12 nov 2024
Alberto Muñoz - Un caballo en la garconniere
Ah cómo gozaba los sainetes de Buttaro,
la rara inclusión del mandolín en el primer
trío de Canaro y el presagio de esa danza loca
que la princesa heredera de Rumania bailara con
el infante don Luis de Orleans.
Soñaba el cielo como una grapa,
como un meato escondido en los muslos de Manolita Poli,
pero había que trabajar, había que orillar el pescante,
soportar el carro carbonero.
Los otros caballos pensaban como alemanes, salvo
“El atontado” que tenía una salva criolla en los cojones
y sabía de memoria Comme il faut, Rawson, El Marne,
todo Arolas el tigre.
Un extranjero llegó al corralón y cambió el reparto.
Ya no era el carbón sino galleta dulce
y la avena olía al aduanero.
Tolerado el reparo (sin saber cómo desearle el bien
a quien se ama) “El atontado” contrajo cita en una garconniere.
Bella era sentada en la salita turca
y no movida por el amor que le dio la liga negra
que “El atontado” ciñó por siempre sobre su cincha.
Alguien que tocaba el violín corneta
le dedicó la milonga que París no conoció
por esa injusticia que se comete
con los compositores desconocidos.
En Acordeón a piano
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