7 jul 2020

Giorgio Agamben - Fisiología de los beatos


Giorgio Agamben - Fisiología de los beatos


¿Qué es este Paraíso, si no la taberna
de una continua comilona y el prostíbulo
de perpetuas obscenidades?

Guillermo de París
  

La lectura de los tratados medievales sobre la integridad y las cualidades del cuerpo de los resucitados es, desde este punto de vista, particularmente instructiva. El problema que los Padres tenían que afrontar era, sobre todo, el de la identidad entre el cuerpo resucitado y el que le había tocado al hombre en vida. La identidad parecía implicar, en efecto, que toda la materia que había pertenecido al cuerpo del muerto tenía que resucitar y volver a tomar su lugar en el organismo beato. Pero, precisamente, aquí comenzaban las dificultades. Si, por ejemplo, a un ladrón —más tarde arrepentido y redimido— le había sido amputada una mano, ésta ¿tenía que volver a unirse con el cuerpo en el momento de la resurrección? Y la costilla de Adán —se pregunta Tomás— de la cual ha sido formado el cuerpo de Eva, ¿resucitará en ella o en Adán? Por otro lado, según la ciencia medieval, los alimentos se transforman en carne viva a través de la digestión. En el caso de un antropófago, que se ha nutrido con otros cuerpos humanos, esto implicaría que, en la resurrección, una misma materia tiene que ser reintegrada a varios individuos. ¿Y qué decir sobre el cabello y las uñas? ¿Y del esperma, del sudor, de la leche, de la orina y de las otras secreciones? Si los intestinos resucitan —argumenta un teólogo—, tendrán que resucitar vacíos o llenos. Si llenos, significa que también la inmundicia resucitará; si vacíos, se tendrá entonces un órgano sin ninguna función natural.

El problema de la identidad y de la integridad del cuerpo resucitado se convierte así, enseguida, en el de la fisiología de la vida beata. ¿Cómo deben ser concebidas las funciones vitales del cuerpo paradisíaco? Para orientarse en un terreno tan accidentado, los Padres disponían de un útil paradigma: el cuerpo edénico de Adán y Eva antes de la caída. “La plantación de Dios en las delicias de la beata y eterna felicidad —escribe Escoto Eriúgena— es la misma naturaleza humana creada a imagen de Dios” (Escoto Eriúgena, 822). La fisiología del cuerpo beato podía presentarse, desde esta perspectiva, como una restauración del cuerpo edénico, arquetipo de la incorrupta naturaleza humana. Esto implicaba, sin embargo, algunas consecuencias que los Padres no podían aceptar del todo. Ciertamente, como había explicado Agustín, la sexualidad de Adán antes de la caída no se parecía a la nuestra, dado que sus partes sexuales podían ser movidas voluntariamente al igual que las manos o los pies; de modo que la unión sexual podía realizarse sin necesidad de ningún estímulo de concupiscencia. Y la nutrición adánica era infinitamente más noble que la nuestra, porque consistía tan sólo en los frutos de los árboles paradisíacos. Pero, aun así, ¿cómo concebir el uso de las partes sexuales —o incluso tan sólo de los alimentos— por parte de los beatos?

Si se admitía, en efecto, que los resucitados se servirían de la sexualidad para reproducirse y del alimento para nutrirse, esto implicaba que el número y la forma corpórea de los hombres habrían aumentado o cambiado infinitamente, y que habría muchos beatos que no vivieron antes de la resurrección y cuya humanidad era, por lo tanto, imposible de definir. Las dos principales funciones de la vida animal —la nutrición y la generación— están ordenadas a la conservación del individuo y de la especie; pero, después de la resurrección, el género humano ya habría alcanzado su número preestablecido y, en ausencia de la muerte, las dos funciones serían completamente inútiles. Además, si los resucitados hubieran continuado comiendo y reproduciéndose, el Paraíso no habría sido lo suficientemente grande no sólo para contenerlos a todos, sino ni siquiera para recoger sus excrementos, como justifica la irónica invectiva de Guillermo de París: maledicta Paradisus in qua tantum cacatur.*

Había, sin embargo, una doctrina más insidiosa, que sostenía que los resucitados utilizarían el sexo y los alimentos no para la conservación del individuo o de la especie, sino —puesto que la beatitud consiste en la perfecta operación de la naturaleza humana— a fin de que en el Paraíso todo el hombre fuese beato, tanto en las potencias corporales como en las espirituales. Contra estos herejes —que identifica con los mahometanos y los judíos—, en las cuestiones De resurrectione agregadas a la Summa theologica, Tomás confirma con firmeza la exclusión del Paraíso del usus venereorum et ciborum.** La resurrección —enseña— no está ordenada a la perfección de la vida natural del hombre, sino sólo a la última perfección que es la vida contemplativa.

Todas aquellas operaciones naturales que conciernen a la obtención y a la conservación de la primera perfección de la naturaleza humana no existirán después de la resurrección […]. Y puesto que comer, beber, dormir y engendrar pertenecen a la primera perfección de la naturaleza, cesarán en los resucitados. (Tomás de Aquino 1955, 151-52)
  
El mismo autor que había afirmado poco antes que el pecado del hombre no había cambiado en nada la naturaleza y la condición de los animales, proclama ahora sin reservas que la vida animal está excluida del Paraíso, que la vida beata no es en ningún caso una vida animal. Consecuentemente, tampoco las plantas y los animales encontrarán un lugar en el Paraíso, “se corromperán según el todo y según la parte” (ibid.). En el cuerpo de los resucitados, las funciones animales estarán “ociosas y vacías”, exactamente como, según la teología medieval, después de la expulsión de Adán y Eva, el Edén se vació de toda vida humana. No toda la carne será salvada y, en la fisiología de los beatos, la oikonomía divina de la salvación deja un resto sin redimir.

*Maldito paraíso en el que se caga tanto. En latín en el original.
**Uso de lo venéreo y de los alimentos

En Lo abierto. El hombre y el animal