24 sept 2019
Bertolt Brecht - Ojo extrañante
Lo que desde hace mucho tiempo no ha sufrido cambios puede parecer realmente inmutable. Por todos lados encontramos cosas demasiado evidentes como para que nos exijan comprensión. Las experiencias que los hombres hacen entre sí aparecen con frecuencia naturales como el sol. El niño que crece en un mundo de viejos aprende a vivir como los viejos, aprende las cosas tal como las ve. Y si uno es bastante audaz como para desear algo distinto, hallará excepcional su deseo. Y aunque llegara a reconocer que el destino que le ha reservado la «providencia» es en realidad el que le impone la sociedad, este enorme conglomerado de seres semejantes —casi un todo mayor que la suma de sus partes— le parecerá algo que a él no le es posible influir; y no obstante, aunque no influible, la sociedad le parecerá familiar (¿quién desconfía de lo que le es familiar?). Para que todos estos factores «naturales» lleguen a parecerle problemáticos, él tendrá que lograr desarrollar en sí el «ojo extrañante» con el que el gran Galileo observó la lámpara oscilante. Galileo miró maravillado las oscilaciones, tal como si no las hubiese previsto y no las comprendiese; de ese modo pudo descubrir las leyes de su movimiento. Ésta es la mirada ardua y fecunda, que el teatro debe provocar con sus imágenes de la convivencia humana. El teatro debe maravillar a su público; y puede llegar a esto mediante una técnica de extrañación de lo que es familiar.
En Breviario de estética teatral
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