9 jul 2020
Silvina Ocampo - Memorias secretas de una muñeca
Hace mucho que la vida me trata como a una muñeca la trata una niña, sin atenciones que no sean pasatiempos. Soy como soy, sin pretensiones, ni siquiera para conseguir algo que sería importante dentro de mi celda, pues vivo como en una celda donde nadie puede entrar, salvo yo misma con mis innumerables exigencias, a veces imposibles, otras tan posibles que parecen a veces de niña. Mi vida transcurre como la vida de una monja, sin que las privaciones me duelan o me den tristeza; esto no significa que soy indiferente a las bellezas del amor o de la dulce amistad. Quisiera ser clara para contar mi vida y la sensibilidad de mi corazón. Muchos creen que soy un ser aparte de todos los que viven en este mundo tan desprestigiado. Espero que sepan interpretarme de modo racional y despojado de coquetería. La soledad me vuelve totalmente sincera y lo que escribo se vuelve totalmente increíble para gente que vive en una sociedad hermética. Soy independiente y libre de pensar y sentir como siento, sin la menor vergüenza. Un día, tal vez, salga de mi secreto, feliz de imaginar otros mundos más decorativos y audaces, que asombran a cualquiera, con la profundidad de mi confianza. Soy lo que quiero ser para la eternidad imperturbable. Nada me pertenece de esta casa. Quiero describir su geometría: un hall enorme de forma hexagonal une los cuartos. Un pasillo penetra en cada habitación. Tengo un altar con santos, una cocinita con ollas, cucharas, cuchillos y tenedores. Vivo en un mundo en que el agua se apoderó de la tierra. Hace una semana que llueve sin cesar y estos lugares de la ciudad se anegaron totalmente. La electricidad no funciona, no hay agua potable en las casas, sólo se ve en la inundación agua podrida. Algo me alegra porque de este modo nadie me baña. No funcionan los teléfonos, no funciona el gas en las cocinas. "Hay que resignarse", dice una viejita que se alegra, pues para ella la resignación es su única esperanza. ¿Resignarse?. ¿Qué significará esa palabra?. La he oído en algún sueño en que nadie encuentra lo que busca ni se entristece porque no lo encuentra. Yo pienso que se parece a la esperanza, aunque dicha en distinto tono de voz podría parecerse mucho a esa capitalización tan extraña de los hombres de mi infancia. ¿Habré sido chica alguna vez?. No tengo vestiditos chicos, ni zapatitos, ni sombreritos que prueben que he sido chica, ni juegos de muebles diminutos, ni carritos. No, no he sido chica, o no puedo recordar cuando lo fui. Mi juego es la computadora. Sin embargo cuando yo era chica, tan chica que nadie me veía, ni siquiera me miraban ni alababan mi pelo rubio lacio, ni mi peinado, ni mi vestido ni mi modo de hablar, yo asistí a una inundación. Dormí sobre el agua como sobre un colchón muy suave y líquido, que podía beber; veía las casas sumergidas en el agua, levantaba los pies, para que respiraran, y la cabeza, y alguien gritó en la calle: "Es un ángel. Miren el ángel". Una persona a la que no puedo nombrar, porque he sabido que la gente es perversa y podría interpretar mal mis palabras, me salvó del agua donde floté durante unas horas. Era cerca de Olivos, en el bajo, donde había sauces y hortensias azules. La persona que me salvó me llevó en sus brazos hasta su casa sin averiguar quién era mi dueña o mi dueño, porque una muñeca es como un perro que pertenece a alguien muy seriamente. Me llevó a su casa que quedaba en las barrancas, desde donde se veía el río. Corrió al baño de la casa en busca de toalla y servilletas; me secó los pies con una toalla celeste y el pelo con una servilleta blanca llena de bordados. Me quitó el vestido, creo que lo planchó y me lo volvió a poner, con íntimo cuidado. En sus brazos oí su voz diciéndome: "Bárbara, te llamas Bárbara, no lo olvides, y serás mía."
