18 jul 2020
Lydia Davis - Distraída
El gato se queja en la ventana. Quiere entrar. Piensas en cómo vivir con un gato y las exigencias de un gato te hacen reflexionar sobre las cosas simples: por ejemplo, la necesidad de un gato de entrar en la casa, y lo bueno que es poder entrar. Lo piensas, y tus pensamientos te absorben de tal forma que no dejas entrar al gato, se te olvida dejarlo entrar, y el gato sigue en la ventana, quejándose. Te das cuenta de que no lo has dejado entrar, y piensas en lo raro que resulta que, pensando en las necesidades del gato y las ventajas de vivir con las necesidades simples de un gato, no hayas dejado entrar al gato, sino que lo hayas dejado en la ventana, quejándose sin parar. Y entonces, mientras lo piensas y piensas en lo raro del asunto, dejas entrar al gato sin darte cuenta de que lo estás dejando entrar. Ahora el gato salta a la encimera y se queja, reclama su comida. Ves que el gato se queja, exigiendo su comida, pero no piensas en echarle de comer porque estás pensando en lo raro que es que hayas dejado entrar al gato sin darte cuenta. Entonces ves que reclama su comida y que no le estás echando de comer, y, mientras piensas en lo raro que es que no lo hayas oído quejarse, le echas de comer sin darte cuenta de que le estás echando de comer.