11 mar 2020

Henry Miller – La edad de oro


Henry Miller – La edad de oro


En la actualidad el cine es la gran forma artística popular, lo que equivale a decir que no es arte en absoluto. Desde que apareció se nos dijo que al fin había nacido un arte que llegaría a las masas y quizá las liberaría. La gente afirma ver en el cine posibilidades negadas a las restantes artes. ¡Tanto peor para el cine!

No existe un arte llamado cinematógrafo, pero hay, como en todas las artes, una forma de producción para los más y otra para los menos. Desde la muerte de las películas de vanguardia -creo que Le Sang d'un Poéte, de Cocteau, fue la última - sólo queda la producción masiva de Hollywood.

Las escasas películas que podrían justificar la categoría de "arte" aparecidas desde el nacimiento del cinematógrafo (ocurrido hace unos cuarenta años) murieron casi en embrión. Se trata de uno de los lamentables y sorprendentes hechos relacionados con el desarrollo de una nueva forma artística. A pesar de todos los esfuerzos el cinematógrafo parece incapaz de afirmarse como arte. Quizás ello se deba a que el cinematógrafo, más que cualquier otra forma artística, se ha convertido en una industria controlada, en una dictadura en la que se domina y silencia al artista.

Inmediatamente se define un hecho sorprendente, a saber, !que las películas más grandes se han producido a poco costo! No se necesitan millones para producir una película artística; en realidad, es axiomático que cuanto más dinero cuesta una película peor será probablemente.

¿Por qué, pues, no cobra realidad el auténtico cine? ¿Por qué el cinematógrafo permanece en manos de la turba o de sus dictaduras? ¿Se trata simplemente de un problema económico?

Debe recordarse que se fomenta en nosotros el reconocimiento .de las restantes artes. Más aún, nos son impuestas casi desde la cuna. Nuestro gusto está condicionado por siglos de inoculación. En la actualidad uno se siente casi avergonzado de confesar que no gusta de éste o aquel libro, de éste o aquel cuadro, de ésta o aquella pieza de música. Puede ser que nos sintamos mortalmente aburridos, pero no lo reconoceremos. Fuimos educados para fingir placer y admiración por las grandes obras de arte con las que, lamentablemente, no tenemos ya ninguna relación.

El cinematógrafo ha nacido y es un arte, otro arte... pero nació demasiado tarde. El cinematógrafo nació de un gran sentimiento de cansancio. En realidad, cansancio es una palabra excesivamente suave. El cinematógrafo nació en el preciso momento en que estamos muriendo. Lo mismo que un patito feo, el cinematógrafo se imagina más o menos relacionado con el teatro, cree que quizá nació para reemplazar al teatro, que ya está muerto. Nacido en un mundo desprovisto de entusiasmo y de gusto, el cinematógrafo se desempeña como un eunuco: agita un abanico de plumas de pavo real ante nuestros ojos somnolientos. El cinematógrafo cree que lo que nosotros le pedimos es que nos adormezca. Ignora que estamos muriéndonos. Por lo tanto, no culpemos al cinematógrafo. Preguntémonos por qué hemos de permitir que esa forma artística auténticamente maravillosa perezca ante nuestros propios ojos. Preguntémonos por qué cuando realiza los esfuerzos más heroicos para conmovernos, sus gestos son desatendidos.

Hablo del cinematógrafo como hecho real, como algo que existe, que tiene validez, exactamente como la música, o la pintura o la literatura. Me opongo resueltamente a los que creen que el cinematógrafo es un medio de explotar las restantes artes, o aun de resumirlas. El cinematógrafo no es otra forma de esto o de aquello, ni el producto sintético de todos los demás éstos - y - aquéllos. El cine es el cine, y nada más. Lo cual es bastante. En realidad, es algo magnífico.

Como cualquier otro arte, el cine encierra en sí mismo todas las posibilidades de creación de antagonismos, de promoción de la revuelta. El cine puede hacer por el hombre lo que las otras artes han hecho, y es posible que más, pero la primera condición, el prerrequisito es, en realdad ¡que lo saquen de las manos de la turba! Comprendo muy bien que la turba no crea las películas que vemos... por lo menos técnicamente. Pero en un sentido más profundo la turba es la que realmente crea las películas. Por primera vez en la historia del arte la turba ha dictaminado lo que el artista debe hacer. Por primera vez en la historia del hombre ha surgido un arte que complace exclusivamente a las masas. Quizá cierta oscura comprensión de este hecho original y deplorable explique la tenacidad con que "el estimado público" se aferra a su arte.