Pasaron dos o tres días sin que nada nos perturbara. Ella me conocía, yo la conocía. "Me llamo Bárbara", le dije un día, "pero vos ¿cómo te llamás?”. "Me llamo Andrómaca", me dijo reteniendo su respiración; "un nombre tal vez raro, pero es mío desde que me bautizaron y espero que siga siendo raro hasta que me muera". “Tú nunca morirás", le contesté. "Antes moriré yo". Y así fue como esperamos un día de primavera para cortar flores y distribuirlas en los floreros de la casa. Jazmines, hortensias, crisantemos, corona de novia; los nombres no nos faltaban y así me enseñó a conocer las flores y los perfumes y los colores. Se sentó en una silla y me dijo: "Voy a colmarte de caramelos y de vestidos y de juguetes, pero no lo digas a nadie, a nadie". Entonces me besó y puso su lengua en mi boca. Parecía una frutilla recién cortada. "Dormirás conmigo en mi cama, ¿me comprendes?. No te hagas la bebita ni cierres los ojos cuando te hablo."
El primer día dormimos la siesta juntas. Era extraño despertar en esa casa tan diferente, en un mundo lleno de personas desconocidas y de extraños pájaros en las jaulas doradas. "Espero que me quieras como yo te quiero o te mataré". Cerró los ojos al decir estas palabras y yo abrí los míos. "No te asustes, nunca te mataré porque soy razonable. Mírame bien en el fondo de mis ojos". La miré y ella me miró. Pero la felicidad no puede durar. Los relámpagos y los truenos llenaron el cielo. Algo sucedió ese día de tormenta. Había vuelto el mal tiempo. Era la hora de la siesta. En su cuarto como en un sueño descubrí una muñeca distinta a todas; estaba vestida de sultana, se movía, cerraba los ojos, gritaba. Estaba en la casa de Andrómaca. Era tan linda que no me atreví a mirarla y le di un beso como el que me dio a mí. Pero Andrómaca la tomó en sus brazos y la acunó hasta que se durmió totalmente. "¿Sabes lo que Andrómaca significa?. Felicidad en el matrimonio", exclamó. Yo protesté: "Pero no sos casada". "Me voy a casar ahora mismo". "Pero no es posible" dije. "Es tan posible que aquí esta el anillo". Se oscureció el día y caí desmayada. Nunca volví a revivir porque el cuarto desapareció.
El que me lea pensará que miento y que Andrómaca nunca existió. Estas palabras están dentro de mi cuerpo. "Ábranme si se atreven. Tal vez hoy, tal vez mañana, tal vez nunca me tiraré de esta ventana". Se acercó a la ventana, la abrió y miro a su alrededor. "Mírenme", dijo. Dio un salto y cayó por el aire. Se disolvió como un terrón de azúcar. Sólo quedó el azul de sus ojos perdidos en la extraordinaria soledad de los celos.
Pero aquí no terminó mi vida. La vida sigue ya sin cuerpo y se interna entre las plantas aspirando los perfumes de cada flor. La vida sigue con sus curiosidades. Se vuelve detective. Entro de nuevo en la casa de Andrómaca de noche. Entré en su cuarto. Abrazada a la muñeca que no era una odalisca, era una sultana. Las dos dormían. Un dúo de ronquidos llamó mi atención antes de que cantaran los zorzales; tenía que oírlo, tenía que desencantarme totalmente para poder olvidar mi tristeza. En medio de los relámpagos que las iluminaban, me tiré al suelo para mirarlas mejor y con el último relámpago que cayó sobre la casa, grité con un grito sordo. Me pareció salir del fondo de la tierra cuando quedamos fulminadas las tres, yo sin cuerpo, ellas con sus cuerpos llenos de esperanzas, sin futuro, sin cielo ni infierno, para la eternidad de mi conciencia.
En Cuentos completos
Imagen: Adolfo Bioy Casares