1 abr 2019
Jorge Luis Borges - Una versión de Borges
Marcelino Menéndez y Pelayo —cuyo estilo, pese a la casi imposibilidad de pensar
y al abuso de las hipérboles españolas, fue ciertamente superior al de Unamuno y
al de Ortega y Gasset, pero no al que Groussac y Alfonso Reyes nos han legado—
solía decir que de todas sus obras, la única de la que estaba medianamente
satisfecho era su biblioteca: parejamente, yo soy menos un autor que un lector y
ahora un lector de páginas que mis ojos ya no ven. Mi memoria es un archivo
heterogéneo y sin duda inexacto de fragmentos en diversos idiomas, incluso en
latín, en inglés antiguo y, muy pronto, lo espero, en nórdico antiguo. Alguna vez
pensé que mi destino de mero lector era pobre; ahora, a los setenta años, he dado
en sospechar que haber leído, y releído, la balada de Maldon es quizá una
experiencia no menos vívida y valiosa que la de haber batallado en Maldon. “Están
verdes las uvas” observaría Esopo, sonriendo.
El azar (tal es el nombre que nuestra inevitable ignorancia da al tejido infinito
e incalculable de efectos y de causas) ha sido muy generoso conmigo. Dicen que soy
un gran escritor; agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de
mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o de
chapucero o de ambas cosas a la vez. Quiero dejar escrito que no he cultivado mi
fama, que será efímera, y que no la he buscado ni alentado. Acaso una que otra
pieza —“El Golem”, “Página para recordar al coronel Suárez”, “Poema de los
dones”, “Una rosa y Milton”, “La intrusa”, “El Aleph”— perdure en las indulgentes
antologías.
No soy un pensador. Me creo un hombre bueno y tal vez un santo, lo cual es prueba
suficiente de que en realidad no lo soy. Fuera de Juan Manuel de Rosas, mi
pariente lejano, y de otros dictadores cuyo nombre no quiero recordar, me cuesta
comprender qué es el odio. He recorrido buena parte del mundo. Amo con amor
personal a muchas ciudades: Montevideo, Ginebra, Palma de Mallorca, Austin, San
Francisco de California, Cambridge, New York, Londres, Edimburgo, Estocolmo… En
cuanto a Buenos Aires, la quiero mucho pero bien puede tratarse de un viejo
hábito.
En Sara Facio y Alicia D’Amico, Retratos y autorretratos, Buenos Aires
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