¡La pantalla silenciosa! ¡Imágenes de sombras! ¡Ausencia de color! Comienzos espectrales, fantasmales. Las masas mudas visualizándose ellas mismas en esos féretros malolientes que desempañaron el papel de primeras salas de proyección. Una curiosidad abismal por verse reflejadas en el espejo mágico de la era de la máquina. ¿De qué tremendos temores y ansias surgió el arte "popular"?

Me imagino perfectamente que el cine no hubiera nacido nunca. Me imagino una raza de hombres para quienes el cine habría sido absolutamente innecesario. Pero no puedo imaginar a los autómatas de esta era sin un cine, sin cierta forma de cinematógrafo. Nuestros hambreados instintos han clamado durante siglos en procura de más y más sustitutos. Y como sustituto de la vida el cinematógrafo es ideal. ¿Alguien observó la expresión de esas alimañas del cine cuando abandonan la sala? ¡Ese soñador aire de vaciedad, esa mirada inexpresiva del pervertido que se masturba en la oscuridad! Apenas puede distinguírselo de los adictos a las drogas: salen de la sala cinematográfica como sonámbulos.

Por supuesto, eso es lo que desean nuestras gastadas y maltratadas bestias de trabajo. Que no haya más temor ni lucha, ni misterio, ni maravilla y alucinación, sino paz, el fin de la inquietud, la irrealidad del ensueño. ¡Pero que sean sueños gratos! ¡Sueños tranquilizadores! Al llegar aquí es difícil no pronunciar una palabra de consuelo para los pobres diablos que afrontan la tarea de calmar esta inextinguible sed de la turba. Está de moda en la intelectualidad ridiculizar y condenar los esfuerzos realmente hercúleos de los directores de películas, y particularmente de los narcotizadores de Hollywood. Se aprecia escasamente la inventiva necesaria para crear diariamente una droga que contrarreste el insomnio de la turba. Es inútil condenar a los directores, y tampoco tiene sentido deplorar la falta de gusto del público. Se trata de hechos concretos e irremediables. El que prostituye y el prostituido deben ser eliminados... /al mismo tiempo! No existe otra solución.

¿Qué diremos de un arte al que nadie reconoce la condición de tal? Sé que ya se ha escrito mucho sobre el "arte cinematográfico". Casi cotidianamente podemos leer artículos sobre el tema en diarios y revistas. Pero esos materiales no examinan el arte cinematográfico... sino más bien el horrible y remendado embrión que ahora se lanza ante nuestros ojos, el aborto destrozado en el vientre por los obstétricos del arte.

Hace cuarenta años que el cinematógrafo se esfuerza por nacer apropiadamente. ¡Imaginemos las perspectivas de una criatura que se ha pasado cuarenta años de su vida naciendo! ¿Qué puede ser sino un monstruo y un idiota?

¡A pesar de todo, reconozco que espero de este monstruoso idiota las cosas más tremendas! Espero que este monstruo devore a su propio padre y a su propia madre, que pierda el control de sus actos y destruya al mundo, que empuje al hombre hacia el frenesí y la desesperación. Me parece imposible que las cosas ocurran de otro modo. Existe una ley de las compensaciones, y ella exige que aún este monstruo justifique su razón de ser.

Luis Buñuel y Salvador Dalí en 1927 Luis Buñuel y Salvador Dalí en 1927

Hace cinco o seis años tuve la rara fortuna de ver La edad de oro, la película de Luis Buñuel y Salvador Dalí que provocó un escándalo en Studio 28. Por primera vez en mi vida tuve la sensación de que presenciaba una película que era cine puro y nada más que cine. Desde entonces estoy convencido de que La edad de oro es única e incomparable. Antes de seguir quiero señalar que desde hace casi cuarenta años voy regularmente al cine; durante ese lapso he visto varios miles de películas. Por lo tanto debe entenderse que al exaltar la película de Buñuel y Dalí no olvido que he visto producciones tan notables como:

