4 sept 2020
Robert Walser - El caballo y la mujer
Que no se me olvide anotar dos pequeños recuerdos de la gran ciudad. Uno se refiere a una cabeza de caballo, y el otro a una vieja y pobre cerillera. Sobre ambas cosas, tanto el caballo como la mujer, ha caído la noche. Una noche, igual que tantas otras ya desperdiciadas y sepultadas en el olvido, iba yo por la calle con un elegante pero prestado gabán, cuando en uno de los lugares más animados vi un caballo enganchado delante de un pesado carruaje. El caballo estaba quieto en la vaga oscuridad, y muchas, muchas personas pasaban presurosas junto al bello animal sin dispensarle la menor atención. También yo me apresuraba, tenía mucha prisa. Una persona empeñada en ir a divertirse, siempre, va con prisa. Mas, impresionado por la maravillosa visión del caballo blanco en la negra noche, me detuve. Largas crines colgaban hasta los grandes ojos del animal, que traslucían una tristeza indecible. El caballo estaba inmóvil, como si fuera una blanca aparición espectral salida de la tumba, con una sumisión y resignación que recordaban la majestad. Pero me vi impulsado a seguir, porque quería divertirme. Asimismo, otra noche me disponía a disfrutar del abyecto placer. Tras haber recorrido todo tipo de locales, torcí adentrándome en una calle oscura, y entonces me llamaron desde las tinieblas: «Cerillas, joven señor». Era una pobre mujer anciana la que me había llamado de ese modo. Me detuve, porque estaba de muy buen humor y me sentía muy efusivo, introduje la mano en el bolsillo del chaleco para coger una moneda y se la entregué a la mujer sin aceptar nada de su mercancía. Cómo me dio las gracias y me deseó suerte para el incierto futuro. ¡Y cómo me ofreció su vieja, fría, huesuda mano! Yo la tomé y la estreché, entonces alegre por este pequeño incidente continué mi camino.
En El pequeño zoológico