Mucho me temo que nuestro novelista fuera uno de ésos que se tomaron demasiado en serio Los caminos de la libertad, de Sartre. Pues, para no ser un burgués, buscó un trabajo de obrero. Creía mantener así su dignidad. Ignoraba por esa época, el infeliz y tonto, cuántas inmundicias, agachadas de cabeza y traiciones debe cometer para sobrevivir el hombre que está abajo. Los "indignos", que él había aprendido a despreciar, por lo menos hacían chanchadas para conservar algo que valiera la pena. El debía realizar mil bajezas para que no lo echasen de las proximidades de un fueguito en el Barrio de las Latas.
Es cosa de ver cuánta mala gente hay abajo. Tanta como arriba en proporción y, por ser más en número, las probabilidades azarosas de colisión o impacto aumentan hasta el infinito.
Hubiese aprendido del mismo Maestro Jean-Paul, quien legislaba en sus libros pero que en su vida real estaba de lo más rozagante, forrado en zapatitos y paseando en coche con la mar de gente. Extraño que, siendo escritor, nuestro amigo de la pensión no supiera que a los libros hay que escribirlos, no vivirlos. Nuestro amigo era un condenado idiota, en otras palabras, ignorante del hecho de que las novelas "dignas" son trampas caza-bobos, o minas electrónicas, como las que se usaban en Vietnam. Están hechas para engatusar a la gente y ganar dinero con ellas, pero quien las escribe, no debe tener ni en sueños la intención de tomárselas en serio. En el submundo de las drogas hay una ley no escrita: "El traficante austero es el que vive más. Si vas a venderlas, tú no las tomes".
En Aventuras de un novelista atonal
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