La última carcajada ( Emil Jannings ) .
Berlín.
Un sombrero de paja de Italia ( René Clair ) .
El camino hacia la vida.
La souriante Madame Beudet (La sonriente señora Beudet)
(Germaine Dulac ) .
Mann Braucht Kein Gelt ( No se necesita dinero).
La mélodie du monde (La melodía del mundo) (Walter Rutt- mann).
Le ballet mécanique ( El ballet mecánico).
Of What Are the Young Films Dreaming ( En qué sueñan las jóvenes películas) ( Conde de Beaumont).
Rocambolesque (Roeamboleseo).
Three Comrades and One Invention (Tres camaradas y unainvención).
Iván el Terrible (Emil Jannings).
El gabinete del doctor Caligari.
The Crowd (La multitud) ( King Vidor).
La Maternelle ( La maternal). Otero (Krause y Jannings). Éxtasis (Machaty).
Grass (Pasto).
Eskimo.
Le Maudit (El maldito).
Lilliane (Bárbara Stanwyck).
A Nous la Liberté (René Clair ) .
La Terulre Ennemie (Mi adorable enemiga) (Max Ophuls).
The 1'rackwalker (El vagabundo).
El acorazado Potemkin. Los marinos de Cronstadt. Codicia (Eric von Stroheim) .
Tormenta sobre México (Eisenstein) .
La ópera de los mendigos.
Muchachas de uniforme (Dorothea Wieck ) .
El sueño de aria noche de verano ( Reinhardt ) .
Crimen y castigo (Picrre Blanchard ) .
El estudiante de Praga ( Corvad Veidt ) .
Pelo de zanahoria.
Banquier Pichler ( El banquero Pichler ) .
El delator ( Víctor MaeLaglen ) .
EL ángel azul ( Marlene Dietrich ) .
L'Homme a la Barbiehe.
L'Af f aire est dans le Sac ( Problema resuelto) ( Préver t ) .
Moana ( O'Flaherty ) .
Mayerling ( Charles Boyer y Danielle Darrieux ) .
Kriss.
Varieté ( Krause y Jannings ) .
Chang.
Sunrise ( Amanecer ) ( Murnau ) .

NI
Tres películas japonesas (Japón antiguo, medieval y moderno) cuyos títulos olvidé.
NI
un documental sobre la India.
NI
un documental sobre Tasmania.
NI
un documental de Eisenstein sobre los ritos funerarios en México.
NI
ciertas películas de Lon Chaney, particularmente una basada en una novela de Selma Lagerlof, en la que actuó junto a Norma Shearer.
NI
EL gran Ziegfield, ni Mr. Deeds Goes to Toum (El señor Deeds va ala ciudad).
NI
Horizontes Perdidos (Frank Kapra), la primera película significativa producida en Hollywood.
NI
la primera película que vi en mi vida, que era un noticioso que mostraba el puente de Brooklyn y un chino con su coleta caminando sobre el puente bajo la lluvia. Tenía solamente siete u ocho años cuando vi esta película en el sótano de la vieja iglesia presbiteriana de Brooklyn, en la calle Tres al sur. Después vi centenares de películas en las que siempre parecía llover y siempre se desarrollaban terribles persecuciones, se derrumbaban las casas y la gente desaparecía a través de una puerta trampa, y se arrojaban tortas, y la vida humana era cosa de poco valor, y faltaba totalmente la dignidad humana. Y después de ver millares de películas de Mack Sennett con abundancia de pasteles y otras grotescas bufonadas, después que Carlitos Chaplin agotó su reserva de trucos, después de Fatty Arbuckle, Harold Lloyd, Harry Langdon y Buster Keaton, cada uno de ellos con su propio estilo de payasadas, vino la obra maestra de todos los festivales con lanzamiento de pasteles y bofetadas, una película cuyo título he olvidado, pero que se cuenta entre las primeras producciones de Laurel y Hardy. En mi opinión se trata de la película cómica más grande de todos los tiempos... porque lleva hasta la apoteosis el lanzamiento de pasteles. La película era una sucesión de pasteles arrojados en todas direcciones, nada más que pasteles, millares de pasteles, y todo el mundo los arrojaba a derecha e izquierda. Fue la cumbre del burlesco y ya ha sido olvidada.

En todas las artes la cima se alcanza sólo cuando el artista desborda los límites del arte que utiliza. Esto último es tan cierto para la obra de Lewis Carrol como para la Divina Comedia de Dante, para Laotsé como para Buda o Cristo. Es preciso poner patas arriba, saquear y trastornar el mundo para que pueda proclamarse el milagro. En La edad de oro contemplamos nuevamente una frontera milagrosa que despliega ante nosotros un mundo nuevo y desconcertante que nadie ha explorado.

