pasados de moda, su peinado era de una total actualidad. Recogido atrás, era irritantemente elaborado. Un adorno irisado estaba colocado adelante. Era como una peineta circular con varias piedras, o como una pequeña diadema. Había piedras rojas y verdes, con predominio de diamantes.

—Qué bello.

Como Ineko lo miraba, la primera mujer de Shinoda se llevó la mano a la cabeza y se quitó el ornamento. Lo extendió a Ineko, diciendo: «¿no me lo compraría?».

Mientras lo sostenía frente a la cara de Ineko, el adorno de cabello empezó lentamente, desde uno de sus extremos, a moverse con ondulaciones. Y al final, era una serpiente. Una pequeña serpiente.

De otra parte de la casa llegaba el sonido de agua corriendo y voces de criadas. En la esquina más lejana había una despensa con objetos para el té. Dos criadas lavaban batatas.

—Mira bien lo que compras. ¿No son éstas demasiado grandes? —decía una de ellas.

La otra respondía:

—Es injusto. Elegí las grandes creyendo que serían buenas y ahora me reprenden.

En ese momento Ineko se despertó.

En el sueño, sin que ella le diera mayor importancia, también el jardín estaba infestado de serpientes.

—¿Era un hervidero?

A esta pregunta de su marido, Ineko respondió de un modo preciso:

—Había veinticuatro.

Además, en una habitación aparte, detrás de la sala, parecía haber una reunión de hombres. El señor Kanda, presidente de la compañía, estaba allí junto con su hermano menor y el marido de Ineko. Durante su sueño, Ineko tenía la sensación de haber oído sus voces en una conversación.

Al finalizar el relato de su sueño, ella y su marido se quedaron en silencio por un rato.

—Me pregunto qué será de la primera señora de Shinoda ahora —dijo finalmente el marido.

—Sí, ¿qué estará haciendo? —Ineko repitió—: Me pregunto dónde estará.

No la había visto en esos veinticinco años. Hacía unos veinte que Shinoda había muerto.

Shinoda y el marido de Ineko habían sido compañeros en la universidad. La primera mujer de Shinoda había ayudado mucho a Ineko, que estaba en una clase inferior en la misma escuela de mujeres. Fue por sus buenos oficios que Ineko se había casado. Pero al poco tiempo, Shinoda se había divorciado y se había vuelto a casar. Como Ineko y su marido también conocieron a la segunda esposa, la anterior pasó a ser llamada «la primera esposa».

La primera esposa desapareció de su vista poco después del divorcio. Shinoda murió tres o cuatro años después de volver a casarse.

El marido de Ineko y Shinoda habían trabajado en la misma compañía. La primera mujer, intercediendo ante el superior, Kanda, les había conseguido los puestos.

Antes de casarse con Shinoda, la primera mujer había estado enamorada de Kanda. Pero como Kanda no se había querido casar con ella, se había casado con Shinoda.

La señora de Kanda se había casado sin saber nada de todo eso. Una vez le había dicho a Ineko que Shinoda había sido cruel con su mujer.

Ahora Kanda era el presidente de la compañía, y el marido de Ineko continuaba trabajando en la empresa. Ineko no intentó forzar una interpretación de ese sueño, pero le quedó grabado en el corazón.



En Historias de la palma de la mano


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