15 sept 2019
Mathias Enard - La noche no conduce al día
La noche no conduce al día. Arde en él. Al alba la llevan a la hoguera. Y con ella a sus gentes, los bebedores, los poetas, los amantes. Somos un pueblo de relegados, de condenados a muerte. No te conozco. Conozco a tu amigo turco, es uno de los nuestros. Poco a poco desaparece del mundo, engullido por la sombra y sus espejismos; somos hermanos. No sé qué dolor o qué placer lo ha empujado hacia nosotros, hacia el polvo de estrellas, puede que el opio, puede que el vino, puede que el amor; puede que alguna oscura herida del alma, bien oculta entre los pliegues de la memoria.
Tú deseas reunirte con nosotros.
Tu miedo y tu angustia te echan a nuestros brazos, y tratas de acurrucarte en ellos, pero tu cuerpo robusto permanece fiel a sus certezas, huye del deseo, rechaza el abandono.
No te culpo.
Habitas una prisión distinta, un mundo de fuerza y de valor donde esperas que te lleven a hombros. Crees merecer la benevolencia de los poderosos, aspiras a la gloria y la fortuna. Sin embargo, cae la noche y tiemblas. No bebes porque tienes miedo, sabes que el arrebato del alcohol te abisma en la debilidad, en la irresistible necesidad de recuperar las caricias, una ternura desaparecida, el mundo perdido de la infancia, la satisfacción, la calma ante la resplandeciente incertidumbre de la oscuridad.
Crees que deseas mi belleza, la suavidad de mi piel, el brillo de mi sonrisa, la sutileza de mis articulaciones, el carmín de mis labios, pero lo que en realidad deseas sin saberlo es la desaparición de tus miedos, la curación, la unión, el regreso, el olvido. Esa potencia te devora en soledad.
Entonces sufres, perdido en un crepúsculo infinito, con un pie en el día y el otro en la noche.
En Habladles de batallas, de reyes y elefantes
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