Luis Buñuel y Salvador Dalí en 1933 Luis Buñuel y Salvador Dalí en 1933

"Mon idée générale -escribió Salvador Dalí - en écrivant avec Buñuel le scénario de L'Age d'Or, a été de présenter la ligne droite et pure de conduite d'un étre qui pursuit 1'amour a travers les ignorables idéaux humanitaires, patriotiques et autres misérables mécanismes de la róalité." ( "Cuando escribí con Buñuel el escenario de La edad de oro, mi idea general fue presentar la recta y pura línea de conducta de un ser que persigue el amor a través de los desdeñables ideales humanitarios y patrióticos, y otros miserables mecanismos de la realidad:'). No ignoro el papel desempeñado por Dalí en la creación de esta gran película, y sin embargo no puedo dejar de verla como el producto particular de su colaborador, el hombre que dirigió la película: Luis Buñuel. Todo el mundo, aun los norteamericanos y los ingleses, están familiarizados con el nombre de Dalí, el surrealista moderno de mayor éxito. Ahora está temerariamente de moda, principalmente porque no se le comprende y principalmente porque su obra es sensacional. En cambio, parece que Buñuel ha desaparecido. Dícese que se encuentra en España, y que está reuniendo silenciosamente una colección de películas documentales sobre la revolución. Si Buñuel conserva siquiera sea una parte de su antiguo vigor, dicha colección será simplemente asombrosa. Pues lo mismo que los mineros de Asturias, Buñuel es hombre que arroja dinamita. Buñuel está obsesionado por la crueldad, la ignorancia y la superstición que aflige a los hombres. Comprende que el hombre no tiene esperanza sobre esta tierra, a menos que se haga tabla rasa y se empiece de nuevo. Aparece sobre la escena en el momento en que la civilización se encuentra en su nadir.

Fotograma del film La edad de oro 2 Fotograma del film La edad de oro

No cabe la menor duda de ello: el aprieto en que se encuentra el hombre civilizado es feo asunto. Está entonando el canto del cisne sin haber tenido la alegría de haber sido cisne. Ha caído en la trampa de su propio intelecto, y está maniatado, estrangulado y destrozado por su propia simbología. Está atacado en su arte, sofocado por sus religiones, paralizado por su conocimiento. No glorifica la vida, puesto que ha perdido el ritmo vital, sino la muerte. Reverencia la decadencia y la putrefacción. Está enfermo, y todo el organismo social está infectado.

Han aplicado a Buñuel todos los calificativos: traidor, anarquista, pervertido, calumniador, iconoclasta. Pero no se atreven a llamarlo loco. Es cierto que en sus películas refleja la locura, pero ésta no es creación de Buñuel. Ese caos maloliente que durante una breve hora, poco más o menos, se fusiona bajo su varita mágica, es la locura de las realizaciones humanas después de diez mil años de civilización. Para demostrar su reverencia y su gratitud, Buñuel pone una vaca en la cama y envía un camión recolector de basura a través del salón. La película está formada por una sucesión de imágenes sin secuencia, cuyo significado debe ser buscado bajo el umbral de la conciencia. Quienes se sintieron decepcionados porque no lograron hallar orden o significado en esta película, no lo encontrarán en ninguna parte, salvo quizás en el mundo de las abejas o de las hormigas.

Recuerdo ahora el encantador y breve documental que precedió a la película de Buñuel, la noche que ésta fue proyectada en Studio 28. , Se trataba de un agradable y breve estudio del matadero, perfectamente apropiado y significativo para las vestales de la cultura de estómago débil que habían ido a silbar la gran película. Aquí todo era familiar y comprensible, aunque quizá de mal gusto. Pero había orden y significado, del mismo modo que hay orden y significado en un rito caníbal. Y finalmente se agregó aún cierto toque de esteticismo, porque cuando acabó la matanza y los cuerpos decapitados fueron retirados, las cabezas de los lechones fueron infladas cuidadosamente con aire comprimido hasta que adquirieron una apariencia tan monstruosamente vital, tan sabrosa y suculenta que involuntariamente fluía la saliva. (¡Sin olvidar los tréboles que taponaban el ano de todos y cada uno de los cerdos!) Como dije, reflejaba una actividad carnicera perfectamente comprensible, y en realidad el trabajo estaba tan bien hecho que arrancó una salva de aplausos a algunos de los más elegantes miembros del público.

Fotograma del film La edad de oro 3 Fotograma del film La edad de oro

Hace aproximadamente cinco años que vi la película de Buñuel, y por lo tanto no puedo sentirme absolutamente seguro, pero abrigo la casi total certidumbre de que su producción no incluía escenas de matanzas humanas organizadas, ni guerras, ni revoluciones, ni inquisiciones, ni linchamientos, ni interrogatorios de tercer grado. A decir verdad, aparecía un ciego a quien se maltrataba, un perro que recibía un puntapié en el estómago, un niño cruelmente baleado por el padre, una anciana viuda abofeteada en el curso de una fiesta y escorpiones que luchaban a muerte entre las rocas, cerca del mar. Pequeñas crueldades aisladas que, debido a que no estaban entretejidas en una pequeña pauta comprensible, parecían impresionar a los espectadores mucho más que el espectáculo de una matanza al por mayor en el campo de batalla. Hubo algo que conmovió aún más sus delicadas sensibilidades, y fue el efecto de Tristán e Isolda de Wagner sobre uno de los protagonistas. ¿Era posible que la divina música de Wagner excitara los apetitos sexuales de un hombre y de una mujer al extremo de impulsarlos a rodar en el sendero cubierto de grava y morderse y masticarse mutuamente hasta sacarse sangre? ¿Era posible que esa música se posesionara de la joven hasta el punto de llevar a chupar con perversa lascivia el dedo del pie de una estatua? ¿Acaso la música provoca orgasmos, suscita actos perversos, y enloquece realmente a la gente? Ese gran tema legendario inmortalizado por Wagner, ¿tiene algo que ver con un vulgar hecho como el amor sexual? La película parece sugerir una respuesta afirmativa. Se diría que sugiere más, pues a través de las ramificaciones de esta Edad de Oro, Buñuel, como un entomólogo, ha estudiado lo que llamamos amor, con el fin de descubrir, bajo la ideología, la mitología, las vulgaridades y las fraseologías el total y sangriento mecanismo del sexo. Ha aislado para nosotros los ciegos metabolismos, los venenos secretos, los reflejos mecánicos, las secreciones de las glándulas, el complejo total de fuerzas que unen al amor y a la muerte en la vida.

¿Es preciso agregar que en esta película hay escenas con las que jamás se había soñado hasta ahora? Por ejemplo, la escena en el excusado. Cito de las notas del programa:

"Il est mutile d'ajouter qu'un des points culminante de la pureté de ce film nous semble cristallisé done la vision de 1'heroine dans les cabinets, oú la puissance de 1'esprit arrive á sublirnor une situation généralement baroque en un élément poétique de la plus pure noblesse et solicitude” (Es innecesario agregar que uno de los puntos culminantes de la pureza de esta película se encuentra cristalizado, a nuestro entender, en la visión de la heroína en el excusado, momento en que la potencia espiritual logra sublimar una situación por lo general barroca en un elemento poético de la mayor nobleza y soledad.)

¡Una situación por lo general barroca! Quizá lo que hay de barroco en la vida humana, o más bien en la vida del hombre civilizado, es lo que confiere a las obras de Buñuel ese aspecto de crueldad y de sadismo. Crueldad y sadismo aislados, porque la gran virtud de Buñuel consiste en que se niega a dejarse atrapar en el deslumbrante tejido de lógica y de idealismo que procura disimular la naturaleza real del hombre. Quizá, como Lawrence, Buñuel es un idealista al revés. Quizá su profunda ternura, la gran ternura y poesía de su visión lo obliga a revelar lo abominable, lo malicioso, lo horrible y los hipócritas postizos del lumbre. Como a sus precursores, aparentemente le anima un odio tremendo por la mentira. Como es un ser normal, instintivo, sano, alegre y modesto, se encuentra solo en la loca marea de las fuerzas sociales. Porque es absolutamente normal y honesto se le mira como a un ser raro. También como en el caso de Lawrence su obra divide al mundo en dos campos opuestos: los que están por él y los que están contra él. No hay términos medios. O se está loco, como el resto de la humanidad civilizada, o se está bueno y sano como Buñuel. Y cuando uno está sano y bueno se es anarquista y se tiran bombas. El gran honor conferido a Luis Buñuel cuando se exhibió esta película, consistió en que los ciudadanos franceses le reconocieron la condición de auténtico anarquista. El teatro fue tomado por asalto y la policía limpió la calle. Por lo que sé, la película no ha vuelto a ser exhibida, salvo en funciones privadas, y ello muy de raro en raro. Fue llevada a Estados Unidos, exhibida ante un público especial, y la única impresión que suscitó fue de perplejidad. Entre tanto, Salvador Dalí, el colaborador de Buñuel, estuvo varias veces en Estados Unidos y allí provocó furor. A Dalí, cuya obra es enfermiza, aunque muy espectacular y provocativa, se le aclama como un genio. Dalí infunde conciencia del surrealismo al público norteamericano, y crea una moda. Dalí regresa con los bolsillos llenos de dinero. Se acepta a Dalí... como a otro aborto del mundo. Aborto por aborto: en ello se expresa una justicia divina. El mundo enloquecido reconoce la voz del amo. La yema del huevo se cortó. Dalí se inclina por los Estados Unidos, Buñuel recibe los desechos.

Fotograma de La edad de oro Fotograma del film La edad de oro

Quiero repetirlo: ¡La edad de oro esa mi entender la única película que revela las posibilidades del cinematógrafo! No apela al intelecto ni al corazón: golpea en el plexo solar. Es como descargar un puntapié en el vientre de un perro enloquecido. ¡Y aunque fue un valiente puntapié en el vientre, y estuvo bien dirigido, no es bastante! Luis Buñuel tendrá que producir otras películas aún más violentas que ésta. Pues el mundo está en coma y el cinematógrafo continúa agitando ante nuestros ojos un abanico de plumas de pavo real.

A veces reflexiono sobre lo que Buñuel puede ser y en lo que quizás está haciendo, y me pregunto lo que podría hacer si se lo permitieran, y acabo pensando en todo lo que se elimina en las películas. ¿Alguien nos ha mostrado el nacimiento de un niño, o por lo menos el de un animal? De insectos sí, porque el elemento sexual es débil, porque no hay tabúes. Pero aun en el mundo de los insectos, ¿nos han mostrado a la mantis religiosa, y el festín amoroso que es el acné de la voracidad sexual? ¿Nos han mostrado cómo nuestros héroes ganaron la guerra... y murieron por nosotros? ¿Nos han mostrado las heridas abiertas, y los rostros destrozados? ¿Nos muestran ahora lo que ocurre diariamente en España cuando las bombas llueven sobre Madrid? Casi todas las semanas se abren cines destinados a presentar noticiosos, pero no hay noticias. Una vez por año nos ofrecen un repertorio de los acontecimientos más destacados del mundo preparado por los cronistas de noticias. No es más que una serie de catástrofes: catástrofes ferroviarias, explosiones, inundaciones, terremotos, accidentes automovilísti-cos, desastres aéreos, choques de trenes y de barcos„ epidemias, linchamientos, asesinatos entre pistoleros, desórdenes, huelgas, conatos de revoluciones, golpes de mano, muertes. El mundo parece un manicomio, y es un manicomio, pero nadie se atreve a mirar en él. Cuando se prepara la presentación de un sorprendente fragmento de locura, ya apropiadamente castrado, se advierte a los espectadores que no deben manifestar sus opiniones. El edicto es: ¡Manténgase imparcial! ¡No perturbe su propio sueño! Se lo ordenamos en nombre de la locura... /mantenga la calina! Y en general se atiende a las exhortaciones. Se las atiende involuntariamente, porque cuando el espectáculo concluyó todos se han sumergido en el drama innocuo de una pareja sentimental, gente honesta y sencilla como nosotros mismos, que hacen exactamente lo mismo que nosotros, con la única diferencia de que por hacerlo se les paga bien. Se nos ofrece esta nulidad y esta vaciedad como el plato principal de la velada. El entremés es el noticiosa sazonado de muerte, ignorancia y superstición. Entre ambas fases de la vida no existe la menor relación, salvo el vínculo establecida por el dibujo animado. Pues el dibujo animado es el censor que nos permite soñar las más horribles pesadillas, violar y matar, y corromper y saquear sin despertarnos. La vida cotidiana es como la vemos en la película principal: el noticioso es el ojo de Dios, el dibujo animado es el alma sacudida en su propia angustia. Pero ninguna de las tres formas es la realidad común a todos los que pensamos y sentimos. Se las han arreglado para cubrirnos con un camuflaje, y aunque se trata de nuestro propio camuflaje, aceptamos la ilusión como realidad. Y la razón de ello consiste en que la: vida tal como la conocemos se ha convertido en algo absolutamente insoportable. Huimos de ella con un sentimiento de terror y de disgusto. Los hombres que vengan después de nosotros descubrirán la verdad oculta por el camuflaje. Que nos compadezcan del mismo modo que quienes somos entes vivos y reales compadecemos a los que nos rodean.

Cierta gente cree que La edad de oro es un sueño del pasado, y otras la conciben como el milenio que ha de venir. Pero La edad de oro es la realidad inmanente a la que con nuestra vida cotidiana contribuimos o dejamos de contribuir. El mundo es según lo hacemos diariamente, o según no logramos hacerlo. Si hoy vivimos en una atmósfera de locura, ello obedece a que estamos locos. Si uno acepta que éste es un mundo loco, quizá logre adaptarse a él. Pero quien experimenta en sí mismo un sentido creador no desea realmente adaptarse. Voluntaria o involuntariamente, influimos los unos sobre los otros. Esa recíproca influencia puede ser simplemente negativa. Cuando escribo sobre Buñuel en lugar de hacerlo sobre cualquier otro tema, tengo conciencia de que produciré cierto efecto... y para la mayoría sospecho que un efecto desagradable. Pero no puedo abstenerme de escribir como lo hago con respecto a Buñuel, del mismo modo que no puedo dejar de lavarme la cara por la mañana. Mi anterior experiencia de la vida conduce a este momento, y lo gobierna despóticamente. Afirmando el valor de Buñuel, afirmo mis propios valores, mi propia fe en la vida. Si he elegido a este hombre, repito con ello lo que hago constantemente en todos los dominios de la vida: elegir y valorar. El mañana no es fruto del azar, no es un día como cualquier otro día: mañana es el resultado de muchos ayeres, y adviene con un efecto potente y acumulativo. Soy mañana lo que elegí ser ayer y anteayer. No es posible que mañana pueda negar y anular todo lo que me llevó al momento presente.

Del mismo modo deseo señalar que la película La edad de oro no es un accidente, y no lo es tampoco su eliminación de las pantallas. El mundo ha condenado a Luis Buñuel, desechándolo por inepto. No todo el mundo, porque como dije antes, apenas se conoce la película fuera de Francia, en realidad fuera de París. Si he de juzgar por la tendencia de las cosas desde que ocurrió este trascendente acontecimiento, no puedo afirmar que me sienta optimista respecto de la reposición de esta película en el momento actual. Quizá la próxima película de Buñuel produzca mayor escándalo aún que La edad de oro. Lo espero fervientemente. Pero mientras tanto -y aquí debo agregar que ésta es la primera oportunidad, aparte de una breve reseña para The New Review, que he tenido de escribir públicamente sobre Buñuel- mientras tanto, decía, este demorado tributo a Buñuel puede contribuir a despertar la curiosidad de quienes nunca oyeron hablar de él. Sé que el nombre de Buñuel no es desconocido en Hollywood. Ciertamente, como muchos hombres geniales de quienes los norteamericanos tuvieron noticia, Luis Buñuel fue invitado a ir a Hollywood para ofrecer el fruto de su talento. En resumen, se le invitó para que no hiciera nada y respirara. Vaya por la gente de Hollywood...

No, el viento no soplará por ese lado. Pero en este mundo las cosas están organizadas de un modo extraño. Hay hombres que han sido deshonrados y arrojados de su país, y que retornan para recibir la corona real. Algunos regresan para convertirse en azote. Algunos dejan solamente el nombre, o el recuerdo de sus hazañas, pero en nombre de éste o de aquél se han revitalizado y recreado épocas enteras. Por una parte creo que, a pesar de todo lo que he dicho sobre el cine tal como lo conocemos, todavía puede surgir de él algo maravilloso y vital. Que ello ocurra o no depende completamente de nosotros, de usted que ahora está leyendo esto. Mis palabras pueden ser simplemente una gota en la corriente, pero quizá tengan consecuencias. Lo importante es que el agua de la corriente no se pierda. Bien, creo que es posible encauzar la corriente. Creo que es posible reunir a los hombres alrededor de una realidad vital tanto como es posible agruparlos alrededor de lo falso y lo ilusorio. El efecto de Luis Buñuel sobre mí no se perdió. Y quizá tampoco se pierdan mis palabras.

En El ojo cosmológico, 1939


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